Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

jueves, 7 de agosto de 2014

Evangelios y comentarios Domingo 10, Viernes 15 y Domingo 17 de agosto

Domingo 10 de agosto

Autor: P. Sergio A. Cordova LC | Fuente: Catholic.net

¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?

Mateo 14, 22-36. Tiempo Ordinario. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes...

Del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

Oración preparatoria

Jesús, me llamas incansablemente a encontrarme contigo en la oración, ¡gracias! Quiero elevar mi alma hacia Ti para fortalecer mi fe y, así, nunca dudar de tu continua presencia en mi vida.

Petición

Señor, que sepa reconocerte, experimentar tu cercanía y confiar en el gran amor que me tienes.

Meditación del Papa Benedicto XVI

El apóstol Pedro conoció bien esta experiencia, pues la vivió personalmente. Una noche, mientras con los demás discípulos estaba atravesando el lago de Galilea, se vio sorprendido por una tempestad. Su barca, a merced de las olas, ya no lograba avanzar. Jesús se acercó en ese momento caminando sobre las aguas, e invitó a Pedro a bajar de la barca y a caminar hacia Él. Pedro dio algunos pasos entre las olas, pero luego comenzó a hundirse y entonces gritó: "Señor, ¡sálvame!".
Este episodio fue un signo de la prueba que Pedro debía afrontar en el momento de la pasión de Jesús. Cuando el Señor fue arrestado, tuvo miedo y lo negó tres veces. Fue vencido por la tempestad. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Cristo, la misericordia de Dios lo volvió a asir y, haciéndole derramar lágrimas, lo levantó de su caída» (Benedicto XVI, 14 de junio de 2008).

Reflexión

Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaún en barca”– les dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700 dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial. Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.

Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.

Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?

Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tened confianza. Soy yo. No temáis.”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!

Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas.

Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.

Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos!

Viernes 15 de agosto

Autor: P. Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net

El triunfo definitivo de María

Lucas 1, 39-56. Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Que hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, guía y compañera de camino hasta la eternidad.

Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia- como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Oración introductoria

María, madre de Jesús y madre mía, tú escuchaste siempre a tu Hijo. Tú supiste glorificarlo y te llenaste de júbilo al saber reconocer a Dios. Estrella de la mañana, refugio de los pecadores, háblame de Él y muéstrame el camino para seguir a Cristo por el camino de la fe.

Petición

María, ayúdanos a imitar tu docilidad, tu silencio y escucha. María, háblanos de Jesús.

Meditación del Papa Francisco

Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario, tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia de su pueblo, en nuestra historia: "Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... su misericordia llega a sus fieles de generación en generación". María tiene memoria de Dios. En este cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma. (S.S. Francisco, 29 de septiembre de 2013).

Reflexión

Hay, en Jerusalén, dos basílicas cristianas dedicadas a la Asunción de la Santísima Virgen. Una, más pequeña y modesta en su fachada, pero muy hermosa por dentro, se encuentra al lado del huerto de Getsemaní. Está en el fondo del torrente Cedrón y muy cerquita de la basílica de la "Agonía" o de "Todas las naciones". La fachada es cruzada, pero el interior es la cripta de la primitiva iglesia bizantina construida a finales del siglo IV, durante el reinado de Teodosio el Grande (379-395). Y se cree que en este santo lugar yació el cuerpo de la Virgen María antes de ser asunta a los cielos.

La otra iglesia, ubicada en el Monte Sión, es una de las iglesias católicas más grandes y más magníficas de Jerusalén, y se le conoce con el nombre de "iglesia de la Dormición", pues en ella se pretende recordar y celebrar el "tránsito" de la Virgen de este mundo al otro. Está ubicada a unos cuantos pasos del Cenáculo, en donde nuestro Señor celebró la Última Cena con sus discípulos y en donde instituyó la Eucaristía.

Otra tradición dice que María murió en Éfeso, bajo el cuidado del apóstol san Juan. Pero no consta, ni parece verosímil que la Virgen se fuera a una ciudad tan lejana, ya anciana, siendo que en Jerusalén tendría a muchos de sus familiares. Además, la antiquísima veneración del sepulcro de la Virgen en Getsemaní y la celebración de la fiesta de la Dormición de María en Jerusalén inclinan la balanza hacia esta afirmación.

Sea como sea, el hecho es que, desde los primerísimos años de la Iglesia, ya se hablaba del "tránsito" de la Santísima Virgen, de su "dormición" temporal y de su "asunción" a los cielos. Y, sin embargo, aunque era una creencia general del pueblo cristiano, la Iglesia no proclamó este dogma sino hasta el año santo de 1950. Ha sido, hasta el presente, el último dogma mariano. La bula declaratoria de Pío XII reza así: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial".

