Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

viernes, 24 de mayo de 2019

Semana Santa de Jerez 2019 - Madrugada - Saeta de Luis Lara a las Cinco Llagas

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA


VI Domingo de Pascua (ciclo C)
El Espíritu Santo os irá recordando todo

El Evangelio nos prepara ya, de alguna manera, para la fiesta de Pentecostés, situando la persona del Espíritu Santo en el centro del pasaje que leemos este domingo. Durante el tiempo de Pascua, en el que llevamos más de un mes, la Palabra de Dios se resume en dos aspectos: una realidad y unos efectos. La realidad es el acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo; no como hecho autónomo, sino unido con la Pasión y la Muerte del Señor. La imagen más nítida para comprender el nexo Muerte-Resurrección de Cristo la ofrecen las llagas que el Resucitado muestra al incrédulo Tomás. Jesús está vivo, pero no oculta la realidad del sufrimiento anterior. En cuanto a los efectos que la Resurrección produce entre los discípulos sobresalen la tristeza convertida en alegría y la cobardía transformada en valentía. Los textos evangélicos de los pasados domingos dan sobrada cuenta de estos efectos. Esta vez se nos insiste de nuevo en uno de ellos: la paz, una paz de la que el Señor afirma que «no os la doy yo como la da el mundo», sino que ofrece una consistencia que, naciendo de Dios, supera lo cambiante y efímero de la paz que podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas. Pero, sin duda, todas las consecuencias de la Resurrección del Señor tienen como motor al Espíritu Santo.

Maestro y memoria
Poco antes de morir, Jesús quiere provocar una certeza en sus discípulos: nunca estarán solos o abandonados. Consciente de la no sencilla misión que tienen por delante, el Señor sabe que necesitan un apoyo especial para desempeñar con éxito la tarea que les es encomendada y quiere mostrarles que el Espíritu Santo será esa ayuda. La palabra con la que se designa aquí a la tercera persona de la Santísima Trinidad es «Paráclito», que significa literalmente «abogado». El Espíritu es, en efecto, el que les va a impulsar y sostener en la difícil pero apasionante labor que van a desempeñar cuando ya no puedan ver al Señor como hasta ahora. El texto dice que «será él quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Si nos fijamos, esta doble función de maestro y recuerdo resume realidades ya presentes anteriormente. En primer lugar, el «Maestro» por excelencia ha sido Jesús. De hecho, la palabra «discípulo» hace alusión siempre al maestro, no entendiéndose el vínculo del Señor con quienes le seguían sin este aprendizaje de una doctrina, pero fundamentalmente de un modo nuevo de afrontar la vida. En segundo lugar, la palabra «memoria» no es nueva ni siquiera del Nuevo Testamento. La relación del pueblo de Israel con Dios se había comprendido desde hacía muchos siglos bajo esta categoría. Si el pueblo de Dios confía en Dios es porque guarda memoria de la salvación que ha tenido lugar en episodios clave de su historia, ocupando un lugar privilegiado en este recuerdo la liberación de Israel de las manos del faraón. Han pasado los siglos y ahora los discípulos deben recordar no solamente lo ocurrido hacía más de 1.000 años, sino que deben, sobre todo, interiorizar la enseñanza de Jesús. Sería impropio reducir la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia inicial a un cambio de ánimo o un ímpetu externo en el anuncio del Evangelio. La auténtica acción del Paráclito consiste, ante todo, en interiorizar cuanto ha sucedido, es decir, en leer toda la vida y enseñanza del Señor a la luz de lo que el Espíritu Santo les va mostrando. Si la comunidad es el protagonista visible de la Iglesia, el Espíritu es el actor invisible. La misión de la Iglesia desde entonces no ha sido otra que lograr que haya sintonía entre comunidad y Espíritu Santo. Muestra de ello es la resolución del Concilio de Jerusalén, que escuchamos en la primera lectura de este domingo. La conclusión de la no obligatoriedad de las leyes judías para los cristianos procedentes del paganismo es considerada por los apóstoles como fruto de la acción del Espíritu Santo, que no abandona a su Iglesia. Esta presencia y ayuda no se circunscribe al siglo I, sino que continúa hasta nuestros días.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».


Juan 14, 23-29






viernes, 17 de mayo de 2019

Rogad a Dios en caridad por el alma de Fray Ricardo de Córdoba, sacerdote de la orden de frailes menores capuchinos




El capuchino no ha podido sobrevivir a las secuelas que ha tenido a causa de la  taquicardia ventricular que lo dejó en coma el pasado 4 de mayo. Desde ese día, las cofradías andaluzas han rezado por la salud de fray Ricardo que hoy nos deja para ir a la casa del Padre.

