REFLEXIÓN PARA EL TRIDUO PASCUAL DE NUESTRO DIRECTOR ESPIRITUAL FRAY JULIÁN BARTOLOMÉ, O.F.M.
A los hermanos de la Junta Directiva y
Hermanos cofrades de la
Hermandad de Nuestro Señor de la Vía Crucis y María
Santísima de la Esperanza.
Hermanos
todos: Que el Señor os dé la paz.
Sé muy bien que no son las mejores circunstancias,
las que en estos días estamos viviendo, para enviaros estas palabras, que, ante
todo, quisiera que fueran de aliento y sobre todo de ESPERANZA.
Hago mía la Oración que a San Francisco le brotaba de lo más
profundo del corazón cuando se inclinaba ante El Cristo de San Damián: “Dame,
Señor, una Fe recta, una Esperanza cierta y una Caridad perfecta, sentido y
conocimiento para que pueda guardar, Señor, tu Santo y Veraz mandamiento”. Me
harán falta a mí, para saber elegir con mimo las palabras que os dirijo y, a
vosotros, para comprender el espíritu con el que os las estoy escribiendo.
Desde el principio una gran acción de gracias a Dios
que está, como siempre, a nuestro lado y, haciendo que todos estemos siendo
capaces de sacar lo mejor que El mismo plantó en nuestro corazón; la grandeza
de la dignidad de ser hijos de Dios, se está verdaderamente manifestando a
todos los niveles: desde la sencilla actitud de responsabilidad que se nos está
pidiendo, a todos, de quedarnos en casa, a la nada fácil tarea de hacer frente
a sus responsabilidades: a los cuerpos de la Sanidad Nacional,
de la Segu-ridad
del Estado y a todo el conjunto de fuerzas productivas, en las distintas áreas,
que están haciendo posible que, nuestras necesidades importantes, esté
cubiertas. Mil gracias a todos.
Un recuerdo muy especial y sentido para los que
están siendo víctimas de esta pandemia; para ellos y para sus familiares
nuestra cercanía y apoyo, tan difícil de mostrar en estos momentos. Que seamos
capaces de hacerles llegar nuestra solidaridad. Por nuestra parte, que las
oraciones ante “El Señor de la
Vía Crucis y Nuestra Señora de la Esperanza” no falten. En
esa oración, desde Ellos y con Ellos nuestra comunión está asegurada, el amar y
el sentirnos amados, nos dará fuerza y esperanza.
Todo esto, vivido desde la Fe es “tarea y compromiso”
diario. Ante las sagradas imágenes de nuestros titulares que, no dudo, ocupan
un lugar importante en vuestras casas, dispongámonos a vivir la Pascua. La cruda realidad
así nos lo pide; ésta, aquí y ahora, es un desafío, un reto en el que, junto a
la adversidad del daño que está causando la pandemia, se presentan también mil
posibilidades para reparar, aliviar, corregir y enderezar tanto renglón torcido
que, con frecuencia, escribimos.
Y vamos a hacerlo con la firme convicción de que la
última palabra dicha es la de Dios quien, aceptando el ser y el quehacer su
Hijo, lo Resucitó. Este, para darle siempre posibilidades de vida a cualquier
realidad, no dudo de deshacerse incluso de la propia vida.
El verdadero deseo, anhelo y Esperanza de la Pascua tienen que movernos
a deshacernos de todo aquello que nos pesa, nos ata y nos imposibilita vivir en
plenitud. Que nuestro Padre Jesús de la Vía Crucis y Nuestra Sra. de la Esperanza nos iluminen y
den fuerzas para VIVIR Y SERVIR.
La celebración del Jueves Santo, como la de todos
los domingos, es memorial de la muerte y resurrección de Jesús. El Jueves Santo
posee el arranque del resto de las eucaristías. Aquí, tal día como hoy, el
Señor nos deja este alimento para que no olvidemos muchas cosas. Aquí,
alrededor de una mesa, con pocas palabras, emoción contenida, gestos heroicos y
amigos que comparten su Palabra y van por su camino, el Señor instituye ese
gran sacramento que, cuando se vive con fe y se saborea con ganas, nos hace
entrar en una dimensión totalmente nueva: la Eucaristía.
