Fiesta del Bautismo del Señor (ciclo B)
Incorporados a una comunidad
Cerramos el tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo
del Señor, conmemoración que nos lleva a recordar nuestro propio Bautismo.
Cuando Jesús se dispone a comenzar su vida pública se presenta ante Juan
Bautista, conocido en la comarca por su vida austera y por bautizar predicando
la conversión. La gran pregunta que podríamos hacernos es por qué Jesús, sin
pecado alguno, se somete a un Bautismo que estaba dirigido a acrecentar el
espíritu de penitencia y a pedir perdón de los propios pecados. La respuesta a
esta cuestión la podemos hallar en el sentido de la misión de Jesús. En efecto,
Jesús ha venido no solo a vivir entre nosotros o a consolarnos con su
presencia. El Señor viene, ante todo, a estar entre nosotros en cuanto
pecadores, para compartir nuestra suerte y transformarla. Es significativo que,
a punto de comenzar la predicación y la vida pública, Jesús buscara esta
comunidad concreta de pecadores. Podría haberse lanzado a la misión de una
manera independiente o con algún ayudante. Sin embargo, quiere una comunidad
concreta. Esta búsqueda no es circunstancial, ya que dice mucho acerca de lo
que es una comunidad de bautizados que viven juntos la misma fe. La celebración
del Bautismo del Señor nos conduce inevitablemente a pensar en nuestro propio
Bautismo. Cuando somos bautizados somos insertados en una comunidad concreta,
en una compañía de amigos que no nos abandonará nunca, ni en la vida ni en la
muerte. Es más, para llevar adelante nuestra vida cristiana necesitamos contar
con esa Iglesia-comunidad que nos sostiene y nos alimenta. El hecho de que
Jesucristo comience su itinerario público entre el grupo de los discípulos del
Bautista, nos hace caer en la cuenta de que nosotros también comenzamos la vida
eterna introduciéndonos en el grupo concreto de nuestra comunidad, en la cual
recibimos las indicaciones concretas para seguir en esta vida, a través de la
luz de la Palabra
y de la gracia de los sacramentos.
El comienzo de un itinerario
Aunque el Bautismo cristiano en el Espíritu es de
naturaleza distinta al Bautismo de carácter penitencial, que recibían los
seguidores de Juan, ambos comparten el deseo de un cambio de vida, representado
en la inmersión en el agua, y el inicio de la vida eterna. Los tres noes y tres
síes de las renuncias y de la profesión de fe subrayan la nueva dirección de la
vida de quienes somos introducidos en el misterio de Cristo. Desde antiguo se
renuncia a la falsa promesa de la abundancia o a la aparente libertad que
ofrece el mundo pagano. Hoy, estos noes suponen la no aceptación de la cultura
de lo ilusorio, frente a lo real, de la cultura de la muerte o de la
cosificación del hombre. Por eso, el que acepta caminar en el grupo de
bautizados se introduce en la vida verdadera, que va unida a Jesucristo,
vencedor del pecado y de la muerte. Los mismos mandamientos suponen un sí a
esta nueva vida. Lejos de ser un paquete de prohibiciones representan lo mejor
a lo que el hombre puede aspirar: un sí a Dios, que da sentido al hombre; un sí
a la familia, un sí a la vida, un sí al amor responsable, a la solidaridad, a
la justicia, a la verdad y al respeto al otro.
Bautismo para la misión
El Bautismo de Jesús es anticipación de su misterio de
muerte y resurrección. En aquel tiempo, el Bautismo se practicaba sumergiendo a
quien era bautizado en el agua y luego sacándolo de ella. Por eso, el ser
introducido en el agua, no solo significa ser purificado del pecado, sino
compartir la muerte de Jesucristo para resurgir de nuevo como él. La presencia
del Espíritu Santo en este episodio, constata que el Bautismo adquiere ahora un
sentido nuevo, distinto del que tenía en la actividad habitual de Juan
Bautista. Jesús es bautizado para la misión, y el Espíritu le impulsa para este
cometido. Del mismo modo, quienes hemos recibido el Bautismo cristiano, no
tenemos este don como un bien destinado a nuestro propio disfrute, sino al
servicio de nuestra misión de cristianos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que
yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por
aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en
el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que
bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
Marcos 1, 7-11