Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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viernes, 26 de junio de 2020

Interesante entrevista al Ministro general de la Orden de Hermanos Menores Conventuales y 120 sucesor de san Francisco de Asís



Fray Carlos Alberto Trovarelli, ministro general de la Orden Conventual



Fr. Carlos A. Trovarelli: "El Covid-19 es una oportunidad para ser hermanos entre nosotros y con la creación"


El XXI Capítulo Provincial, que previsiblemente comenzará el 1 de julio próximo en El Pardo-Madrid, será la ocasión para la primera visita de Fr. Carlos A. Trovarelli a la Provincia de España desde que fuera elegido, el 25 de mayo del año pasado.

"He pasado la cuarentena con la actitud de quien contempla tratando de comprender lo que sucedía y de descubrir cuál era nuestro «lugar» como franciscanos en esta extraña situación".

"La hospitalidad -como lección del coronavirus- es una de las variantes de la fraternidad y del sentirse criatura".

"África, Asia y gran parte de América Latina presentan los desafíos de quien crece, y el «norte del mundo» presenta los desafíos de quien necesita reestructurarse, renovarse".

Fuente: RELIGION DIGITAL

 

26.05.2020 | Luis Esteban Larra/Antena Conventual

El XXI Capítulo Provincial, que previsiblemente comenzará el 1 de julio próximo en El Pardo-Madrid, será la ocasión para la primera visita de Fr. Carlos A. Trovarelli a la Provincia de España desde que fuera elegido, el 25 de mayo del año pasado, ministro general de la Orden de Hermanos Menores Conventuales, y como tal 120 sucesor de san Francisco de Asís. Fr. Carlos A. Trovarelli, argentino, de 58 años, es el primer ministro general de la Orden latinoamericano. En vísperas de su estancia entre nosotros, le preguntamos por la Orden, la Iglesia, la sociedad y la Provincia. Y, cómo no, por el coronavirus.

 

¿Con qué ánimo y actitud ha vivido el confinamiento al que nos ha sometido el coronavirus?

Desde el inicio lo viví con serenidad y contemplación. Serenidad agradecida con Dios porque me permitía vivir esta situación en mi comunidad (la Curia general) y, sobre todo, con mi fraternidad, aunque varios hermanos quedaron bloqueados en diferentes partes del mundo. Y contemplación expectante en relación a las noticias, que eran el principal «contacto» con la realidad. Una realidad que sacudía cada vez más fuerte el corazón: familias diezmadas, personas sin atención sanitaria o muriendo en soledad, gente sufriendo toda clase de necesidad, desconcierto general, apuros por parte de todos (especialmente de los trabajadores sanitarios).

En fin, la actitud de quien contempla tratando de comprender lo que sucedía y de descubrir cuál era nuestro «lugar» como franciscanos en esta extraña situación. Inmediatamente entendimos que nuestro «primer lugar» era claramente el de la solidaridad, que comenzaba con el respeto por las reglas de prevención, pasaba por pensar en los demás, se concretaba en numerosos gestos de humanidad y animación, y tenía su momento áureo en la oración intensa.

 

¿Qué lecciones franciscanas podemos sacar para la vida después de esta pandemia?

Me resisto a pensar que cuanto ha sucedido con el Covid-19 (y en realidad con tantos otros azotes que existen en el mundo) sea concebido solo como un gran incidente y no como una verdadera lección para el mundo, para nosotros. Podemos extraer muchas lecciones, pero elijo solo algunas. Creo que la primera es la de la hospitalidad: sentirse huéspedes del mundo y ser hospitalarios unos con otros. El mundo franciscano tiene mucho que decir sobre esto, pues la hospitalidad es una de las variantes de la fraternidad y del sentirse criatura. Luego, aprender que todos somos vulnerables, pequeños y «menores», que no somos «dueños» de todo, sino que estamos unidos en el destino de la misma casa común, y que la mayor riqueza es «anonadarse», «despojarse» como sanación del «apropiarse», tendencia a la que nos ha domesticado el sistema de vida actual, hasta ahora.

                          

Otra lección es la encarnación necesaria: sentirse parte de la historia y no simples espectadores; vivir de modo encarnado en la historia, recordando (no como dato secundario) que Jesús se encarnó entre los humildes para «humanizar» (salvar) a todos. Por último, la lección de la «restitución a la vida»: debemos «restituir» a Dios la vida que hemos recibido de Él y según el modo que Él nos propuso, que es el de ser hermanos entre nosotros y con la creación.

