Segundo
Domingo de Pascua, o de la Divina Misericordia
¡Paz a vosotros!
El
siglo XX ha sido el siglo de las declaraciones de los derechos humanos. La
proclamación de estos derechos fue, no cabe duda, un magnífico fruto de una
sensibilidad largamente cultivada acerca de la dignidad de toda persona. Pero
fue también una reacción saludable frente a los totalitarismos de diverso signo
político que convirtieron a determinados Estados desarrollados en maquinarias
infernales de opresión y de violencia. El siglo XX ha sido también el siglo de
las víctimas y de los mártires.
Es
necesario salvaguardar el gran patrimonio de los derechos humanos. Ciertos
ideólogos, que se presentan como sus valedores exclusivos con etiquetas
aparentemente nuevas, en realidad, siguen bebiendo de las mismas anticuadas
fuentes del inmanentismo antropocéntrico que pretende excluir de la vida
pública a Dios y su santa Ley de amor, recluyéndolos, por ahora, en el ámbito
de lo privado. Europa no puede olvidar que tal intento constituyó el ingrediente
básico de la locura que condujo, no hace mucho tiempo, a la violación masiva de
la dignidad humana y a las guerras más crueles de la Historia.
¡Paz
a vosotros! es el
saludo que resuena por tres veces en boca del Resucitado en el Evangelio de
este domingo, dedicado por san Juan Pablo II a la Divina misericordia. Hace
ahora diez años de la muerte del Papa santo, acontecida precisamente en la
víspera de ese domingo. Él, que había sufrido en persona la tragedia del siglo
XX, sabía bien que estas generaciones están heridas por una cultura ajena a la
misericordia divina y, por tanto, sedientas de paz. Lo describió con gran
inspiración en su encíclica Dives in misericordia.
La
paz de las almas y de las sociedades no es profunda ni duradera, si no viene
del corazón de Dios, abierto para todos en el corazón de Cristo, de modo que,
con Tomás, se pueda poner en él la mano de la fe. El corazón del Resucitado es
la fuente de la paz, porque de él brota para la Humanidad el torrente
del amor divino, que sigue fluyendo de los sacramentos de la Iglesia. De allí manan
el agua que lava nuestras inmundicias y la sangre que nos hace consanguíneos de
Dios; de allí, el Espíritu que rehace con el perdón divino nuestras vidas rotas
por el pecado y que fortalece nuestro corazón y nuestros brazos para el combate
del bien; de allí, la gracia del ministerio apostólico y de la comunidad
conyugal; de allí, la curación de nuestras enfermedades y de la muerte.
Son
todos dones a un tiempo para el individuo y para la sociedad. Sólo la persona
liberada de la debilidad congénita de la soberbia egoísta por la unión con la
fuerza infinita del amor de Dios puede contribuir a la victoria social de la
paz sobre la discordia. Sólo una sociedad abierta a la ciudadanía celeste de
sus miembros puede constituir un lugar habitable para ellos. Aquella persona y
esta sociedad escuchan y acogen, en libertad, el saludo del Resucitado: ¡Paz!
+ Juan Antonio Martínez
Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz
a vosotros». Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los
ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz
a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó
Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús
le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro,
hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en
su nombre.
Juan 20, 19-31