Hoy, del corazón de los discípulos, brota ese
sentimiento: ¡Nos has dado tanto, Señor! ¿Aún nos quiere ofrendar más? ¡Por
supuesto! Dice, Jesús:¡Os quiero dar las entrañas de mi vida! ¡La carne de mi
carne! ¡La sangre que corre por mis venas!
Jueves Santo es el día del amor que sorprende a todo
aquel que se siente atraído por la figura de Jesús: “Tomad y comed”. No es un
alimento cualquiera; no es vino que se sube a la cabeza y olvida las penas; no
es pan que sacia el estómago y, a continuación, tiene hambre de más. El Jueves
Santo es el amor multiplicado por mil y servido hasta cotas insospechadas. Como
lo celebró el pueblo de Israel, hoy también nosotros, pero en una Alianza
Nueva, en un contexto totalmente diferente, en una dimensión reno-vada…
celebramos la memoria, el deseo, el grito, la petición de Jesús: ¡Haced esto en
memoria mía! Y quien así lo hace, no os quepa la menor duda, recupera el brillo
en sus ojos, el esplendor en su vida y la fuerza en sus entregas.
En esta tarde, al contemplar a Jesús inclinado, con
su cuerpo doblado acariciando, lavando y secando los pies de todos nosotros,
nos enseña una gran lección: ¡he venido a servir y no a ser servido! Y, si
vosotros sois mis amigos, vuestra aureola y vuestro orgullo, vuestra locura y
vuestro carnet de identidad será ese: el servicio. ¡Hacedlo también vosotros!
Nuevamente, Jesús, nos sorprende: no solamente se nos sirve en cuerpo y sangre,
sino que además… nos sirve. ¿Puede sorprendernos más el Señor en este Jueves
Santo?
Lo que hoy celebramos no lo podemos dejar
arrinconado en unas horas. Este memorial nos anima y dinamiza toda nuestra
existencia cristiana. Dicen que “el ejemplo arrastra”. ¡Pues vaya ejemplo el de
Jesús! Si, El, ha ido por delante y se parte, para compartirse, y sirve para
recuperar a una humanidad dolorida, caída, dislocada y necesitada de amor… es
porque, Jesús, quiere que cunda el ejemplo entre los suyos. A partir de ahora,
el Jueves Santo, para los cristianos será el día en el que Jesús enarboló la
pancarta del amor o la enseña del servicio. Sin ellos, la Eucaristía, queda
profanada o por lo menos desvirtuada. ¿Cómo podemos decir que amamos a Jesús si
vivimos de espaldas a los que Él amó?
Jueves Santo, pórtico del Triduo Santo de la Pascua, que tantos regalos
-sorprendentes todos ellos- nos animen a celebrar esta Pascua en perfecta
sintonía con Jesucristo. Su vida, sea nuestra vida; sus gestos, los ha-gamos
nuestros; sus rodillas, sean las nuestras; sus manos, sean aquellas que salgan al encuentro de los hermanos y su Cuerpo
y su Sangre, sea la mayor bendición para no apartarnos del camino verdadero.
Fue necesario un Viernes Santo y lo sigue siendo en
nuestro tiempo: para que alguien viva… otro tiene que aprender a morir en algo.
Frente a muchos árboles dañados y con fruto envenado, es bueno plantar otros
que garanticen la VIDA
con mayúsculas, en un futuro.
La cruz, en este Viernes Santo, nos habla de la
locura infinita del amor de Dios al hombre. Un amor que es misterio, desgarro y
perdón. Si misterio, es la muerte de cualquier ser querido que ha compartido
nuestra existencia, mucho más lo es la de Aquel que siendo justo y bueno,
asumió todo en El para descubrirnos el valor de una palabra dada, de lo
anunciado desde siglos. Para, que comprobemos en primera línea, la diferencia
cualitativa y cuantitativa, de nuestros “amores interesados y dosificados”, al
gran amor (inmenso y gratuito) de un Dios que no conformándose, con la manera
con la que siempre había hablado a su pueblo, actúa desconcertantemente para
que conozcamos a las claras su salvación.
