IV
Domingo de Pascua (ciclo C)
El
Buen Pastor
No solo el Evangelio, sino también las oraciones de
Para el pueblo judío, en los tiempos mesiánicos un
descendiente de David, que era pastor, sería el pastor y guía de Israel.
Además, el Evangelio emplea el calificativo de «bueno» para referirse a este
pastor. De este modo, san Juan utiliza el mismo término que para referirse al
vino «bueno» de las bodas de Caná; un adjetivo únicamente empleado en el cuarto
Evangelio para aludir a Jesús y a su misión en los tiempos mesiánicos.
El Pastor que da la vida eterna
Si de algo tuvieron conciencia las primeras comunidades de
cristianos tras la Muerte
y Resurrección del Señor es de que Jesucristo estaba vivo y que, por lo tanto,
la muerte había sido vencida definitivamente por Él. En ese momento cobraron
especial relevancia las palabras pronunciadas tiempos antes por el Señor
referidas a nosotros como sus ovejas: «yo les doy la vida eterna». La vida
eterna es la vida verdadera, la vida sin ocaso y llena de sentido que el Señor
ofrece a quienes escuchan su voz. El ofrecimiento de la propia vida es una de
las ideas que mayor fuerza tienen en la misión del Señor; un concepto que
vincula de modo privilegiado la existencia de Jesús con su sacerdocio: es
sacerdote el que ofrece un sacrificio y, por eso precisamente, la Sagrada Escritura
y la liturgia de la Iglesia
han subrayado siempre la dimensión sacerdotal de Jesucristo, quien ofrece,
entrega y dona su vida para que nosotros tengamos vida. Por tanto, la función
pastoral, de cuidado de las ovejas, y la sacerdotal, de entrega de la propia
vida, no aparecen confrontadas, sino unidas en la persona del Señor.
«Yo las conozco y ellas me siguen»
San Juan concluye este pasaje con la afirmación «yo y el
Padre somos uno», indicando, de este modo, la intimidad que existe entre ellos.
Puesto que donde hay unidad existe conocimiento y amor, el Señor propone la
relación entre él y sus seguidores como un vínculo con este carácter. Se
supera, incluso, con ello otra relación habitual en el Evangelio: la del
maestro y los discípulos. No se trata ya solo de una familiaridad en el trato,
ni siquiera únicamente de convivencia externa prolongada en el tiempo. Lo que
el Señor propone incide en el plano más íntimo de la persona. Se propone una
vinculación fundamentada en la confianza y amor recíproco, y posibilitada
únicamente por el don de Dios, que atrae a todos hacia Él.
La escucha y el seguimiento
Ciertamente, la participación en esa vida eterna propuesta
por Jesucristo no se realiza por el solo ofrecimiento del Señor. Para disfrutar
del nuevo modo de existencia se requiere la puesta en juego de la voluntad: la
escucha y el seguimiento. Los Hechos de los Apóstoles, en efecto, nos presentan
este domingo un pasaje en el que los judíos de Antioquía de Pisidia rechazan la
vida eterna predicada por Pablo y Bernabé, mientras que los gentiles la
aceptan. Así pues, la vida eterna es una propuesta universal que tiene como
destinatarios a personas «de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas»,
siendo necesaria la docilidad a la acción de Dios y la respuesta con decisión a
los dones de fe, esperanza y caridad.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas
escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida
eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi
Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la
mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
Juan 10, 27-30