Fray Ricardo destacó además de como gran predicador –no en vano ha celebrado todos los cultos de nuestra Hermandad de las Cinco Llagas- y sacerdote, como diseñador dibujante de bordados y como vestidor de imágenes. Además, en su ciudad natal – Córdoba- fue el artífice de la revolución estética que experimentó la Semana Santa en la década de los 70 del pasado siglo.

Sevilla, Jerez, Málaga –ciudades donde ha dejado honda huella y gran cantidad de amigos entre los que nos contamos- y sobre todo Córdoba recuerdan hoy la labor de este incansable fraile al que la Semana Santa andaluza nunca le podrá agradecer todo lo que hizo.

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

V Domingo de Pascua (ciclo C)
«Como yo os he amado»

Tras escuchar los relatos de las apariciones del Señor resucitado durante los primeros domingos de Pascua, el Evangelio se centra ahora en las consecuencias de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. Pero antes de explicar qué implica que el Señor haya sido glorificado, es importante comprender qué se entiende por «glorificación». Aunque resulte extraño, para san Juan, cuyo pasaje del Evangelio leemos este domingo, la glorificación de Jesús no se sitúa únicamente tras la Resurrección, como en una lógica humana cabría esperar. Por el contrario, el discurso que aparece en este texto presenta la glorificación de Jesús justo cuando va comenzar el episodio más dramático de su existencia. Ante esta situación, cabe preguntarse por el sentido de esta paradoja, es decir, cómo es posible que se hable de glorificación cuando alguien se dirige a una muerte, además injusta. La respuesta hay que encontrarla en la inseparable unidad que se da, y que Juan destaca, entre la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo. Es el mismo sentido que tiene la frase «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida» de uno de los prefacios pascuales de la plegaria eucarística, frente al «resucitando destruyó nuestra muerte», que en otra lógica se hubiera esperado. En definitiva, el comienzo de la Pasión del Señor aparece como el inicio de la novedad absoluta que Dios lleva a cabo por medio de su Hijo.

Un mandamiento nuevo
Vinculado con estas dramáticas circunstancias, Jesús promulgará también el nuevo mandamiento, a modo de testamento, puesto que afirma «me queda poco de estar con vosotros». La insistencia en el amor al prójimo no es nueva, ya que, como sabemos, tal precepto constituía, junto con el amor a Dios, un principio fundamental en la Ley de Moisés. Sin embargo, no hallamos hasta ahora la propuesta de un modelo concreto para vivir ese amor. En este punto, la novedad la constituye la proposición «como yo os he amado»: es decir, Jesucristo se sitúa como la referencia del amor que los hombres debemos mostrarnos entre nosotros. El otro punto ligado a este precepto es que además será la señal de reconocimiento de los cristianos: «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Glorificación y amor: las consecuencias de una novedad
La ordenación de las lecturas de la Misa de estos domingos de Pascua juega con el contraste entre la profundidad de la enseñanza de san Juan, vinculada a los discursos del Señor, y el desarrollo de las primeras comunidades cristianas, reflejado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Este último libro nos dibuja un cuadro de las diferentes iglesias que gradualmente están siendo evangelizadas. Ellas están conociendo precisamente el núcleo de la fe cristiana que ahora se define como la glorificación del Señor y la llamada al amor fraterno. Pero aunque a menudo se conciba el desarrollo de la evangelización inicial como un proceso expansivo de desbordante éxito, la misma Escritura refleja no rara vez serias dificultades para vivir la fe. De este modo, Pablo y Bernabé advierten este domingo de las tribulaciones a las que habrán de hacer frente los discípulos para entrar en el reino de Dios. Entre esos problemas no solo se contemplan las persecuciones externas de quienes no quieren oír predicar en nombre de Jesucristo, sino también la resistencia para vivir el mandamiento del amor al prójimo entre ellos mismos. Con todo, al tener el ejemplo del Señor, con la expresión máxima de este amor entregando su vida, nuestra debilidad, limitación y resistencia a la caridad no tienen la última palabra, dado que el mismo Señor promete estar presente en nuestra vida capacitándonos para vivir el amor. De hecho, al igual que en los primeros siglos, la vivencia sincera del amor fraterno no solo ha sido el signo distintivo de los cristianos, sino el motor que sigue propulsando la vida de la Iglesia hacia la novedad absoluta que es la vida con Jesucristo resucitado, participando así de su glorificación.


  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».