¡Este es el árbol de la cruz! Aquí se desangra un
Dios que molesta a algunos por, el simple hecho, de que ha querido ser,
también, hombre. Que descoloca a otros, porque simplemente, prefiere permanecer
en la cruz sin ceder a chantajes de los que le gritan.
¡Este es el árbol de la cruz! Sin imposiciones, sin
especiales efectos, sin fuegos en las zarzas, ni grandes escenografías: ¡DIOS
DESNUDO! Así vino en Belén y… así se nos va en el calvario: desnudo. Nunca, la
grandeza divina, alcanzó tan alta cota de humanidad.
¡Este es el árbol de la cruz! Recojamos el zumo de
su fruto: la redención. Seamos capaces de reconocer su savia, como surtidor de
vida para todo aquel que es capaz de beberla con fe y de recogerla con
contemplación.
Vino Dios, por una puerta pequeña en Belén, y se
marcha por otra mucho más pequeña y más castigada: la humildad, el silencio, la
soledad, el abandono, la traición, la negación…
Pero, entonces en Belén y hoy en el calvario, Jesús
sigue despertando los mismos sentimientos:
Ante el acomodado: rechazo
Para el orgulloso: incomodidad
Ante el poder: desestabilización
Para el egoísmo: desprendimiento
Ante el que cree; amor.
Para el que espera: salvación.
Ante el que le sigue: fe
En el Viernes Santo, (como entonces en Belén) habrá
muchos que vivan indiferentes al amor y a la ternura de Dios. Nació el amor en
el pesebre y, de nuevo vuelve a renacer, en un pesebre alzado en forma de cruz.
¿Se puede hacer algo más por el hombre?
Hoy, Viernes Santo, (como entonces en Belén) habrá
otros tantos que intenten aniquilar a los que asciendan a los árboles de la
verdad y de la paz, de la justicia y de la dignidad humana. A los que son
pregón de un mundo en dirección opuesta a la que va.
Hoy, Viernes Santo, (como entonces en el Calvario)
se levantará algún que otro dedo acusador señalando a los demás para disimular
sus propias vergüenzas.
Hoy, Viernes Santo, (como entonces en el Gólgota)
Dios muere y muere por lo mismo: por un hombre que se resiste a entender que, a
veces el amor de Dios, viene de forma imprevisible. Incluso sorprendiéndole
(sor-prendiéndonos), y produciendo escalofríos en la cruz. ¡En verdad, éste,
era Hijo de Dios!
Y la
Pascua de Resurrección. La Resurrección de
Cristo nos trae una gran alegría: el día eterno que estamos llamados a
disfrutar todos. Estamos alegres porque, la victoria de Cristo, nos trae una
forma nueva a la hora de entender y comprender el mundo, las personas, la vida,
el amor, la justicia, etc.
En este día de Pascua damos gracias a Dios por tres
cosas fundamentalmente:
Primero: porque su Resurrección es motivo
de esperanza. Porque el horizonte de nuestra existencia, con la claridad de la Pascua, se hace más risueño,
creativo, emprendedor y -sobre todo- invitados a disfrutar lo que Jesús para
nosotros conquista: la vida de Dios.
Segundo: su Resurrección es una razón
para cambiar en aquello que haga falta. A la luz de la Pascua se ve más necesario
que nunca un cambio de actitudes y de forma de ser. A Pascua reluciente, vida
resplandeciente. Ojala alejemos de nosotros aquello que nos impide ser
“pascuas” nuevas. Es decir: pasos convencidos, abiertos, generosos,
comprensivos, perdonadores, orantes, etc.
Tercero: su Resurrección nos empuja a dar
testimonio de su presencia real y misteriosa. No nos podemos quedar enganchados
a la cruz, ni entre sollozos, recogidos en el sepulcro. Nuestra vivencia de la Pascua nos hace saltar de
alegría y, sobre todo, conscientes de una gran misión y de un gran pregón: ¡Ha
resucitado!
¡FELIZ PASCUA DE
RESURRECCIÓN!
El Señor os bendiga y os
guarde. Os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros. El Señor os
bendiga y os conceda la Paz.