VI
Domingo de Pascua (ciclo C)
El
Espíritu Santo os irá recordando todo
El Evangelio nos prepara ya, de alguna manera, para la fiesta de Pentecostés, situando la persona del Espíritu Santo en el centro del pasaje que leemos este domingo. Durante el tiempo de Pascua, en el que llevamos más de un mes,
Maestro y memoria
Poco antes de morir, Jesús quiere provocar una certeza en
sus discípulos: nunca estarán solos o abandonados. Consciente de la no sencilla
misión que tienen por delante, el Señor sabe que necesitan un apoyo especial
para desempeñar con éxito la tarea que les es encomendada y quiere mostrarles
que el Espíritu Santo será esa ayuda. La palabra con la que se designa aquí a
la tercera persona de la
Santísima Trinidad es «Paráclito», que significa literalmente
«abogado». El Espíritu es, en efecto, el que les va a impulsar y sostener en la
difícil pero apasionante labor que van a desempeñar cuando ya no puedan ver al
Señor como hasta ahora. El texto dice que «será él quien os lo enseñe todo y os
vaya recordando todo lo que os he dicho». Si nos fijamos, esta doble función de
maestro y recuerdo resume realidades ya presentes anteriormente. En primer
lugar, el «Maestro» por excelencia ha sido Jesús. De hecho, la palabra «discípulo»
hace alusión siempre al maestro, no entendiéndose el vínculo del Señor con
quienes le seguían sin este aprendizaje de una doctrina, pero fundamentalmente
de un modo nuevo de afrontar la vida. En segundo lugar, la palabra «memoria» no
es nueva ni siquiera del Nuevo Testamento. La relación del pueblo de Israel con
Dios se había comprendido desde hacía muchos siglos bajo esta categoría. Si el
pueblo de Dios confía en Dios es porque guarda memoria de la salvación que ha
tenido lugar en episodios clave de su historia, ocupando un lugar privilegiado
en este recuerdo la liberación de Israel de las manos del faraón. Han pasado
los siglos y ahora los discípulos deben recordar no solamente lo ocurrido hacía
más de 1.000 años, sino que deben, sobre todo, interiorizar la enseñanza de
Jesús. Sería impropio reducir la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia inicial a un
cambio de ánimo o un ímpetu externo en el anuncio del Evangelio. La auténtica
acción del Paráclito consiste, ante todo, en interiorizar cuanto ha sucedido,
es decir, en leer toda la vida y enseñanza del Señor a la luz de lo que el
Espíritu Santo les va mostrando. Si la comunidad es el protagonista visible de la Iglesia , el Espíritu es el
actor invisible. La misión de la
Iglesia desde entonces no ha sido otra que lograr que haya
sintonía entre comunidad y Espíritu Santo. Muestra de ello es la resolución del
Concilio de Jerusalén, que escuchamos en la primera lectura de este domingo. La
conclusión de la no obligatoriedad de las leyes judías para los cristianos
procedentes del paganismo es considerada por los apóstoles como fruto de la
acción del Espíritu Santo, que no abandona a su Iglesia. Esta presencia y ayuda
no se circunscribe al siglo I, sino que continúa hasta nuestros días.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que
estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto
ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando
todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo
como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis
oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de
que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes
de que suceda, para que cuando suceda creáis».
Juan 14, 23-29