Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

viernes, 13 de mayo de 2016

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Domingo de Pentecostés (ciclo C)
Espíritu

Pentekonta significa cincuenta en griego. Con la solemnidad de Pentecostés culminan los cincuenta días de Pascua, dedicados a celebrar la Resurrección de Jesucristo. En este contexto pascual, recordamos solemnemente la venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad apostólica en la fiesta judía de Pentecostés, tal como lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aquellos atemorizados discípulos recibieron la fuerza vivificadora del Espíritu Santo, que los conformó en Iglesia y los transformó en testigos y apóstoles para continuar la misma misión de su Maestro en el mundo.

Paz a vosotros
El texto del Evangelio de Juan, que se proclama en el último domingo de la Santa Pascua, describe la aparición de Jesús Resucitado en medio del grupo de los discípulos, reunidos con María, la Madre de Jesús. Lo primero que llama la atención es el saludo repetido del Resucitado: «Paz a vosotros». Los discípulos estaban llenos de miedo, porque temían a los judíos. Habían matado al Maestro y buscaban a sus seguidores para terminar con ellos. Las puertas cerradas por dentro revelan metafóricamente el pavor de aquella comunidad apostólica. Y viven la presencia del Señor Resucitado como un alegre acontecimiento que disipa los temores y comunica paz a su corazón agitado. ¡Qué hermoso dato el que nos transmite este texto evangélico: «Se llenaron de alegría al ver al Señor»! En medio del temor y el miedo, el Resucitado infunde paz y alegría, los frutos de la Pascua.

«Os envío»
En el centro del relato, Cristo encomienda una misión a toda la comunidad apostólica: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». El Señor llama a los apóstoles, congregados junto con María, a continuar su misión en medio del mundo y de la historia. Es la misma misión que Jesús ha recibido del Padre y que ellos deben prolongar hasta el final de los tiempos.
Sin embargo, aunque son testigos del Cristo Resucitado en varias apariciones, aunque han experimentado su paz y su alegría en diversos contextos… siguen paralizados por el miedo, se refugian en el Cenáculo para combatir su inseguridad y no son capaces de salir de su ostracismo. ¿Qué les pasa? ¿Qué les falta? Necesitan el aliento, la fuerza y el fuego del Espíritu para romper todo obstáculo paralizante en su interior y abrirse a una vida nueva.

«Recibid el Espíritu»
El centro del relato es Cristo Resucitado. Muestra las marcas de sus manos y de su costado para revelar que es el Crucificado Resucitado, el Hijo de Dios que ha cumplido la misión encomendada por el Padre y que ahora encomienda a sus apóstoles. Jesús es consciente de los obstáculos y dificultades que han de afrontar en este mundo, porque Él mismo las ha experimentado. Las llagas de sus manos y costado son prueba de ello. Por eso, infunde sobre los presentes el don divino del Espíritu Santo: «Recibid el Espíritu Santo». Al igual que el mismo Jesús, son capacitados por y con la fuerza del Espíritu para realizar y continuar su misma misión.
El don del Espíritu es recibido por la comunidad apostólica como capacitación para una misión, no como un privilegio personal. Los mismos discípulos, que unos momentos antes estaban atemorizados y paralizados en su propio fracaso, tras recibir el don del Espíritu, rompen las puertas del Cenáculo y aparecen en la plaza más pública de Jerusalén gritando el kerigma, el primer anuncio de Jesús, el Cristo, muerto y resucitado. Ya no temen nada, ni están paralizados por obstáculo alguno.
Y es el mismo Espíritu que recibe todo cristiano para continuar la misión de Jesucristo y de los apóstoles en cada momento de la historia. Todos los seguidores de Jesucristo son ungidos por el Espíritu de Dios para ser enviados como testigos valientes del Evangelio en medio del mundo y para afrontar la misión que el Señor los encomienda en las diversas vocaciones a las que son llamados cada uno de ellos.
Este texto evangélico vincula la presencia del Cristo Pascual con la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu es un don del Resucitado y plenitud del misterio pascual, que la Iglesia actualiza en toda celebración litúrgica. ¡Qué bien lo expresa ese adagio que dice: Semper Pascha, semper Pentecoste. Es decir, para la Iglesia, para los cristianos, «siempre es Pentecostés», porque en la liturgia se invoca la presencia, el don y la fuerza transformadora del Espíritu Santificador. Y «siempre es Pascua», porque por la fuerza del Espíritu Santo se actualiza y se hace presente el misterio pascual de Jesucristo en la liturgia y, por tanto, en medio de nosotros. De alguna forma revivimos la misma experiencia de la comunidad apostólica en aquel primer Pentecostés. ¡No lo olvidemos!, para un cristiano, Semper Pascha, semper Pentecoste.


  Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos



Evangelio

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Juan 20, 19-23