Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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domingo, 2 de febrero de 2020

´Solemne Quinario`


Interesante artículo de N.H.D. Ernesto Romero del Castillo dedicado a  nuestra Hermandad y publicado hoy en Diario de Jerez en la sección Ésta será tu casa.


Foto: N.H.D. Manuel Piñero



Ya está ahí. Por fin. Las convocatorias en las puertas de las iglesias y en la Plaza de Abastos lo anuncian. El perfil de la cara del Señor sobre la crema de la cartulina proclama que el frío se comienza a marchar. 

Esos fríos del invierno al que nunca  nos terminamos de acostumbrar en nuestra tierra y que sólo sabemos aliviar con olorosos y amontillados. El almanaque pasa sus páginas mientras los días se van alargando buscando la primavera. Y nuestros corazones van a arder en cuanto contemplemos al Señor en su Traslado al altar mayor de San Francisco.

Cita ineludible de la precuaresma jerezana. Sus devotos de siempre, sus fieles hermanos y los cofrades jerezanos más rancios -sí, rancios, que es lo mismo que doctos en esto de las cofradías- ansían encontrarse con Su rostro en la penumbra de las naves del templo. Es lo que va a ocurrir a escasas horas de este lunes. Si en Sevilla los cultos de las hermandades se inician con el año nuevo – el Gran Poder principia su quinario el mismísimo uno de enero, siguiéndole pocos días después Pasión y Las Penas- los cultos en las de Jerez comienzan con La Cena –el domingo pasado celebraron su Función Principal los cofrades de San Marcos- en torno a la fiesta de la advocación de su dolorosa en pleno enero- y prosiguen con Las Llagas, que celebra su Solemne Quinario en la semana de Septuagésima. 

En la liturgia tradicional es el tiempo en el que se abre el ciclo de Pascua, el preludio de la Cuaresma, el paso de la humanidad del estado de decadencia y esclavitud a que le redujo el pecado, a una regeneración y una liberación que sólo Dios puede concederle.
El quinario ha de servirnos de esos anuales ejercicios espirituales en torno a las sagradas imágenes. 

Éstas nos interpelan en la voz del sacerdote desde el altar de cultos, verdadero monumento de amor configurado en flores de devoción y cirios de alabanza. Cada día a encontrarnos con el Señor cuando ya ha caído la tarde. Bien abrigados y con la medalla de la cofradía al cuello, sentimos su mirada compasiva y a la vez severa, exigente pero también amorosa, como un buen padre que sabe educar a sus hijos.

Volvemos a casa con la ropa impregnada de incienso y con el pecho henchido de gozo por estar / haber estado con Él. Un día tras otro hasta que llega la mañana luminosa de la Función Principal de Instituto: el día grande de la Hermandad. En esos trajes y corbatas de estreno experimentamos la plenitud de llevar de la mano a nuestros hijos a la protestación de fe-¡qué verdad es que las cofradías se estructuran en familias!- mientras suenan marchas clásicas a órgano. 

Compartimos mesa y mantel con los hermanos en la Comida de Hermandad –qué de buenos ratos, qué de confidencias y qué de lazos se estrechan en torno a ese almuerzo- y nos despedimos sabiendo que el tiempo pasa tan rápido que en apenas sesenta días habremos cumplido con la cita de la túnica nazarena. Porque sabemos que seguir a Jesús el Galileo es estar con él y acompañarlo en su Pasión para poder vivir en toda su plenitud el gozo de la Pascua.