Firma: Gabriel Álvarez. Del blog: elblogdegabrielalvarez.blogspot.com. Esta mañana he debido acudir a la Oficina de Atención al Ciudadano para solicitar un certificado de empadronamiento, gestión para la que hay establecidas tasas que se reconocen, aunque nos cueste echarnos la mano al bolsillo, como la lógica compensación a un servicio recibido desde el Ayuntamiento y que genera una serie de puestos de trabajo.
La burocracia alimentada por nuestro complejo modo de vida tiene un coste en términos dinerarios, pero también en otros ámbitos de nuestra existencia. Un ejemplo tengo cerca de mi despacho de la Delegación Diocesana de MCS, el correspondiente a la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías. También hemos complicado las funciones del Obispado, sí.
Un ejemplo claro es que, especialmente en según qué hermandades, es casi imposible que concluya un cabildo de hermanos sin que a la mañana siguiente falte alguien en susodicha entreplanta de la Casa de la Iglesia para impugnar aquello que no nos gustó del desarrollo del asunto de marras. O, simplemente, porque no nos gustó quien elevó la voz para ello.
La pasada semana publicaba Diario de Jerez en portada que el Obispado dejará de trabajar gratis para las cofradías. Se refería el compañero Quico Abuín, a quien tanto aprecio desde que hace más de dos décadas trabajáramos juntos en Cope, al cobro de unas tasas que parecía desconocer previamente pese a que ya aparecían incluso en guías diocesanas ya caducadas.
Siempre hubo cifras que cuantificaban oficialmente éste u otros servicios del Obispado. Otros muchos, también al servicio de las cofradías, se prestan de modo tan gratuito como entregado en favor de aquellos que los reclaman. Y si se obviaron alguna vez en una lasa aplicación de la normativa no es menos cierto que el abuso impone el riguroso cumplimiento actual.
No escuché esta mañana a nadie quejarse de que le cobraran las tasas por aquel papeleo que fueran a reclamar al Ayuntamiento. Y en el Obispado, al fin y al cabo, fue la costumbre cofrade de algunos de impugnar cualquier chorrada lo que habilitó la necesidad de aplicar una normativa al respecto. Sorprenderse a estas alturas de ello es muy fariseo (por no decir subliminalmente antieclesial).
La Iglesia evangeliza tan gratuitamente como presta sus servicios sociales a cuantos la necesitan. Y realiza ambas funciones, y muchas otras, con admirable altura de miras. Para las cosas importantes no hay tasa que valga. Para las cuestiones que han ido haciendo más compleja su estructura no cabe, sin embargo, sino actuar como una administración pública.
La burocracia alimentada por nuestro complejo modo de vida tiene un coste en términos dinerarios, pero también en otros ámbitos de nuestra existencia. Un ejemplo tengo cerca de mi despacho de la Delegación Diocesana de MCS, el correspondiente a la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías. También hemos complicado las funciones del Obispado, sí.
Un ejemplo claro es que, especialmente en según qué hermandades, es casi imposible que concluya un cabildo de hermanos sin que a la mañana siguiente falte alguien en susodicha entreplanta de la Casa de la Iglesia para impugnar aquello que no nos gustó del desarrollo del asunto de marras. O, simplemente, porque no nos gustó quien elevó la voz para ello.
La pasada semana publicaba Diario de Jerez en portada que el Obispado dejará de trabajar gratis para las cofradías. Se refería el compañero Quico Abuín, a quien tanto aprecio desde que hace más de dos décadas trabajáramos juntos en Cope, al cobro de unas tasas que parecía desconocer previamente pese a que ya aparecían incluso en guías diocesanas ya caducadas.
Siempre hubo cifras que cuantificaban oficialmente éste u otros servicios del Obispado. Otros muchos, también al servicio de las cofradías, se prestan de modo tan gratuito como entregado en favor de aquellos que los reclaman. Y si se obviaron alguna vez en una lasa aplicación de la normativa no es menos cierto que el abuso impone el riguroso cumplimiento actual.
No escuché esta mañana a nadie quejarse de que le cobraran las tasas por aquel papeleo que fueran a reclamar al Ayuntamiento. Y en el Obispado, al fin y al cabo, fue la costumbre cofrade de algunos de impugnar cualquier chorrada lo que habilitó la necesidad de aplicar una normativa al respecto. Sorprenderse a estas alturas de ello es muy fariseo (por no decir subliminalmente antieclesial).
La Iglesia evangeliza tan gratuitamente como presta sus servicios sociales a cuantos la necesitan. Y realiza ambas funciones, y muchas otras, con admirable altura de miras. Para las cosas importantes no hay tasa que valga. Para las cuestiones que han ido haciendo más compleja su estructura no cabe, sin embargo, sino actuar como una administración pública.