VIII
Domingo de Pascua. Solemnidad de Pentecostés (ciclo C)
«Recibid el Espíritu Santo»
Como cierre del tiempo de Pascua, 50 días después del Domingo de Resurrección, vuelven a resonar las palabras «paz a vosotros», que escuchábamos en la octava de Pascua. Junto a este deseo reaparece la alusión al primer día, la memoria de
La unidad de la
Iglesia
Durante la
Pascua pocas características predominan más en las lecturas
litúrgicas que la unidad de la
Iglesia : el Evangelio sitúa a Jesús en medio de sus
discípulos cuando estaban en una casa con las puertas cerradas. También los
Hechos de los Apóstoles se refieren a que «estaban todos juntos en el mismo
lugar». Con todo, la unidad tras Pentecostés superará con creces la frágil
comunidad de discípulos que se había dispersado pocos días antes, al ver al
Señor humillado y pensar que todo se había terminado. Esta unidad va a ser
ahora, de modo nuevo, signo de reconocimiento de la Iglesia. Pero al
mismo tiempo se observa que unidad no va a ser sinónimo de uniformidad. De
hecho, un punto llamativo es que hablarán distintas lenguas y «cada uno los oía
hablar en su propia lengua», al contrario de lo que ocurrió en Babel, donde
toda la tierra hablaba una misma lengua y ninguno entendía al prójimo. La
pluralidad de pueblos que entienden la predicación de los apóstoles en
Pentecostés se vincula con la catolicidad de la Iglesia , con su
universalidad. Además, esta enseñanza apostólica puede ser considerada como el
cumplimiento del mandato misionero del Señor: «Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo». En definitiva, el pasaje evangélico supone una nítida
llamada a superar cualquier barrera entre los hombres, que se corrobora con la
enumeración de las distintas naciones de la escena de los Hechos de los
Apóstoles. Por ello, el proceso de extensión de la Iglesia ha de ser siempre
una senda de apertura constante, donde no ha de existir límite.
«Sopló sobre ellos»
Dos imágenes son utilizadas fundamentalmente para aludir a
la fuerza del Espíritu Santo: el fuego y el viento. Ambas se refieren a
fenómenos naturales incontrolables y de gran poder. Se quiere señalar con ello
que el poder de Dios escapa a los cálculos humanos. Ese soplo al que alude el
Evangelio está recordando al aliento con el que el Señor dio vida al hombre
cuando creó el mundo. Indica, pues, que el Espíritu Santo es capaz de crear
criaturas nuevas si somos dóciles a sus inspiraciones. Por otro lado, se está
señalando que la posesión del Espíritu enviado por Dios es la única fuerza que
capacita a la Iglesia
de todos los tiempos para desempeñar su misión; autoridad concretada aquí en el
poder de perdonar y retener pecados.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el día primero de
la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por
miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a
vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos».
Juan 20, 19-23