I Domingo de Cuaresma
(ciclo A)
El camino hacia la Pascua
No sería correcto acercarse a la Cuaresma sin percibirla
como una parte de la
Pascua. Comenzamos un ciclo que tendrá como punto culminante
el día de Pascua y que cerrará con el Domingo de Pentecostés. Tres meses, en
los que la tensión litúrgica y espiritual se acentúa, y donde la Palabra de Dios trata de
reflejar con nitidez los acontecimientos centrales del misterio de nuestra
salvación. No se trata de un tiempo de preparación cualquiera. No es baladí que
la oración del comienzo de la
Misa de este primer domingo haga referencia a las «prácticas
anuales del sacramento cuaresmal». Al utilizar el término sacramento se quiere
subrayar la eficacia particular de este tiempo como signo mediante el cual el hombre
puede beneficiarse de un modo particular de la gracia de Dios. En este primer
domingo, el Evangelio nos muestra algunas claves de comprensión de este
período, útiles para profundizar en la experiencia de fe de estos días.
Cuarenta días en el desierto
Con el número cuarenta se hace referencia a los días que
el Señor pasó en ayuno en el desierto. Por eso, aunque el período cuaresmal
sume más de cuarenta días en la actualidad, los días penitenciales antes de la Pascua son exactamente
cuarenta, sumando el Viernes y Sábado Santo, días de ayuno pascual, y
suprimiendo los domingos, que, por ser la Pascua semanal, no son días penitenciales.
Asimismo, el retiro del Señor en el desierto es una clara alusión a los
cuarenta años que el pueblo de Israel estuvo en el desierto, en marcha hacia la
tierra prometida. Al igual que los hebreos, el Señor no se instala en ese
escenario de modo permanente, como un asceta. Su retiro es el paso previo para
una misión. De igual modo que en el desierto se había consumado en la Antigüedad la
liberación del pueblo elegido de la esclavitud egipcia, ahora, a través del
combate del Señor con el espíritu del mal, se da un paso más en el camino de la
definitiva redención. Además, venciendo las tentaciones del Maligno, Cristo
anticipa su victoria definitiva sobre el pecado y sobre su consecuencia última,
la muerte.
El lugar de la prueba y de la oportunidad
El relato de las tentaciones del Señor nos sitúa en el
itinerario hacia la Pascua :
en primer lugar, caminando nosotros hacia el Señor; en segundo término,
acompañando a Cristo hacia la Pascua. Sabemos que toda prueba es una
oportunidad. Las tentaciones de Jesús fueron la ocasión para mostrar su
identidad y su poder como Mesías. A pesar del cansancio de cuarenta días de
ayuno, el Señor deja ver su superioridad frente al tentador. La superación de
la tentación es vista como el contraste al pecado de nuestros primeros padres,
que hoy la primera lectura de la
Misa nos narra. Las pruebas experimentadas por Jesús son, en
cierta medida, el paradigma de las luchas que sufrimos los hombres. La primera
tentación consiste en la propuesta de realizar un milagro en provecho propio.
En el hombre se refleja en la inclinación por utilizar los dones recibidos solo
para satisfacer los propios deseos. La tentación de tirarse desde el alero del
templo corresponde al deseo de ambición y notoriedad. Por último, el Señor
quiere manifestar no solo que el culto debe dirigirse a Dios en exclusiva, sino
también que el fin no justifica los medios. Ciertamente, el destino del Mesías
es ser rey. Sin embargo, ello no puede llevarse a cabo a través de cualquier
medio.
Para vencer las tentaciones a las que somos sometidos,
tenemos hoy el ejemplo del Señor y el testimonio de san Pablo, quien nos
asegura que la gracia es más fuerte que el pecado. Asimismo, disponemos del
alimento de la Palabra
de Dios, «toda palabra que sale de la boca de Dios», con el fin de afrontar
cada día las tentaciones y contrariedades de la vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo Jesús fue llevado al desierto por el
Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con
sus cuarenta noches, al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le
dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero
él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad
santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate
abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te
sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús
le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el
diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su
gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoraras». Entonces
le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás,
y a él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se
acercaron los ángeles y lo servían.
Mateo 4, 1-11