La Asunción de María no se contiene de modo explícito en la Sagrada Escritura, pero sí implicítamente. El texto del Apocalipsis que escuchamos en la primera lectura de la Misa de hoy puede ser un atisbo, aunque no tiene allí su fundamento bíblico. Más bien, los Santos Padres y los teólogos católicos han visto vislumbrada esta verdad en tres elementos incontestables de nuestra fe: la unión estrecha entre el Hijo y la Madre, atestiguada en los Evangelios de la Infancia; la teología de la nueva Eva, imagen de la mujer nueva y madre nuestra en el orden de la gracia; y la maternidad divina y la perfecta redención de María por parte de Cristo. Todo esto "exigía" la proclamación de la Asunción de nuestra santísima Madre al cielo.

En efecto, la persuasión de todo el orbe católico acerca de la excelsa santidad de María, toda pura e inmaculada desde el primer instante de su concepción; el privilegio singularísimo de su divina maternidad y de su virginidad intacta; y su unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde el momento de la Encarnación hasta el pie de la cruz y el día de la Ascensión de su Hijo al cielo, han sido siempre, desde los inicios, los argumentos más contundentes para creer que Dios no permitiría que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro. Ella no podía sufrir las consecuencias de un pecado que no había conocido jamás.

"Con razón no quisiste, Señor -rezamos en el prefacio de la Misa de hoy- que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro".

La Asunción de nuestra Madre santísima constituye, además, una participación muy singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección y del triunfo definitivo de los demás cristianos, hijos suyos.

Ella, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y primicia de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. Y ya desde ahora, María brilla ante el pueblo de Dios, aún peregrino en este mundo, como faro luminoso, como estrella de la mañana, como señal de esperanza cierta, como causa de nuestra alegría, como auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores y consuelo de los afligidos. ¡El triunfo de María es ya nuestro triunfo!

Propósito

¡Acójamos hoy a su regazo maternal y que María santísima, asunta hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, nuestra guía, nuestra protectora y abogada, nuestra reina y nuestra compañera de camino hasta la eternidad!

Diálogo con Cristo

"No se aparte María de tus labios ni de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora, no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si la contemplas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si ella es tu guía, no te fatigarás; y si ella te ampara, llegarás felizmente al puerto". Texto de san Bernardo

Domingo 17 de agosto

Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net

Cuando parece que Dios desoye nuestras plegarias

Mateo 15, 21-28. Tiempo Ordinario. Quiere que creamos y esperemos contra toda esperanza humana.

Del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28

En aquel tiempo saliendo de Genesaret, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Oración introductoria

Mi fe, frente a las dificultades, se debilita, cuando debería crecer. Humildemente recurro a ti, Señor y Padre mío, suplicando la intercesión de san José, para que esta oración me ayude a aumentar mi fe, acrecentar mi esperanza y, sobre todo, sea el medio para crecer en mi caridad, en mi amor a Ti y a los demás.

Petición

¡Señor, hazme un testigo fiel de mi fe!

Meditación del Papa Francisco

Jesús alabó mucho la fe de la hemorroísa, de la cananea o del ciego de nacimiento y decía que quien tenga fe como un grano de mostaza puede mover montañas. Esta fe nos pide dos actitudes: confesar y confiar. Sobre todo confesar.
La fe es confesar a Dios, pero el Dios que se ha revelado a nosotros, desde el tiempo de nuestros padres hasta ahora; el Dios de la historia. Y esto es lo que todos los días recitamos en el Credo. Y una cosa es recitar el Credo desde el corazón y otra es hacerlo como papagayos. Creo, creo en Dios, creo en Jesucristo, creo... ¿Yo creo en lo que digo? ¿Esta confesión de fe es verdadera o la digo de memoria porque se debe decir? ¿O creo a medias? ¡Confesar la fe! ¡Toda, no una parte! Y esta fe guardarla toda, como ha llegado a nosotros, por el camino de la tradición: ¡toda la fe! ¿Y cómo puedo saber si yo confieso bien la fe? Hay un signo: quien confiesa bien la fe, y toda la fe, tiene la capacidad de adorar, adorar a Dios.

Nosotros sabemos cómo pedir a Dios, cómo dar gracias a Dios, pero adorar a Dios, ¡alabar a Dios es más! Solamente quien tiene esta fe fuerte es capaz de la adoración. (Cf. S.S. Francisco, 10 de enero de 2014, homilía en Santa Marta).

Reflexión

¿No te ha pasado alguna vez que, cuando has rezado con mucho fervor por una necesidad particular o por una intención que llevabas muy en el alma, pareciera que Dios no te hace caso? Cuando ha estado muy enferma tu mamá, un hijo, tu esposo o cualquier ser querido, y has pedido a nuestro Señor que les devuelva la salud, y parece que no te escucha; o cuando has tenido un problema especial de cualquier índole –personal, familiar o profesional– y, después de encomendarte a Dios, no te han salido las cosas como tú querías; cuando alguno de tus mejores amigos ha sufrido un accidente o una operación grave y no ha salido adelante... Podríamos multiplicar los casos hasta el infinito, y tal vez a veces constatamos lo mismo: parece que nuestro Señor se hace un poco el sordo y tarda en responder a nuestras peticiones... ¿Verdad que es una experiencia que ocurre con cierta frecuencia en nuestra vida? Y si Cristo nos prometió atender nuestras plegarias –"Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá"– ¿por qué entonces Dios actúa así con nosotros?

