Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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sábado, 30 de julio de 2011

En el fallecimiento del cofrade Francisco Quirós


Fuente: Extraído del blog http://marcoantoniovelo.blogspot.com/

Entre su sentir cofradiero y el espíritu inmanente de la Hermandad de las Cinco Llagas existía una misma confulgencia. Un brillo simultáneo. Un vaso comunicante fluyente, retroalimentado, como una fontana de lealtad y reciprocidad. Siempre tuvo –desde los cimientos del cristiano identificado con la esencia evangélica- una concepción magistral de su cofradía. Sin ufanías, sin altiveces, sin charlotadas. La entidad por encima de todo: de nosotros, de la fugacidad de los calendarios, de los personalismos en ciernes, de las banalidades de la condición humana. “Doy gracias al Señor por pertenecer a esta Hermandad”. Cofrade a la antigua usanza: bondad en las formas, servicio no subrepticiamente interesado sino muy al contrario: agradecido, honroso, permanente. En las Cinco Llagas halló la horma de su zapato. Ambas –la institución cofradiera y la búsqueda de su matriz doctrinal- se encontraron al poético modo: “en el epicentro de la necesidad mutua”.

Francisco de Paula Quirós Carrasco formaba parte del grupo de cofrades característicos de San Francisco. Años cincuenta, años sesenta… Hace apenas un quinquenio concedió –emocionado, hospitalario, empático- una entrevista para el libro de la Historia de la Hermandad de las Cinco Llagas. Entonces su mirada se encendía de lágrimas cada vez que retrotraía el anecdotario a las lindes de la memoria. Intrahistoria de lo vivido. “Junto a un amigote de la juventud nos echamos a la calle en Semana Santa con el propósito de buscar una cofradía para vestirnos de nazarenos. Te hablo de la dura época de la posguerra. Cuando, en la Madrugada, observé el modo de hacer estación de penitencia de San Francisco, su impronta, su ascetismo, no tuve ninguna duda. Y dije en voz alta, sin vacilaciones: Ésta es, ésta es”. Y fue -¡claro que fue, que habría de ser in sécula seculórum!- para el resto su existencia.

Ya todo –cual crónica preestablecida- sería canto rodado, tiempo de añadiduras, desprendimientos, infinidad de amigos de corporación, túnicas blancas asidas al cuerpo como una prolongación de la dermis, testimonio, abnegación, paciencia de santo Job, estrenos de bordados, cargos en Junta de Gobierno, estilosa caligrafía en las actas de sus años de secretario… Y las referencias nunca escondidas, jamás obviada, a los grandes: Manuel Martínez Arce, Enrique Fernández de Bobadilla, Manuel González San Andrés, Juan Manuel Franco Orellana, Ballesteros, Rodríguez Alcántara, José Soto Ruiz, Manolo Atalaya, Sebastián Santolalla, Manuel Guerrero –“un santo, un hombre bueno”-, Pepe Abuín… No constreñía los recuerdos al compartimento estanco del pasado. Ni de lejos ni de cerca. Ni por asomo. Más bien anudaba el continuum de la obra en marcha. ¿No comporta el código existencial del cofrade, en efecto, una obra en marcha que jamás pone cotos al punto y seguido del suma y sigue, al dictado de la lealtad indestructible, al sendero de la mano izquierda (que es el camino que irriga sangre del corazón)?

Ahora rescato su carácter risueño, su bonhomía al punto de concatenar antaño y hogaño. Ya nos dejó dicho Kierkegaard que “aunque la vida sólo puede entenderse en retrospectiva, tiene que vivirse en perspectiva”. Envejecer no es acumular más nostalgias que proyectos. Menos para un cofrade de pro. Por esta noble razón Paco Quirós practicaba a diario, domésticamente ya por los zarandeos de los achaques físicos, la máxima tipificada por Ramón María del Valle-Inclán en los ‘Ejercicios Espirituales’ de su obra ‘La lámpara maravillosa’: “El enigma bello de todas las cosas es su posibilidad de ser amadas infinitamente”. Así amó Paco a su Hermandad: en la infinitud y en la infinidad de un legado penitencial, cristiano, ascético.

Esta pasada Cuaresma, y por iniciativa unánimemente compartida con mis hermanos Juan Lupión y Genaro Benítez, le llevamos a su domicilio particular, envuelto en la celosía del reconocimiento, uno de los ramos de claveles rojos que la devoción jerezana había depositado el día antes a las plantas del Señor de la Vía-Crucis en su Solemne Jornada de Besamanos. Ramos de flores adornadas en su cúpula de aroma encendido por las estampas del Divino Nazareno Franciscano y la Esperanza Soberana. Tanto Paco como su esposa se deshicieron en llantos de temblor y agradecimiento. La Hermandad había vuelto, por el camino más corto, al itinerario del reconocimiento a uno de los suyos. Es la grandeza de estas corporaciones tan henchidas a veces de ingratitudes, de incomprensiones, pero de continuo adjuntas a los asideros de la Verdad (escrita –per se- en letras mayúsculas).

Paco Quirós exigiendo en cumplimiento de la normativa, Paco Quirós en la nombradía de su brillante currículo profesional como químico creador y director del laboratorio del Grupo Remolachero de Cádiz desde su fundación en el año 1969 hasta su jubilación a principios de la década de los 90 y ponente y propulsor del actual Reglamento de Recepción y Análisis de remolacha azucarera, Paco Quirós mostrándonos –tierno y familiar- los portafotos de sus hijos y nietos, Paco Quirós instando a la conservación de un modo de ser y de estar, Paco Quirós –mirada encorvada, risa naciente, cariño a mansalva, libro cerrado sobre el cristal de la mesa de camilla- orgulloso de su instituto, ha fallecido en la Paz del Señor. Y, asumiendo el eco de García Lorca, ya ha descubierto que “nadie en lo oscuro podrá darte distancias, sino afilado límite, porvenir de diamante… que no desemboca”.