V
Domingo de Pascua (ciclo C)
«Como yo os he amado»
Tras escuchar los relatos de las apariciones del Señor resucitado durante los primeros domingos de Pascua, el Evangelio se centra ahora en las consecuencias de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. Pero antes de explicar qué implica que el Señor haya sido glorificado, es importante comprender qué se entiende por «glorificación». Aunque resulte extraño, para san Juan, cuyo pasaje del Evangelio leemos este domingo, la glorificación de Jesús no se sitúa únicamente tras
Un mandamiento nuevo
Vinculado con estas dramáticas circunstancias, Jesús
promulgará también el nuevo mandamiento, a modo de testamento, puesto que
afirma «me queda poco de estar con vosotros». La insistencia en el amor al
prójimo no es nueva, ya que, como sabemos, tal precepto constituía, junto con
el amor a Dios, un principio fundamental en la Ley de Moisés. Sin embargo, no hallamos hasta
ahora la propuesta de un modelo concreto para vivir ese amor. En este punto, la
novedad la constituye la proposición «como yo os he amado»: es decir,
Jesucristo se sitúa como la referencia del amor que los hombres debemos
mostrarnos entre nosotros. El otro punto ligado a este precepto es que además
será la señal de reconocimiento de los cristianos: «en esto conocerán todos que
sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
Glorificación y amor: las consecuencias de una novedad
La ordenación de las lecturas de la Misa de estos domingos de
Pascua juega con el contraste entre la profundidad de la enseñanza de san Juan,
vinculada a los discursos del Señor, y el desarrollo de las primeras
comunidades cristianas, reflejado en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Este último libro nos dibuja un cuadro de las diferentes iglesias que
gradualmente están siendo evangelizadas. Ellas están conociendo precisamente el
núcleo de la fe cristiana que ahora se define como la glorificación del Señor y
la llamada al amor fraterno. Pero aunque a menudo se conciba el desarrollo de
la evangelización inicial como un proceso expansivo de desbordante éxito, la
misma Escritura refleja no rara vez serias dificultades para vivir la fe. De
este modo, Pablo y Bernabé advierten este domingo de las tribulaciones a las
que habrán de hacer frente los discípulos para entrar en el reino de Dios.
Entre esos problemas no solo se contemplan las persecuciones externas de
quienes no quieren oír predicar en nombre de Jesucristo, sino también la
resistencia para vivir el mandamiento del amor al prójimo entre ellos mismos.
Con todo, al tener el ejemplo del Señor, con la expresión máxima de este amor
entregando su vida, nuestra debilidad, limitación y resistencia a la caridad no
tienen la última palabra, dado que el mismo Señor promete estar presente en
nuestra vida capacitándonos para vivir el amor. De hecho, al igual que en los
primeros siglos, la vivencia sincera del amor fraterno no solo ha sido el signo
distintivo de los cristianos, sino el motor que sigue propulsando la vida de la Iglesia hacia la novedad
absoluta que es la vida con Jesucristo resucitado, participando así de su
glorificación.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios
es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os
amáis unos a otros».
Juan 13, 31-33ª.34-35