San Agustín también se lo preguntó en más de una ocasión. ¿Y sabes qué respuesta encontró? "Dios –afirma– que ya conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Y por eso, cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo". Por tanto, lo que Dios pretende con ese modo de actuar es que se dilate nuestra capacidad de desear y de recibir los dones que nos promete.

Además, Él escucha siempre nuestras plegarias, y yo estoy totalmente convencido de ello. Lo que ocurre es que no siempre nos concede las cosas que le pedimos o no las hace como nosotros pretendíamos. Él es infinitamente más sabio que nosotros y, como buen Padre, nos da aquello que es más oportuno para nuestras almas. San Pablo nos dice, en efecto, que "nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene" (Rom 8, 26). Nadie tildará de cruel a una madre que no da a su niño pequeño el cuchillo que le pide, aunque sólo quiera jugar un poco sin pretender hacer ningún mal a nadie....

Más aún, lo que quiere Dios es aumentar nuestra fe en Él, nuestra confianza y nuestro amor incondicional a su Persona. Quiere que creamos y esperemos contra toda esperanza humana; que sigamos confiando en Él, en su omnipotencia y en su amor misericordioso, incluso cuando ya no se ve ningún remedio humano posible. Y precisamente entonces es cuando se revelará con más evidencia la grandeza de su poder y nos daremos cuenta de que ha sido Dios quien nos ha dado todo libre y gratuitamente, sólo porque Él es infinitamente bueno con sus criaturas. Al prolongar nuestra espera, desea probar cuán grande es nuestra fe y nuestra confianza en Él; y que le demostremos que, a pesar de todas las dificultades, le amamos por encima de todas las cosas, nos conceda o no lo que le pedimos.

Finalmente, una condición indispensable para que nuestras súplicas sean auténtica oración cristiana –y no una especie de chantaje contra Dios– es que siempre busquemos en todo su santísima voluntad. Así nos enseñó Jesús a orar y así lo decimos todos los días en el Padrenuestro: "Hágase, Señor, tu voluntad, en la tierra como en el cielo..."

Un ejemplo maravilloso de esto que estamos diciendo lo encontramos en el Evangelio de este domingo. Jesús se retira un poco de Galilea y hace una brevísima incursión por las regiones de Tiro y Sidón, ciudades paganas. Y he aquí que una mujer cananea le sale al encuentro y se pone detrás de Él, pidiéndole a gritos –literalmente– que cure a su hija enferma. ¿Y qué nos dice el Evangelio? Que Jesús "no le respondió ni palabra". ¡Demasiada indiferencia!, ¿no? Pero no acaba todo aquí. Son sus propios discípulos los que, viendo al Maestro impertérrito, le suplican que la atienda. Pero no se lo piden por compasión, sino para que deje de gritar detrás de ellos. ¡Qué vergüenza que una "loca" los venga siguiendo con esos gritos!... Pero Jesús vuelve a darles otra aparente negativa: "No he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Y nuevamente silencio.

La mujer llega corriendo y se postra a los pies de nuestro Señor, pidiéndole que tenga piedad de ella: "Señor, socórreme". Una oración brevísima, llena de dolor, de fe y de inmensa confianza. Es la súplica desgarrada de una madre. Pero Cristo, con su respuesta, parece ignorarla. Seguramente se estaría haciendo una grandísima violencia interior, pues conocemos su infinita misericordia. Pero tenía que llevar hasta el fin la fe de esta mujer para dejarnos una lección tan importante. Si ella no hubiese tenido la fe y la humildad que tuvo, se habría marchado furiosa y escandalizada del Maestro. "No está bien –le responde el Señor– echar a los perros el pan de los hijos" –ya que Él había sido enviado a curar primero a los hijos de Israel–. Pero la mujer no se da por ofendida y persevera en su oración de súplica. Sus maravillosas palabras, de una humildad y de una confianza conmovedoras, son dignas de ser grabadas no ya en una lápida de bronce, sino en el fondo de nuestros corazones: "Tienes razón, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos".

Y es entonces cuando nuestro Señor prorrumpe en un grito de júbilo y de admiración ante la grandeza de alma de esta mujer, que ni siquiera era del pueblo elegido: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel momento –nos narra el Evangelio– quedó curada su hija. La fe de esta mujer venció todos los obstáculos y conquistó el corazón de Jesucristo.

Ésta es la lección de hoy: sólo con la fe, la humildad, la confianza y la perseverancia en nuestra oración, a pesar de todas las dificultades -como la mujer cananea– es como penetramos hasta el corazón de Dios y sólo así es como el Señor escucha nuestras plegarias.

Propósito

En las dificultades de este día, hacer un acto de fe y pedir con confianza la ayuda de Dios.

Diálogo con Cristo

Señor, sólo con la fe, la humildad, la confianza y la perseverancia en nuestra oración, a pesar de todas las dificultades –como la mujer cananea– es como penetramos hasta el corazón de Dios y sólo así es como escuchas nuestras plegarias.