III Domingo de Adviento (ciclo B)
Dar testimonio de la luz
Durante estos días el carácter de las celebraciones de
Adviento insiste en varios aspectos. No es fácil establecer un orden de
prioridades entre las distintas ideas subrayadas por la liturgia, pero todas
giran en torno a una realidad y un deseo. La realidad es que Dios sale a
nuestro encuentro; y el deseo, que ese encuentro tenga lugar pronto. Los dos
conceptos se vislumbran sin demasiada dificultad en las lecturas bíblicas y han
continuado vivos no solo en las comunidades cristianas apostólicas, sino que
llegan también hasta nosotros. En efecto, desde una perspectiva de más de 2.000
años de cristianismo observamos que, desde el nacimiento de la Iglesia , tanto la Escritura como el Pueblo
de Dios ansían ese acontecimiento, precisamente porque ya ha sucedido: Dios ha
salido al encuentro del hombre desde la creación del mundo. Sin embargo,
rápidamente comprende que la intervención de Dios en la historia no se ha
completado ni detenido. Tampoco se puede circunscribir a determinados episodios
pasados de la misma, sino que ha continuarse hasta el final de la historia. De
este modo se concreta la esperanza cristiana; una esperanza que es certeza
absoluta de que esa presencia y acción sigue teniendo lugar y culminará al
final de la historia. Si se entiende este razonamiento, se comprende mejor el
origen de las preguntas a Juan Bautista por parte de los sacerdotes y levitas
de Jerusalén.
«Yo no soy el Mesías»
La respuesta negativa de Juan: –«Yo no soy el Mesías»–
indica dos realidades: la primera es que Juan sabía que, con la pregunta «tú
quién eres», están tratando de averiguar si él es el Mesías esperado; la
segunda es que Israel esperaba de nuevo la manifestación de Dios, lo deseaba y
andaba buscando los signos que según la Escritura acompañarían la llegada del
Cristo-Ungido, que es lo que significa la palabra Mesías. Si nos detenemos en
la respuesta de Juan, observamos que el precursor niega ser el Mesías o alguno
de los profetas que han vuelto a la vida: Elías o Moisés (señalado en el
Evangelio como «el Profeta»). Esta negación es significativa, puesto que más
allá de clarificar que él es alguien distinto a todos ellos, incrementa la
tensión de la espera, puesto que con sus palabras señala que Jesús, el
Salvador, está ya en medio de ellos, a pesar de que aún no lo conozcan. Vive
entre ellos, pero aún no se ha manifestado en plenitud.
El modelo del Bautista
En cierto sentido hay un paralelismo entre la misión de la Iglesia y la de Juan
Bautista. Es en la vida de la
Iglesia donde sucede ese acontecimiento del encuentro entre
Dios y el hombre. Asimismo, corresponde a ella avivar el deseo de que
Jesucristo siga viniendo a nosotros, no solo al final de los tiempos, sino cada
uno de nuestros días. Como «voz que grita en el desierto», al igual que Juan,
también a nosotros nos corresponde mostrar a los demás quién es el verdadero
Salvador y el único Mesías. Para ello, es primordial recordar a los hombres los
lugares en los que es posible encontrarse con el Señor, así como denunciar a
los mesías impostores, que pretenden usurpar su lugar, o a los falsos profetas
que quieren anunciárnoslos. Debemos imitar del Bautista la humildad con la que
dice lo que no es. Pese a ser uno de los protagonistas más señalados al comienzo
del anuncio del Reino de Dios, las palabras del Evangelio referidas al Bautista
insisten en que su misión es casi exclusivamente la de indicar quién es el
Salvador y facilitar su acceso a él. Juan es testigo de la luz, la Iglesia es testigo de la
luz y cada uno de nosotros hemos de serlo. Durante estos días se nos pide mirar
a la figura de Juan Bautista como el modelo de nuestra actitud de creyentes:
señalar a los demás que Dios se ha hecho presente y que no es una ficción, y
fomentar el deseo de que venga a nuestro encuentro.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Surgió un hombre enviado por Dios, que se
llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio
de la luz.
Y este es el testimonio de Juan, cuando los
judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú
quién eres?». Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le
preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú
el Profeta?» Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar
una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como
dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay
uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla
del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Juan 1, 6-8.
19-28