Juan 13, 31-33ª.34-35






Interesante artículo sobre la española que será beatificada mañana sábado 18 de mayo




Guadalupe, una mujer que se adelantó a su tiempo

Fuente: DIARIO DE JEREZ   

JUAN LUIS SELMA, SACERDOTE            17 de mayo de 2019

 

 ¿Qué es un santo? Este próximo sábado el Palacio Vistalegre Arena de Madrid va a ser testigo de un acontecimiento poco frecuente, la beatificación de una mujer, de Guadalupe Ortiz de Landázuri. Todo un ejemplo que se adelantó a los tiempos, y que hoy la Iglesia nos pone como modelo e intercesora. En palabras del prelado del Opus Dei, Guadalupe vivió una vocación apasionada, sencilla y alegre.


Un santo para la Iglesia es alguien que ha vivido su fe. Que ha dejado crecer en su vida el amor de Dios. Una persona de carne y hueso como todos, pero que no se ha quedado ahí. Que siendo humano reacciona de otro modo. Por ejemplo, Guadalupe asistió a la ejecución de su padre en la Cárcel Modelo. Escribe su hermano Eduardo: "Mucho se podría contar de aquella noche que pasamos juntos mis padres, Guadalupe y yo -; de la entereza de mi padre no aceptando un indulto que le colocaba frente a sus compañeros del Cuerpo de Artillería, del valor de Guadalupe, que externamente no se inmutó, dando fuerzas con su serenidad a mi madre y, desde luego, a mí". Esto no le dejó ningún resquemor, perdonó y durante su estancia en México frecuentó, hizo favores y amistades entre la colonia de republicanos que allí estaban exiliados, alguno responsable de esta muerte.


El santo es fruto de su tiempo, pero va más allá. Guadalupe hija de militar, la única mujer entre sus hermanos, con sólo cuatro compañeras en las aulas donde estudió Ciencias Químicas, no se conformó con el papel que le marcaba la sociedad. Fue una mujer que más allá de su época. Valiente, independiente, aventurera, apasionada y decidida. Una soñadora inconformista.


Ser santo es lo más moderno y progresista. Es no actuar como dicta la moda, lo que hacen todos, lo políticamente correcto. Es no ver imposibles, no pararse ante las dificultades. Es un superarse constante sin ceder al desánimo, sin pararse ante los obstáculos y limitaciones. El santo deja obrar a Dios y hace milagros.


Apasionada, sabía amar. Notaba una inquietud en su alma y le preguntó a un antiguo compañero de químicas por un sacerdote que le pudiera aconsejar. Le dio la dirección de Josemaría Escrivá y en su primer encuentro le dijo: "Creo que tengo vocación". La respuesta acerca de su posible vocación fue también sencilla: "Eso yo no te lo puedo decir. Si quieres, puedo ser tu director espiritual, confesarte, conocerte". Era exactamente lo que ella buscaba. "Tuve la sensación clara de que Dios me hablaba a través de aquel sacerdote, no sólo con sus palabras, sino con su oración de petición por mí", comentó después. Y al poco, el 19 de marzo de 1944 descubrió su vocación al Opus Dei.


Desde entonces supo hacer compatible el ejercicio de su profesión de química, la investigación, las tareas del hogar, los apostolados con mujeres jóvenes. Fue de las primeras que comenzaron la labor del Opus Dei en México. Allí llegaron con nada y con muchas ganas de hacer apostolado y de servir. Cuenta en una carta a san Josemaría: "No sé si le dije que tres de nosotras estamos haciendo un curso de campo y granja que da un ingeniero agrónomo en el Colegio Francés; es muy práctico todo lo que enseña, y así tendremos más idea cuando empiece a funcionar la casa de campo Montefalco". Puso tanto entusiasmo en su labor que en poco tiempo surgieron muchas vocaciones e iniciativas apostólicas y sociales. El trabajo de promoción de las campesinas le llenaba de ilusión.


El santo es el líder, el libertador y revolucionario. El que arrastra a otros para cambiar el mundo. Los demás le siguen porque es asequible, atrayente, auténtico. Se saben seguros a su lado, se sienten queridos, valorados e importantes. El santo sabe sacar lo mejor de los que le rodean, y estos confían en él. Siempre anima, comprende, disculpa y entusiasma. Nunca te deja en la estacada, si caes te levanta, y si hace falta te lleva en hombros, pero no te deja tirado. Reza por ti, te hace feliz. El santo quiere y se hace querer. De Guadalupe decía una alumna suya: "Nos imantaba con su modo de hacer y de hablar". Nos enseñó a compaginar los distintos aspectos de la vida: el trabajo, la familia… "Lo tenía todo: guapa, bella, elegante, siempre alegre, buena compañera, santa. Para nosotras era santa, por la naturalidad con la que vivía su fe".


