Domingo 6º de Pascua
Dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará
mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que
no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía,
sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero
el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien
os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo,
mi paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón
ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me
amárais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os
lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo».
Comentario: Rvdo. P. D.
Francisco Catarineu Vilageliu
Hoy,
antes de celebrar la Ascensión y Pentecostés, releemos todavía las palabras del
llamado sermón de la Última Cena, en las que debemos ver diversas maneras de
presentar un único mensaje, ya que todo brota de la unión de Cristo con el
Padre y de la voluntad de Dios de asociarnos a este misterio de amor.
A
Santa Teresita del Niño Jesús un día le ofrecieron diversos regalos para que
eligiera, y ella —con una gran decisión aun a pesar de su corta edad— dijo: «Lo
elijo todo». Ya de mayor entendió que este elegirlo todo se había de concretar
en querer ser el amor en la Iglesia, pues un cuerpo sin amor no tendría
sentido. Dios es este misterio de amor, un amor concreto, personal, hecho carne
en el Hijo Jesús que llega a darlo todo: Él mismo, su vida y sus hechos son el
máximo y más claro mensaje de Dios.
Es
de este amor que lo abarca todo de donde nace la “paz”. Ésta es hoy una palabra
añorada: queremos paz y todo son alarmas y violencias. Sólo conseguiremos la
paz si nos volvemos hacia Jesús, ya que es Él quien nos la da como fruto de su
amor total. Pero no nos la da como el mundo lo hace (cf. Jn 14,27), pues la paz
de Jesús no es la quietud y la despreocupación, sino todo lo contrario: la
solidaridad que se hace fraternidad, la capacidad de mirarnos y de mirar a los
otros con ojos nuevos como hace el Señor, y así perdonarnos. De ahí nace una
gran serenidad que nos hace ver las cosas tal como son, y no como aparecen.
Siguiendo por este camino llegaremos a ser felices.
«El
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). En estos últimos días de
Pascua pidamos abrirnos al Espíritu: le hemos recibido al ser bautizados y
confirmados, pero es necesario que —como ulterior don— rebrote en nosotros y
nos haga llegar allá donde no osaríamos.