Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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sábado, 13 de junio de 2020

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA



Solemnidad del Corpus Christi (ciclo A)
«Su Carne es alimento y su Sangre bebida»

El título que encabeza este comentario corresponde al inicio de una de las estrofas de la secuencia que puede cantarse tras la segunda lectura de este domingo, y reproduce, mutatis mutandis, las palabras de Jesús en el pasaje evangélico. La conocida tradicionalmente en España como fiesta del Corpus está hondamente arraigada en nuestra cultura desde que naciera en el siglo XIII. La realidad del sacramento de la Eucaristía es tan profunda que posibilita fijar nuestra atención no solo en la propia celebración del sacramento, sino también en su continuación a través de la presencia permanente del Señor vivo en medio de nosotros, como alimento disponible para los enfermos y signo sacramental de la presencia de Jesucristo en medio de su pueblo. Todo ello nos impulsa a ser agradecidos y a rendirle un culto de veneración y adoración.

Cristo, verdadero alimento
En el capítulo sexto de san Juan, en el que se engloba el texto del próximo domingo, se recoge el discurso del Señor en la sinagoga de Cafarnaún. Allí Jesús pronuncia dos afirmaciones claras: la primera, que no leemos en esta festividad, es: «Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (Jn 6, 35); la segunda, que sí escuchamos aquí, dice: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre. Y el Pan que yo daré es mi Carne por la vida del mundo». Sin duda, la solemnidad del Corpus Christi busca subrayar la necesidad de alimentarnos con ese Pan; un alimento que es capaz de saciar definitivamente el hambre más profunda del hombre.
La palabra saciar, que aparece más adelante, nos sitúa fácilmente en el relato de la multiplicación de los panes, que precede estos versículos. Pero no exclusivamente. De hecho, la primera lectura contiene un pasaje del libro del Deuteronomio en el que se dice que tras los sufrimientos en el desierto Dios alimentó a su pueblo «con un maná que no conocían tus padres». La penuria física vivida por el pueblo de Israel es pronto comprendida como una prueba permitida por el Señor y como la oportunidad de reconocer a Dios como el único capaz de solucionar la calamidad que vivía. Es esta la razón por la que el texto del Deuteronomio insiste en expresiones como «recuerda» o «no olvides», refiriéndose siempre a las proezas que Dios ha realizado con su pueblo. Tanto para los oyentes de Jesús como para la primera comunidad cristiana y para nosotros, la invitación del Señor a comer de ese Pan que es Él mismo implica de nuevo hacer memoria de lo que ha supuesto la salvación que Jesucristo ha llevado a cabo y cuyos beneficiarios somos su pueblo, la Iglesia. La grandeza del modo de llevar a cabo su misión redentora incluye el hecho de quedarse sacramentalmente entre nosotros para poder ser alimento y saciar los anhelos más profundos del hombre.

Creer en Jesús y vivir en la comunión eclesial
Este pasaje, cuyo núcleo es comer de este Pan, no puede desligarse nunca de la primera afirmación del discurso del Señor en Cafarnaún, señalada más arriba: creer en Jesús. Así pues, para recibir con plenitud los frutos del sacramento es necesario creer en el Señor. Esto significa que no es posible concebir la recepción de la Eucaristía como un alimento que produce unos efectos de gracia automáticos si nosotros no estamos convenientemente preparados. Si en el discurso del Pan de vida primero aparece el creer y después el comer, la vida del cristiano debe seguir los mismos pasos a la hora de acercarnos a recibir este sacramento. Por otra parte, la comunión eucarística no puede desligarse de la comunión eclesial. San Pablo recuerda en la segunda lectura que del mismo modo que el Pan es uno, nosotros también formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo Pan. La implicación de la afirmación es clara: la Eucaristía siempre ha sido comprendida en la Iglesia como un signo de unidad y un vínculo de caridad. En definitiva, recibir y adorar al Señor en la Eucaristía supone creer en Él como dador de vida eterna y vivir siempre en comunión con la Iglesia.


  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «Cómo puede este darnos a comer su Carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el Pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este Pan vivirá para siempre».


Juan 6, 51-58