Domingo 18º del tiempo ordinario
Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos
estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al
encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has
venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis
visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el
que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «¿Cómo podremos ocuparnos en
los trabajos que Dios quiere?». Respondió Jesús: «Éste es el trabajo que Dios
quiere: que creáis en el que él ha enviado». Ellos le replicaron: «¿Y qué signo
vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en
el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo».
Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés
quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan
del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no
pasará nunca sed».
Comentario del Rvdo. P. D. Joaquín Font Gassol
Hoy vemos
diferentes actitudes en las personas que buscan a Jesús: unos han comido el pan
material, otros piden un signo cuando el Señor acaba de hacer uno muy grande,
otros se han apresurado para encontrarlo y hacen de buena fe -podríamos decir-
una comunión espiritual: «Señor, danos siempre de ese pan» (Jn 6,34).
Jesús
debía estar muy contento del esfuerzo en buscarlo y seguirlo. Aleccionaba a
todos y los interpelaba de varios modos. A unos les dice: «Obrad, no por el
alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna»
(Jn 6,27). Quienes preguntan: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de
Dios?» (Jn 6,28) tendrán un consejo concreto en aquella sinagoga de Cafarnaúm,
donde el Señor promete la Sagrada Comunión: «Creed».
Tú y yo,
que intentamos meternos en las páginas de este Evangelio, ¿vemos reflejada
nuestra actitud? A nosotros, que queremos revivir esta escena, ¿qué expresiones
nos punzan más? ¿Somos prontos en el esfuerzo de buscar a Jesús después de
tantas gracias, doctrina, ejemplos y lecciones que hemos recibido? ¿Sabemos
hacer una buena comunión espiritual: ‘Señor danos siempre de este pan, que
calma toda nuestra hambre’?
El mejor
atajo para hallar a Jesús es ir a María. Ella es la Madre de Familia que
reparte el pan blanco para los hijos en el calor del hogar paterno. La Madre de
la Iglesia que quiere alimentar a sus hijos para que crezcan, tengan fuerzas,
estén contentos, lleven a cabo una labor santa y sean comunicativos. San
Ambrosio, en su tratado sobre los misterios, escribe: «Y el sacramento que
realizamos es el cuerpo nacido de la Virgen María. ¿Acaso puedes pedir aquí el
orden de la naturaleza en el cuerpo de Cristo, si el mismo Jesús nació de María
por encima de las leyes naturales?».
La
Iglesia, madre y maestra, nos enseña que la Sagrada Eucaristía es «sacramento
de piedad, señal de unidad, vínculo de caridad, convite Pascual, en el que se
recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria
futura» (Concilio Vaticano II).