 

Después de varios meses como ministro general, ¿con qué animo sigue afrontando su servicio a la Orden?

Si sirve la imagen, puedo decir que afronto mi servicio a la Orden con la misma alegría de los inicios, pero con un ánimo más «maduro». Obviamente, hace ya tiempo que he superado la sorpresa y la conmoción que me produjeron la inesperada elección. Ahora, desde este lugar en el que el Señor y los hermanos me han colocado, puedo conocer más a fondo la realidad de la Orden y comprender la gran exigencia del ministerio recibido. La magnitud de esta realidad me asusta bastante, y a veces me siento muy frágil para responder como los hermanos se merecen: el Señor me da la gracia de mantener la ilusión de servir y gobernar la Orden, pero con un entusiasmo más consciente de la realidad, que es muy desafiante. Es un entusiasmo de menor espontaneidad, pero mucho más «evangélico», más cercano a los sentimientos pascuales de cruz y resurrección. Y la alegría pascual es la verdadera alegría.

 

¿Qué siente cada vez que le recuerdan que es el 120 sucesor de san Francisco de Asís?

Siento al mismo tiempo honor, emoción e indignidad. Si me parece muy extraño que pueda ser ministro general, más extraño percibo lo de «encajar» el título de «sucesor de san Francisco». Pero no me engaño y me quedo en paz, pues sé que este calificativo no pretende ser la descripción de unas cualidades personales, sino un «mandato» que está dirigido, en la persona del ministro, a todos aquellos seguidores del Seráfico Padre, yo incluido. Todos estamos llamados a servir al Señor tras las huellas de san Francisco, aunque ser en esto un punto de referencia me conmueve mucho.

 

¿Y lo de ser el primer ministro general latinoamericano?

En todo el mundo hay hermanos que pueden asumir el servicio de ministro general; de todos modos, el hecho de ser latinoamericano no deja de ser una gran responsabilidad. Vengo de una «Iglesia nueva», por así decir, pues la evangelización profunda en mi región de origen (al norte de la Patagonia argentina) no tiene mucho más de doscientos años, nada comparado con los más de dos milenios de cristianismo y los ocho siglos de franciscanismo del viejo mundo (Europa). Sin embargo, no me causa temor alguno brindarme con mis propias características personales y culturales, pues en realidad la «patria grande» latinoamericana ostenta cinco siglos de presencia franciscana, y la Iglesia en este continente ha generado métodos y estilos propios de vivir y de testimoniar la fe. Esta es una gran riqueza. Si esa riqueza es parte de mi persona, con gusto la ofrezco a mis hermanos.


 

¿En qué ámbitos y/o lugares de la Orden habría que invertir tiempo, esfuerzos y personas para abordar los desafíos mundiales de hoy?

No puedo responder de modo geográfico, pues en toda la extensión de la Orden encontramos necesidades y desafíos tales que requieren gastar tiempo, esfuerzos y personas. Ciertamente, los desafíos son diversos, ya que África, Asia y gran parte de América Latina presentan los desafíos de quien crece, y el «norte del mundo» presenta los desafíos de quien necesita reestructurarse, renovarse y reinventarse, pues las fuerzas son menores y la sociedad cambia y exige nuevas respuestas. En todo el mundo, sin embargo, tenemos ámbitos comunes como desafíos. Puedo nombrar algunos: en primer lugar, «el corazón y el espíritu» de todas las personas, en un mundo que se empeña en relegar a Dios y en desorientar el verdadero sentido de la vida; el ambiente juvenil, que es objeto de manipulación, exclusión y «mercado»; las periferias humanas, que encontramos en todos los sitios; la sociedad misma y la creación, objeto también de todo tipo de manipulación; la cultura, la educación y la sensibilidad religiosa, todos ámbitos en los que el franciscanismo y nuestra experiencia «conventual» tienen mucho que ofrecer.

 

¿Qué está pidiendo Francisco de Asís hoy a sus hermanos para responder a las necesidades que la Iglesia y la sociedad demandan en este momento?