Un santo es feliz. Es alegre porque se sabe en buenas manos, en las de Dios. Contagia gozo a los demás. Cuando te mira te sonríe, te ve con esa chispa que dice que eres bienvenido, que le interesas. Te sientes dichoso. Y eso tiene un valor incalculable. Todo lo solventa con una sonrisa o una carcajada.


¿El secreto del santo? Quizá la mejor respuesta la ofreció Guadalupe al escribir: "Casi constantemente encuentro a Dios en todo; esa seguridad de Dios en mi camino, junto a mí, me da ilusión en todo".

.


domingo, 12 de mayo de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

IV Domingo de Pascua (ciclo C)
El Buen Pastor

No solo el Evangelio, sino también las oraciones de la Misa de este domingo se centran en Jesucristo como Buen Pastor. A pesar de la brevedad del pasaje evangélico que la liturgia nos ofrece en este cuarto domingo de Pascua, nos encontramos ante un texto de una enorme densidad y profundidad. De las distintas imágenes que se emplean en la Biblia para hablar de Jesús, tales como Cordero, Señor, Rey, Piedra Angular, Hijo del hombre o Siervo, probablemente sea la de Pastor la que mejor expresa la relación entre Jesucristo y los hombres. Se trata de una figura central en la cultura semítica, y, si bien durante los últimos años ha perdido relevancia por el cierto declive de la cultura agrícola y ganadera en nuestra sociedad, todavía hoy se reconoce la imagen del pastor que guía a las ovejas.
Para el pueblo judío, en los tiempos mesiánicos un descendiente de David, que era pastor, sería el pastor y guía de Israel. Además, el Evangelio emplea el calificativo de «bueno» para referirse a este pastor. De este modo, san Juan utiliza el mismo término que para referirse al vino «bueno» de las bodas de Caná; un adjetivo únicamente empleado en el cuarto Evangelio para aludir a Jesús y a su misión en los tiempos mesiánicos.

El Pastor que da la vida eterna
Si de algo tuvieron conciencia las primeras comunidades de cristianos tras la Muerte y Resurrección del Señor es de que Jesucristo estaba vivo y que, por lo tanto, la muerte había sido vencida definitivamente por Él. En ese momento cobraron especial relevancia las palabras pronunciadas tiempos antes por el Señor referidas a nosotros como sus ovejas: «yo les doy la vida eterna». La vida eterna es la vida verdadera, la vida sin ocaso y llena de sentido que el Señor ofrece a quienes escuchan su voz. El ofrecimiento de la propia vida es una de las ideas que mayor fuerza tienen en la misión del Señor; un concepto que vincula de modo privilegiado la existencia de Jesús con su sacerdocio: es sacerdote el que ofrece un sacrificio y, por eso precisamente, la Sagrada Escritura y la liturgia de la Iglesia han subrayado siempre la dimensión sacerdotal de Jesucristo, quien ofrece, entrega y dona su vida para que nosotros tengamos vida. Por tanto, la función pastoral, de cuidado de las ovejas, y la sacerdotal, de entrega de la propia vida, no aparecen confrontadas, sino unidas en la persona del Señor.

«Yo las conozco y ellas me siguen»
San Juan concluye este pasaje con la afirmación «yo y el Padre somos uno», indicando, de este modo, la intimidad que existe entre ellos. Puesto que donde hay unidad existe conocimiento y amor, el Señor propone la relación entre él y sus seguidores como un vínculo con este carácter. Se supera, incluso, con ello otra relación habitual en el Evangelio: la del maestro y los discípulos. No se trata ya solo de una familiaridad en el trato, ni siquiera únicamente de convivencia externa prolongada en el tiempo. Lo que el Señor propone incide en el plano más íntimo de la persona. Se propone una vinculación fundamentada en la confianza y amor recíproco, y posibilitada únicamente por el don de Dios, que atrae a todos hacia Él.

La escucha y el seguimiento
Ciertamente, la participación en esa vida eterna propuesta por Jesucristo no se realiza por el solo ofrecimiento del Señor. Para disfrutar del nuevo modo de existencia se requiere la puesta en juego de la voluntad: la escucha y el seguimiento. Los Hechos de los Apóstoles, en efecto, nos presentan este domingo un pasaje en el que los judíos de Antioquía de Pisidia rechazan la vida eterna predicada por Pablo y Bernabé, mientras que los gentiles la aceptan. Así pues, la vida eterna es una propuesta universal que tiene como destinatarios a personas «de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas», siendo necesaria la docilidad a la acción de Dios y la respuesta con decisión a los dones de fe, esperanza y caridad.

