Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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lunes, 27 de enero de 2020

Jerez y la túnica de Uberto


Emotivo y aleccionador artículo de N.H.D. Marco A. Velo publicado hoy en Diario de Jerez en la sección Jerez íntimo




El zigzagueo de nuestra propia cotidianidad también genera –de cuando en tarde- algún rotundo fenómeno de convergencia. Y estas causalidades jamás deben tomarse a chacota. Hace unos días se han producido, por suelto, tres hechos convergentes. Sucede que el próximo viernes Juan Jacinto del Castillo, sacerdote intelectual que es amigo y hermano, pronunciará en la Capilla del Voto de la Iglesia de San Francisco una ponencia titulada ‘La importancia de vestir la túnica nazarena’ -segunda charla del ciclo Memorial Manuel Martínez Arce organizado por la Hermandad de las Cinco Llagas-.

Bien: acontece también que el pasado jueves seleccioné -entre la documentación que manejamos Francisco Antonio García Romero, Eugenio Vega Geán, José Jácome González y un servidor de cara a un ensayo que firmado a cuatro manos nos traemos entre ídem- la fotografía luminosa del gran hombre de Dios -tan montañés como jerezano- que fue Uberto Piñán Rodríguez. Y ocurre asimismo que en el presente 2020 se cumplen cinco años -¡cómo galopa el tiempo!- de su fallecimiento a los 97 de edad.

Resulta inevitable enlazar estas tres (unitivas) circunstancias. Quienes conocieron de cerca a nuestro ejemplarizante protagonista enseguida habrán identificado el porqué de mi aseveración. Uberto era una persona queridísima en esta ciudad de Jerez. Su inquebrantable simpatía, la locuaz espontaneidad, su don de gentes, su optimismo sonriente y, sobre todo, el alto concepto del intacto y nunca desmesurado ni desmedido ni demediado servicio institucional a la Hermandad, a la que se entregó de lleno y a la que quiso con todos los resortes del alma, retrataron genuinamente el prototipo y el paradigma de un cofrade cristiano que siempre respetó con esciente fraternidad a la práctica totalidad de sus hermanos y asimismo apoyaría incondicionalmente –sin quebraduras, sin fisuras, sin rasgaduras- a los Hermanos Mayores de esta corporación nazarena de tantísimos –para él- sentimientos encendidos. Tan profundos y profusos como la casa poética de Luis Rosales. 

Vistió la túnica de las Cinco Llagas por encima –y a través- de fechas, modismos, mediocridades y coyunturas ajenas hasta que, alcanzados los ochenta y tantos años de edad, ya las fuerzas musculares y los achaques de turno quebraron -¿mermaron?- su resistencia y su capacidad física para realizar la estación penitencial. Uberto sí entendía y somatizaba el sentido trascendental de saberse penitente de la luz. Sin faltar ninguna Madrugada Santa. Ninguna. No concebía ni por asomo la Semana Santa desertando del esparto ajustado a la cintura y del antifaz cristalizando la férula del anonimato.

Muchos nazarenos de blanco recuerdan/recordamos cómo Uberto Piñán lloró desconsoladamente –las manos temblorosas agarradas al soporte de un palco vacío de la calle Larga- cuando aquel primer aciago año (separado por prescripción médica del santo hábito nazareno) observaba -impotente, nostálgico, adolorido, las entrañas latientes, la mirada lagrimosa- el transitar de la cofradía desde el desierto de arena, desde las tierras movedizas, desde la parálisis de las aceras. Desgajado, arrancado, descarnado de sopetón, por las bravas y casi en volandas, de la carne de su sempiterna lealtad cofradiera. ¿Alguna estampa más impensable, más improbable, que la de Uberto Piñán de paisano cuando el fulgor de la Luna de Nisán anuncia la semántica de un mutismo antiguo como la sierpe de la corona de espinos incrustada en el cráneo vivo de Jesús? Recordaré a Uberto el viernes mientras escuche la docta palabra de Juan Jacinto. Sí, rememoraré a Uberto Piñán, quien marchara al encuentro del Padre amortajado por la “importancia” de su túnica nazarena... No sólo lo fugitivo permanece y dura. También el testimonio personal de un cofrade cuyo legado jamás se diluirá por el ancho embudo del olvido.