Nos pide una existencia auténtica: ser quienes debemos ser. En el discurso de saludo al último Capítulo General (el 17 de junio de 2019), el papa Francisco resumió así nuestro ser y misión: el Evangelio (la Palabra) como fuente de vida y acción; la fraternidad como don para ser acogido por nosotros, como espacio de acogida para los demás y como lugar de «regeneración» en el silencio y la contemplación; la minoridad como opción por el no-poder, de denuncia profética y de moderación de nuestras ambiciones; la paz como reconciliación y generación de misericordia. Creo que con estas características los franciscanos conventuales podemos responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo en todas las presencias, servicios y misiones que realizamos.


En la «cultura del descarte» de la que tanto habla su compatriota el papa Francisco, ¿qué diría a los jóvenes y a los mayores que lean esta respuesta?

La «cultura del descarte» está directamente relacionada con el consumismo. Personalmente diría a todo el mundo (como de hecho me lo repito a mí mismo cada día) que existe un modo de vivir alternativo a la lógica del consumismo y del mercantilismo, pues el consumismo es un sistema que coloniza nuestras mentes, endurece nuestros corazones, domestica nuestros gustos y adormece nuestra generosidad. La alternativa es quizás el modo franciscano del «sine proprio», que no se refiere solo al voto de pobreza, sino a un estilo de vida que no acumula y solo consume lo necesario para vivir y abordar las necesidades básicas. Un estilo simple y discreto que puede generar solidaridad, que es una de las expresiones del amor.

 

¿Qué papel tienen los laicos, en su forma de ser y de hacer, de cara a la misión compartida con los frailes?

Para empezar, los laicos son los destinatarios de nuestro amor pastoral, de nuestro testimonio de consagrados, de nuestro servicio, de nuestra vivencia y propuesta fraterna. Vivimos «para el mundo», para que los demás «tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10,10). Pero, además, en nuestras misiones, los laicos son verdaderos «socios», hermanos de misión de igual a igual. De hecho, en la misión compartida los laicos tienen un papel especial, pues por definición se ocupan de «las cosas del mundo» y para nosotros son un verdadero «sentido de la realidad». Aportan su visión, su experiencia, su formación, la particular percepción de quien está comprometido con el mundo, con la familia, con la lucha por la subsistencia. La misión compartida prevé una siempre mayor implicación por parte de los laicos, incluso (y esto es un gran desafío aún por comprender y desarrollar) en ámbitos de decisión.

 

Y en este plan, ¿cuál es la misión de los franciscanos seglares en concreto?

Los miembros de la Orden Franciscana Secular (OFS) comparten el carisma franciscano y como tales merecen nuestra asistencia espiritual. Ellos perciben el franciscanismo desde el punto de vista laical y así complementan la visión de quienes vivimos la vida consagrada franciscana. Es toda la familia franciscana la que ofrece al mundo el mensaje y el estilo de los hijos de san Francisco. Con seguridad en el testimonio nos sentimos totalmente en misión compartida con las hermanas y hermanos de la OFS: ellos son franciscanos tanto como los miembros de la primera y la segunda Orden, y por tanto, por definición, la misión es compartida, y esta realidad debe ser cada vez más patente.

 

Desde sus conocimientos de la realidad de la Provincia de España, ¿cómo valora el camino recorrido en los últimos años?

La Provincia de España en los últimos años ha hecho una serie de opciones «sencillas» pero muy importantes, y esto es un ejemplo para la Orden: la formación permanente y la planificación evangélica de la vida y la misión. La formación permanente entendida no solo ni principalmente como capacitación, sino como promoción de los espacios fraternos, de las iniciativas comunitarias, de la reflexión común, de la actualización de contenidos. Y la planificación evangélica, que es la concepción de la presencia conventual en España, es decir, la concepción de las comunidades y las obras apostólicas dentro de un proyecto común, actualizable cada cuatrienio, y con fuertes opciones de vida sencilla, cercana al Pueblo de Dios, testimonial. Esta es una característica de la fraternidad provincial, que generó experiencias nuevas en los últimos cuatrienios. Esto no quitó que se pudiera continuar con obras tradicionales, como los colegios y las parroquias.

 

¿Y qué retos cree que tiene por delante la Provincia en la próxima década?

Creo que los retos principales para los años inmediatos son dos: pensar en una reestructuración de las presencias, quizás reduciendo algunas y potenciando otras; y mantener viva la pastoral juvenil y vocacional, pues ya se ha demostrado que, con trabajo y calidad de propuesta, nuestra vida resulta interesante a los jóvenes.