II Domingo de Pascua (ciclo
A)
Vivir
en la Iglesia
nos da la fe
Durante los 50 días del tiempo pascual, nuestras
celebraciones son una prolongación del Domingo de Pascua. En realidad, todos
los domingos del año parten del domingo más señalado del año. Y, en último
término, toda celebración cristiana tiene como origen ese primer día. Pero,
además, san Juan se va a referir a este domingo como al octavo día. ¿Qué
significado tiene este octavo día y por qué se repite la misma escena, la
primera vez sin Tomás y la segunda con el apóstol presente? Más allá del
profundo cambio en la fe de Tomás, pasando de la completa incredulidad a la
confesión de fe más honda que encontramos en el Evangelio, el autor del texto
ha buscado poner en paralelo el primer día y el octavo, con la finalidad de
subrayar varios aspectos. En primer lugar, desde antiguo la tradición cristiana
ha entendido que nosotros, como comunidad cristiana, nos hallamos entre el
primer y el octavo día, tal y como aparece en el siguiente fragmento de la plegaria
eucarística del domingo: «Hoy, tu familia […] celebra el memorial del Señor
resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entrará
en tu descanso». En segundo lugar, san Juan pretende mostrarnos que, desde el
principio, existe un ritmo de convocatoria de la comunidad cristiana cada ocho
días. De hecho, tenemos constancia de que la Iglesia comenzó a reunirse cada ocho días desde
el período apostólico, incluso antes de extenderse entre los cristianos la
celebración litúrgica anual de la
Pascua , tal y como la celebramos nosotros.
El poder transformador de la fe pascual
El Evangelio de este domingo tiene como tema principal la
fe, retomando de algún modo las confesiones de fe con las que culminaban los
tres encuentros que leíamos durante la Cuaresma : Jesucristo como dador de agua
(samaritana), luz (ciego de nacimiento y vida verdaderas (resurrección de
Lázaro). Ahora ya no estamos simplemente anunciando lo que sucederá. Tras
resucitar, Jesucristo ya no realiza signos que anticipan lo que ocurrirá, sino
que con su propia Pascua ha sido llevada a cabo de modo definitivo la
salvación. El pasaje insiste en que la fe se nos sigue comunicando a través de
la vida de la
Iglesia. Durante el tiempo pascual hay un modo peculiar por
el que la Iglesia
siempre ha transmitido la fe: el sacramento del Bautismo. Pocos términos son
tan característicos de las oraciones de estos días como el de renacer.
Volviendo de nuevo a los temas típicamente cuaresmales de este año, observamos
con nitidez que a través del agua se nos daba la luz y la vida. Ahora se
puntualiza que el renacer no es algo que sucede al hombre únicamente de modo
individual. Por ello, la recepción del Bautismo y del resto de los sacramentos,
surgidos de la Pascua ,
no puede ser comprendida como un acto individual de culto y de santificación
del hombre. La aparición del Señor, tanto el primero como el octavo día, tiene
lugar cuando estaban los discípulos reunidos en una casa.
La presencia del Señor en medio de ellos tiene varias
consecuencias: la paz, la alegría, la valentía. En efecto, la transformación
producida en el seno de la comunidad provoca un renacer, de tal modo que la
vida de los discípulos no volverá a ser la misma desde el momento en que han
visto al Señor resucitado. Por otro lado, la ausencia de Tomás de la primera
manifestación del Señor permite comprender que si no se está en la comunidad,
no se recibe la fe. No es posible tener un acercamiento verdadero a Jesucristo
sin estar unido a Él por los sacramentos, y estos vividos en el seno de la
comunidad, conforme la Iglesia
dispone en cada momento, como administradora de los mismos. Así lo manifiesta
el Evangelio al referirse al poder de perdonar o retener pecados.
La fuerza del Espíritu Santo
No debemos pasar por alto que el primer día no es
solamente el de la
Resurrección , sino también el de la venida del Espíritu
Santo. Aunque el calendario litúrgico sigue la cronología de Lucas, que sitúa
el don del Espíritu a los 50 días, san Juan afirma que en ese primer domingo el
Señor sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». Así pues, no
puede separarse tampoco la
Resurrección del envío del Espíritu Santo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de
los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los
otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de
los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se
puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí
tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo,
sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has
creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en
este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo,
tengáis vida en su nombre.
Juan 20, 19-31