Necrológica de N.H.D. Ramón Anguita en Diario de Jerez firmada por el periodista Javier Benítez
Ramón Anguita, un
hombre bueno
Por Javier Benítez Zúñiga
En las despedidas, la grandeza de las personas se
mide por el vacío que dejan. Y en este caso, no cabe duda, ese vacío da
vértigo.
El pasado 19 de diciembre, cuando el sol se
ocultaba, se nos fue Don Ramón Anguita Frías. Se marchó ligero de equipaje,
rodeado por los suyos y sin hacer ruido, pero su adiós provocó inmediatamente
un doloroso estruendo que recorrió y dejó heladas las calles de Jerez. Con el
paso de los días, el deshielo ha dado paso a una enorme demostración de cariño
y reconocimiento por parte de todos los que le conocieron a lo largo de sus
casi 82 años de vida.
Ramón fue miembro y puntal de una de las familias
más respetadas del comercio de la ciudad, los Anguita. Desde su tienda de la
calle Évora pintó media provincia del color de sus telas -¿quién no pasó por
allí alguna vez?- y reclutó a cientos de clientes como sólo sabían hacerlo los
buenos comerciantes de antaño, con una sonrisa y estando más pendiente de la
satisfacción del que entraba en su casa que de su cartera. Como bien apuntó
Marco Antonio Velo en su reciente artículo en Mira Jerez, "mezclaba la
simpatía con el sexto sentido de la necesidad del cliente". Tras aquel
mostrador se forjó como el hombre que fue en las múltiples facetas de su vida.
Cordial, afable, atento y comprometido. Invirtió muchos años en aquella
recordada y querida tienda, y le costó jubilarse... aunque probablemente nunca
lo hiciera del todo.
Siempre creyó que había más tela que cortar, y así
lo vimos dedicar su tiempo a los Scouts, a sostener y llevar a buen puerto las
causas de Proyecto Hombre y Madre Coraje, o, en los últimos meses, al grupo
Coherente, donde junto con amigos y familiares consiguió con mucho esfuerzo
traer hasta Jerez y despejar el futuro de una familia de refugiados sirios. Nos
hacía partícipes de esa labor y de alguna forma nos estaba marcando un camino.
Sus profundas convicciones religiosas le dieron sentido a una vida en la que siempre,
también como cristiano, cambió la resignación y el inmovilismo por la acción y
el compromiso. Pese a haber nacido en el año 1936 y haber vivido la posguerra y
la dictadura, era un hombre de su tiempo, que supo y quiso entender los cambios
de la sociedad que nos han traído hasta la actualidad.
Pero jamás hizo alarde de nada, excepto de su
familia. Hace apenas tres meses vimos cumplido uno de sus sueños, celebrar las
bodas de oro con el amor de su vida, su gran compañera y cómplice, Maria de los
Ángeles. Con ella tuvo tres hijos, Patricia, Jesús y Fátima, orgullosos del
ejemplo que les ha dejado su padre, herederos de la educación, el respeto y el
amor que les ha legado. Y después llegaron sus tres nietas, Carlota, Daniela y
Berta, por las que perdía el sueño, con las que disfrutaba sus días, con las
que nunca dejó de jugar. Ellas seguirán escuchando por años la frase más
repetida estos días sobre su abuelo, que era un hombre bueno. Ni más ni menos.
Querido Ramón, nunca olvidaré la forma en la que me
recibiste en la familia, con una copa de Tío Pepe por delante. Hoy somos
nosotros los que levantamos la copa bien alta por ti. Probablemente, no te
habría gustado mucho que contásemos todo esto en las páginas del periódico que
siempre llevabas a casa, pero los grandes hombres merecen no morir, y
recordarlos es la mejor manera de burlar la ausencia. Concepción Arenal dijo
que el mejor homenaje que puede tributarse a una buena persona es imitarla. Los
que fuimos testigos de tu vida sabemos que siempre estarás con nosotros, aunque
solo sea porque intentemos en todo momento parecernos un poquito a ti.