CARTA DEL SR. OBISPO CON MOTIVO DEL CORONAVIRUS
14 marzo,
2020
Queridos hermanos:
Todos estamos preocupados por la situación de
desconcierto que estamos viviendo ante la incidencia del Coronavirus. Desde
nuestra diócesis hemos dado unas medidas con las que queremos contribuir a
evitar las consecuencias de este mal. Ahora, con estas letras, quiero ofrecer
una visión de lo que nos está ocurriendo con los ojos de la fe. Los cristianos
tenemos una manera de mirar la vida y la historia distinta del mundo, tratamos
de ver nuestra realidad y la de nuestra sociedad leyendo los signos de los
tiempos y la presencia de Dios en ellos (Mt 16,23).
Vivimos un tiempo de Cuaresma, tiempo de
oración y de penitencia, tiempo de recordar que “somos polvo y en polvo nos
convertiremos”. Este momento puede ayudarnos a redescubrir nuestra propia
fragilidad y a recordar que somos vulnerables, mucho más de lo que creemos.
Así, no podemos olvidar que nuestra fortaleza es sabernos hijos de Dios y “que
en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,8).
La realidad que nos golpea con la fuerza de
la enfermedad y la muerte nos recuerda que no tenemos todas las respuestas ni
la fuerza para vencer al mal por nosotros mismos. “¿Quién de vosotros, por más
que se empeñe, puede añadir una hora al tiempo de su vida?”(Mt 6,27); nos dice
Jesús, no para asustarnos, sino para llamarnos a la confianza total en Dios, el
Padre bueno que nos ama y nos cuida, y para concluir con su llamada: “vosotros
buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán
añadidas” (Mt 6,33).
Ciertamente, esta crisis nos debe ayudar a
mirar nuestra vida y redescubrir dónde está lo verdaderamente valioso. Con
frecuencia nos preocupamos de muchas cosas, demasiadas, y dedicamos nuestros
esfuerzos a lo que sólo es pasajero y no permanente. Corremos el riesgo de
hacer de lo relativo algo que nos parece esencial, y sin embargo lo esencial lo
relativizamos. Es tiempo de volvernos a Dios y de recordar que más allá de la
salud de nuestro cuerpo, la salud de nuestra alma también necesita ser cuidada,
pues Jesús nos avisa de que más que la muerte del cuerpo hemos de temer a
“aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mt
10,28).
Ahora, más que nunca, necesitamos renovar
nuestra confianza en Dios, recordar una y otra vez que el sentido de nuestra
vida es la esperanza en su salvación. Sin dejar de cumplir con todos los
deberes y cuidados que nos exige la situación, no debemos olvidar que existe un
Dios que cuida de nosotros. Como creyentes volvamos ahora nuestra mirada a
nuestro Padre bueno para pedirle por los enfermos, por los que los cuidan, por
los que han muerto a causa de este virus, por las personas en riesgo y quienes
más van a sufrir las consecuencias económicas de esta crisis que nos amenaza. Recemos,
como cristianos, para implorar a Dios que nos libre de este mal y nos conceda
la salud para que podamos vivir según su voluntad. No podemos, en este tiempo
vivir distraídos y dispersos, aumentemos nuestra oración.
Para ello, como signo de esperanza en quien
está por encima de todo, sugiero que nuestros templos estén abiertos más tiempo
del habitual, de modo que, evitando aglomeraciones, muchos puedan acudir a
ellos, entrar a orar y encontrar momentos de recogimiento y de intimidad con el
Señor.
Asimismo se debe mantener, mientras sea
posible, la celebración de la
Eucaristía tanto diaria como dominical en los horarios
habituales, o incluso ampliándolos para facilitar la asistencia sin
aglomeraciones de personas. Que no se pierda el encuentro con Dios, pidiendo a
aquel en cuya mano está nuestra suerte (Sal 31,5) por el fin de este mal que
nos atenaza.
Nuestra Iglesia anima a las familias a la
oración en casa y a la escucha confiada de la Palabra de Dios. Puede ser
un buen tiempo para el rezo del rosario en familia, con la confianza de que la
intercesión de la Virgen
es siempre poderosa.
No podemos olvidar a las personas más
vulnerables que no podrán acudir a la celebración eucarística, hemos de
asistirlas cuando soliciten recibir la Sagrada Comunión
en casa. Nuestra atención espiritual a los enfermos debe seguir funcionando con
la mayor normalidad posible, salvando siempre las medidas higiénicas y
sanitarias necesarias.
Este tiempo y el recogimiento que se nos
pide, nos ofrece la oportunidad de vivir una cuaresma de mayor intimidad con
Dios. Aprovechemos el momento para crecer en la oración y en la confianza con
el Señor. ¡Que Él os bendiga!
+ José Mazuelos
Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez