III
Domingo de Pascua (ciclo C)
«Echad
la red»
Jesús Resucitado sigue siendo el foco de atención durante estos domingos. Sin duda, la convicción de que el Señor, a quien habían visto humillado y crucificado, está vivo marcó no solo el crecimiento de
La pesca milagrosa
Al igual que en otros relatos de apariciones, se parte de
una atmósfera de tristeza y decepción ante lo sucedido. Tras el visible fracaso
del Señor días atrás, la comunidad de discípulos retorna a su vida anterior.
Todo parecía acabado. Incluso la frustración manifestada por los apóstoles en
la pesca da la impresión de estar contagiada de la desilusión tras la muerte
del Señor. El «aquella noche no cogieron nada» recuerda al episodio de los
discípulos de Emaús, cuando caminaban sin otro horizonte que el lamento. Sin
embargo, todo cambia al amanecer. Tras una noche infructuosa no tenía sentido
seguir pescando, ya que la primera luz del día marcaba el final de la faena en
el mar. El alba no solo determina el cese de la habitual labor de pesca, sino
que ahora la irrupción de Jesús precisamente en este momento del día hará
referencia con claridad a su propia Resurrección, pues, como sabemos, fue al
amanecer del primer día de la semana cuando las mujeres encontraron el sepulcro
vacío. No obstante, la Biblia
refiere otras significativas intervenciones de Dios al alba, especialmente en
los acontecimientos vinculados al Éxodo del pueblo de Israel de Egipto.
La abundancia de la pesca, tras seguir las indicaciones de
Jesús, muestra la fecundidad de los apóstoles cuando se han fiado del Señor. A
nosotros este pasaje pretende enseñarnos que, cuando ponemos toda nuestra
confianza en el Señor, la propia vida adquiere pleno sentido y puede producir
un fruto incalculable. Jesucristo puede dar plena eficacia a nuestro trabajo
si, con un espíritu de humildad y obediencia a su voluntad, cumplimos su
designio.
«Señor, tú sabes que te quiero»
Concluida la pesca, Jesús se dispone a comer con sus
discípulos, en una escena que rememora la institución de la Eucaristía , dado que Jesús
reparte el pan entre los discípulos. Pero es al concluir esta comida cuando
Pedro será confirmado en su misión, siendo rehabilitado tras la triple negación
al Señor en la noche en que este fue prendido. El abandono de Pedro en los
momentos más dramáticos de la vida de Jesús había puesto de manifiesto no solo
la debilidad de los apóstoles antes de la Resurrección de
Cristo y del envío del Espíritu Santo sobre ellos. También pretende mostrarnos
la cortedad de nuestros planes si no contamos con la ayuda de Dios. Pedro se
había confiado demasiado a sus propias fuerzas, al afirmar que aunque todos
abandonaran a Jesús, él no lo haría. Poco después juraría que ni conocía al
Señor. Por eso esta triple confesión de amor de Pedro se entiende como la
reparación de Pedro y la rehabilitación y perdón por parte de Jesús. Y esta vez
Pedro no se compara con el resto de discípulos, sino que centra la atención en
su vínculo de amor con el Señor.
Como colofón de la escena el Señor le dice a Pedro
«sígueme». No se trata solo de la confirmación de la misión del príncipe de los
apóstoles, sino que muestra que la adhesión de amor hacia el Señor, aparte de
llevar aparejada una misión concreta de pastorear o de apacentar, implica un
seguimiento radical. El texto explicita como consecuencia de la entrega total
al Señor la muerte martirial con la que Pedro daría la vida por confesar el
nombre de Cristo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los
discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael el de Caná de Galilea,
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a
pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se
embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando
Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les
dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no
podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba
le dice a Pedro: «Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se
acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos 200 codos,
remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un
pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de
coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta
de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió
la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era
el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció
a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Juan 21, 1-14