Interesante
artículo de don Luis Cruz de Sola publicado en la web COFRADEMANIA el pasado día
3 de los corrientes sobre nuestros hermanos don José Andrades Borrego y don
Francisco Bernal Suárez.
Pepe y Paco son dos cofrades casi anónimos. Los
conocemos por sus nombres y muy pocos saben, siquiera, sus apellidos y alguna
parte de su historia personal. Solo conocemos de ellos que son dos buenas
personas, que son hermanos de la
Hermandad de las Cinco Llagas, que asumieron hace muchos años
la responsabilidad gratuita de abrir cada mañana la Iglesia de San Francisco,
permanecer cuidándola varias horas, atender con paciencia y una sonrisa a todos
los que le preguntan por cualquier cosa o casi se confiesan con ellos (algunos
los llaman “padre”), y conseguir que cientos de personas, digo bien, cientos
por no decir más de mil en algunos días, entren a postrarse ante el Santísimo,
o a rezar y contar sus cuitas al Señor de las Cinco Llagas, a la Virgen de la Esperanza , a San Judas,
a San Antonio o al anónimo y humilde Cristo Crucificado que, en semioscuridad,
acoge y consuela nuestras aflicciones y tristezas.
Paco y Pepe son jubilados, tienen familia, podrían,
como tantos, levantarse más tarde, desayunar con los suyos, salir a dar un
paseo, disfrutar de nuestro Jerez y de su ambiente, ver la marcha de algunas de
las pocas obras que se realizan en nuestra ciudad (oficio general de muchísimos
“retirados”), o cualquier otra actividad que se les apetezca en cada momento.
Sin embargo, en nombre de su Hermandad, y con la
confianza de la comunidad franciscana, se pegan un madrugón todos los días del
año para abrir, a las 8,30 en punto, una Iglesia que seguramente estaría
cerrada de manera casi permanente, y para demostrar que, por encima de todo, un
templo dedicado a Dios es un lugar de oración, de intimidad personal, de cultos.
En San Francisco entran “rezadores”, como una vez le
escuché decir a José Luis Zarzana, y pocos turistas, en general algo
despistados, que se sorprenden del ir y venir de gente de cualquier clase y
condición, en un edificio religioso que no es la octava maravilla del mundo,
pero que es, simplemente y con grandeza, “Iglesia”, lo que debe ser una Iglesia.
Paco y Pepe son cofrades, de los pocos que van
quedando que anteponen su espíritu de servicio a la Hermandad y a la Iglesia , a cualquier
ostentación de cargos o de conocimientos profundos sobre imágenes, bandas,
costaleros, vestidores, o lo que sea. Están allí todas las mañanas del año
porque saben lo que supone abrir aquella Iglesia para cientos de personas,
porque sienten que están trabajando por su Hermandad, porque conocen historias,
decenas de historias contadas ante el Señor de la Vía Crucis o la Virgen de la Esperanza.
Han existido muchos “Pacos y Pepes” en nuestras
hermandades que han sido ejemplo de humildad, de sacrificio, de vivir y sentir
de verdad lo que es una Hermandad. Gente a las que apenas conocimos y que,
desde su supuesta pequeñez, con su abnegado trabajo, con la sencillez de sus
palabras, nos enseñaron a amar a Cristo y a María, y a comprender lo que
significa ser cofrade: Fe, entrega, humildad, sacrificio, Iglesia, y amor,
mucho amor por derrochar.
Gracias a Dios, todavía quedan algunos de estos
Cofrades, con mayúscula. Los vemos cada día. En mi hermandad existen, en todas
las hermandades existen. Unos abren y mantienen Iglesias, otros llevan cuentas,
reparten cartas o lo que haga falta. Están a nuestro lado, pasan casi
desapercibidos por la fuerza de la costumbre y, demasiadas veces, no les damos
el sitio que su vida en la hermandad se merece.
Solo tenemos que buscar a nuestros “Pacos y Pepes”,
acercarnos, darles un abrazo y decirles, simplemente, Gracias.