EL PREGÓN DEL DESIERTO por don Pablo Baena
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Foto: jerezcofrade.tv |
Queridos todos, con la venia.
Estoy escribiendo este texto para saciar la aridez
de la víspera del que iba a ser uno de los días más bonitos de mi vida. Cuando
le dé difusión, y si es que termino dándosela, será Domingo de Pasión y a esa
misma hora, habré cambiado el atril del Villamarta por el de las redes
sociales, porque, a pesar de los pesares, estaremos a siete días de la Semana Santa.
Sí, de la Semana Santa: una Semana Santa que iba a tener el
honor de anunciar y que se iba a celebrar con un formato completamente distinto
al que nos encontramos.
Gracias al Sr. Obispo por su encomienda y por tanto
apoyo desde el principio.
Mi gratitud también hacia la Sra. Alcaldesa por
el trato dispensado en todos estos meses.
Gracias a los miembros de la Unión de Hermandades por mi
designación y por el testigo que recibí de mis ilustres predecesores, que tan
bien y con tanto cariño me acogieron haciéndome sentir uno más entre ellos, y
del que aún me considero el más indigno merecedor. Gracias, además, por vuestro
buen hacer, vuestra entrega y vuestra valentía en la toma de decisiones y en la
apuesta por contribuir a que la
Semana Santa de Jerez sea algo tan vivo, tan renovado y
cosmopolita como fueron siempre sus productos autóctonos, sus vinos, sus
fiestas y su renombre.
Gracias a las Hermandades y Cofradías de Jerez en
general y a las mías en particular, que se han volcado en acompañarme en los
cultos y actos que han venido organizando.
Gracias, cómo no, a los medios de comunicación y a
tantos y tantos anónimos jerezanos que desde el mes de septiembre me han
tratado con sumo cariño en la fusión de un abrazo, cuyo arropo conservaré en mi
corazón toda la vida.
Gracias a mi familia, a mis amigos, a los que me
habéis aguantado todos estos meses en los que daba miedo tanta felicidad, y en
los que se me juntaron la preparación del pregón, la ahora postpuesta
coronación canónica de la
Virgen de mis amores y una ahora también aplazada mudanza
domiciliaria.
Gracias, como no, a mi incondicional y gran amigo
César Díaz, por estar siempre y por estar para todo, y, como no, por la
cariñosa presentación que, sin duda, habría preparado para este acontecimiento.
Justo es que le valore su aceptación por lo mucho que sé que le cuesta hablar
en público. Gracias de corazón.
Aún ahora no me puedo creer donde estoy. Si difícil
me era hacerme a la idea del pregón que iba a dar, más difícil es hacerme a la
idea de que hoy no hay pregón.
Y aquí me encuentro desnudando la aridez de estos
sinsabores ante el público lector de mis activas redes
sociales.
Las lágrimas, que caen en este instante sobre el
teclado de mi ordenador como caños, riegan el desierto de una pena que me come
por dentro y por fuera, echando de menos la materialidad de la Semana Santa más
bonita del mundo: la de Jerez.
Ante este abismo de nostalgia y ansiedad que se
escapa a toda razón, hoy más que nunca me corre por las venas un deseo
permanente de respirar el aire que envuelve cada imagen de tus Cristos y de
besar cada adoquín que rozan las colas de los mantos de tus Vírgenes.
Dentro de una semana será Semana Santa y desde ya
estoy echando de menos tu materialidad física: tus sonidos, tus olores, tus
sabores, tus risas, tus abrazos, tus encuentros… pero queda tu recuerdo.
El verbo “recordar” tiene una etimología
preciosa. “Recordar” (re-cordis) significa traer de nuevo al corazón.
No he sido capaz todavía, desde que se anunció la
suspensión de los desfiles procesionales, de ponerme a ver vídeos de cofradías.
Me da mucha pena pensar lo que pudo haber sido y no va a ser.
Hace ya mucho tiempo que llevo intentando sacar
cuanto menos mejor el móvil para grabar una procesión, porque eso me priva de
la amplitud sensorial de lo que estoy viviendo en ese momento. Lo que se guarda
en el corazón de cada instante es lo que realmente uno es capaz de revivir.
Un simple recuerdo puede tener una capacidad
ilimitada porque es capaz de reunir en un solo latido del corazón un infinito
conjunto de sensaciones a la vez.
El simple tañido de una campana, es capaz de hacerte
revivir a la vez un olor, un sabor, una luz, una pieza musical y hasta una
Semana Santa completa.
¡Ay, Jerez, qué lejos estás hoy de Bornos!
¡Qué largos se hacen los días que hubieran corrido
tanto para poderte agradecer desde el atril del teatro las muchas
satisfacciones que me das a lo largo del año!
Cuando subí a la Virgen del Amparo al altar tras el besamanos, no
podía imaginar que ese corazón alado que me llevaba me iba a servir de tanto
consuelo.
En mi pregón había una parte dedicada a las Vírgenes
que se quedan en los altares, como se queda Ella, mi niña bonita de las Puertas
del Sur. Pero es que hoy se han quedado todas en los altares.
Sin embargo, tenemos que ayudar a la Virgen con nuestra oración
a que su corazón llegue volando a las camas de los hospitales, que hoy están
convertidas en calvarios, a las residencias y hogares de los ancianos que están
privados de las visitas de sus familiares, a las manos de los sanitarios que
están haciendo más que nunca de Cirineos de esos otros Cristos que están
cargando con la cruz de esta epidemia.
Hoy, que los antifaces se han convertido en
mascarillas, estamos viendo más que nunca cómo las Hermandades son capaces de
dar la talla en otras estaciones de penitencia que nadie ve en el día a día y
que siguen eclipsadas por la censura informativa que estamos, encima,
padeciendo.
En el final de esta cuaresma se han montado los
altares de culto en las cabeceras de las camas de los hospitales con las
estampas de las benditas imágenes.
Los días de la Semana Santa se dan
siempre la mano uno al otro y en ellos parece que se junta la noche con el día
siguiente. Y también eso nos recuerda la situación actual del confinamiento.
Pero esto es mucho menos agradable.
Quizás estemos viviendo la cuaresma más dura que
hayamos vivido nunca, cuando nos vemos identificados, como no ha habido ocasión
igual, con los israelitas esclavos en Egipto donde las plagas azotaron la
altivez de Faraón. Anoche veíamos a Jesús Sacramentado salir a la plaza de San
Pedro en manos del Papa como un nuevo Moisés para conducirnos a una Tierra
Prometida de salvación y esto, o te lo crees, o no te lo crees.
Esta cuaresma en cuarentena, y aún cayendo en la
redundancia, nos recuerda más que nunca los cuarenta años de desierto, que
están vinculados intrínsecamente con la Pascua.
Se anunciaba esta Semana Santa con los ojos de la Virgen de la Esperanza, y qué mejor
pregón que el que está escrito en esos ojos.
¡Viva Jerez!
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