V Domingo de Cuaresma (ciclo
A)
Jesucristo, camino a la vida
auténtica
Probablemente no existe en el mundo un impulso más fuerte
que el deseo de vivir. Somos testigos de cómo la naturaleza y también el hombre
buscan la vida. Sin embargo, sabemos que nos vamos a morir. Si no es antes,
será después. Y esto es un drama para todos nosotros, que anhelamos la vida. Se
podrá prolongar la vida un tiempo, pero nada detiene el día en que llega.
Nuestra reacción primera es rebelarnos contra ello, intentando quitar realismo
a esta certeza de varias formas:
La primera es convirtiendo la muerte en un tabú, tratando
de ocultarla, no pensando en ella. Sin embargo, es inútil cuando la muerte nos
toca de cerca. Nadie puede dejar de llorar la muerte de seres queridos. De hecho,
esto es natural y no significa falta de fe, sino que amamos a las personas.
Jesús mismo lloró la muerte de su amigo Lázaro. También causa desconcierto y
gran dolor cuando ocurre de improviso. Pero habitualmente cada familia gestiona
el dolor individualmente. Por el contrario, cuando golpea al conjunto de una
sociedad es más difícil silenciar esta incómoda realidad, y muchos al mismo
tiempo nos interrogamos sobre el sentido de la vida y nos aferramos más a ella,
valorando aspectos que habitualmente pasan desapercibidos.
El segundo modo de afrontar la partida de seres queridos
es expresando con imágenes nuestro deseo de que el final no sea un estado
definitivo. Así ocurre cuando, por ejemplo, afirmamos que alguien no muere
porque permanece en nuestro recuerdo o corazón. Pero sabemos que se trata de
expresiones de cariño y de intentos de consuelo que solo confirman lo que ven
nuestros ojos. En definitiva, aunque queramos someter la muerte, no podemos.
La acción de Dios supera nuestras expectativas
Cuando las hermanas de Lázaro, enfermo, llaman a Jesús,
están pidiendo una curación temporal para su hermano. Piensan que eso es lo
máximo que podría hacer Jesús: devolverle la salud temporalmente, ya que no
concebían una vida más allá de una prolongación limitada de la misma. De hecho,
Lázaro volvió a morir. Sin embargo, debemos girar el foco hacia Jesús, que en
su vida realizará el verdadero milagro. No es casualidad escuchar este texto
una semana antes de la narración de la Pasión del Señor. De hecho, este signo fue una de
las causas que adelantó el proceso de condena a muerte contra Jesús.
Paradójicamente, también precipitaría su victoria definitiva sobre la muerte. Y
únicamente a partir de la
Resurrección de Jesucristo podemos descifrar lo que significa
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá». Así de claras y de tajantes son las palabras de Jesús. Evidentemente,
el Señor ya no se está refiriendo a una vida de carácter meramente biológico,
como la que tenemos ahora, sino a una vida nueva y de mayor fuerza que la
actual, porque es eterna e incorruptible. La escena de Lázaro saliendo de la
tumba hace, sin duda, referencia al sepulcro vacío al que acuden las mujeres el
primer día de la semana. Así pues, este episodio está preparando el gran
acontecimiento que llevará el Señor a cabo días después y que nosotros
celebraremos en algo más de dos semanas: que Jesucristo vive para siempre para
no morir más y que nosotros disfrutaremos de esa vida. Esto es lo que el
Evangelio nos pide creer. No se trata, por lo tanto, de una vida imaginaria, de
una narración mitológica o legendaria, sino del fundamento de la fe y del ser
de la Iglesia ,
a la cual nosotros nos incorporamos desde que hemos sido bautizados. Es a
través de la unión con Cristo como nosotros vamos recibiendo gradualmente esa
vida verdadera que no conoce la corrupción del sepulcro y que ha impulsado a
tantos cristianos a lo largo de los siglos a afrontar la propia muerte como el
último paso que hay que dar para estar junto al Señor definitivamente. Nunca
debemos olvidar que el don de Dios supera siempre nuestras expectativas.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado
a Jesús, diciendo: «Señor, el que Tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios,
para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su
hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía
dos días en donde estaba. Solo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez
a Judea». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús,
salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé
que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano
resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el
último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida : el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se
estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?». Le contestaron: «Señor,
ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a
un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús, conmovido de
nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya
huele mal porque lleva cuatro días». Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si
crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando
los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé
que Tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que
crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal
afuera». El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara
envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos
judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús,
creyeron en Él.
Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45