  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».


Juan 10, 27-30





miércoles, 8 de mayo de 2019

Jubiloso natalicio





La pasada madrugada del día de hoy- festividad de San Bonifacio IV, Papa- a las 3,40 horas vino al mundo el pequeño Eduardo Velo Villena, pesando 3,750 Kgrs. La Hermandad de las Cinco Llagas felicita tanto a sus padres, N. H. D. Marco A. Velo García y N. H. Dña. Esperanza Villena Bernal, como a su hermanito Marco Antonio, abuela y tía maternas –también hermanos de la cofradía- por tan feliz acontecimiento con el que todos nos congratulamos.


domingo, 5 de mayo de 2019

Hermandad de Las Cinco Llagas en Carrera Oficial Jerez 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

III Domingo de Pascua (ciclo C)
«Echad la red»

Jesús Resucitado sigue siendo el foco de atención durante estos domingos. Sin duda, la convicción de que el Señor, a quien habían visto humillado y crucificado, está vivo marcó no solo el crecimiento de la Iglesia inicial, sino también el tiempo litúrgico en el que nos hallamos. Este domingo, tras las primeras apariciones en Jerusalén, Juan nos presenta a Jesús junto con algunos de sus discípulos, siete en concreto, junto al lago de Tiberíades.

La pesca milagrosa
Al igual que en otros relatos de apariciones, se parte de una atmósfera de tristeza y decepción ante lo sucedido. Tras el visible fracaso del Señor días atrás, la comunidad de discípulos retorna a su vida anterior. Todo parecía acabado. Incluso la frustración manifestada por los apóstoles en la pesca da la impresión de estar contagiada de la desilusión tras la muerte del Señor. El «aquella noche no cogieron nada» recuerda al episodio de los discípulos de Emaús, cuando caminaban sin otro horizonte que el lamento. Sin embargo, todo cambia al amanecer. Tras una noche infructuosa no tenía sentido seguir pescando, ya que la primera luz del día marcaba el final de la faena en el mar. El alba no solo determina el cese de la habitual labor de pesca, sino que ahora la irrupción de Jesús precisamente en este momento del día hará referencia con claridad a su propia Resurrección, pues, como sabemos, fue al amanecer del primer día de la semana cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío. No obstante, la Biblia refiere otras significativas intervenciones de Dios al alba, especialmente en los acontecimientos vinculados al Éxodo del pueblo de Israel de Egipto.
La abundancia de la pesca, tras seguir las indicaciones de Jesús, muestra la fecundidad de los apóstoles cuando se han fiado del Señor. A nosotros este pasaje pretende enseñarnos que, cuando ponemos toda nuestra confianza en el Señor, la propia vida adquiere pleno sentido y puede producir un fruto incalculable. Jesucristo puede dar plena eficacia a nuestro trabajo si, con un espíritu de humildad y obediencia a su voluntad, cumplimos su designio.

«Señor, tú sabes que te quiero»
Concluida la pesca, Jesús se dispone a comer con sus discípulos, en una escena que rememora la institución de la Eucaristía, dado que Jesús reparte el pan entre los discípulos. Pero es al concluir esta comida cuando Pedro será confirmado en su misión, siendo rehabilitado tras la triple negación al Señor en la noche en que este fue prendido. El abandono de Pedro en los momentos más dramáticos de la vida de Jesús había puesto de manifiesto no solo la debilidad de los apóstoles antes de la Resurrección de Cristo y del envío del Espíritu Santo sobre ellos. También pretende mostrarnos la cortedad de nuestros planes si no contamos con la ayuda de Dios. Pedro se había confiado demasiado a sus propias fuerzas, al afirmar que aunque todos abandonaran a Jesús, él no lo haría. Poco después juraría que ni conocía al Señor. Por eso esta triple confesión de amor de Pedro se entiende como la reparación de Pedro y la rehabilitación y perdón por parte de Jesús. Y esta vez Pedro no se compara con el resto de discípulos, sino que centra la atención en su vínculo de amor con el Señor.
Como colofón de la escena el Señor le dice a Pedro «sígueme». No se trata solo de la confirmación de la misión del príncipe de los apóstoles, sino que muestra que la adhesión de amor hacia el Señor, aparte de llevar aparejada una misión concreta de pastorear o de apacentar, implica un seguimiento radical. El texto explicita como consecuencia de la entrega total al Señor la muerte martirial con la que Pedro daría la vida por confesar el nombre de Cristo.


  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos 200 codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.



Juan 21, 1-14