XIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Te
seguiré adonde quiera que vayas»
Tras
«El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»
La entrega radical del Señor a la voluntad del Padre no
puede ser vista con un acto único en una fecha concreta. Salvo contadas
excepciones, las decisiones más importantes de las personas no solo son tomadas
con calma y detenimiento, sino que, sobre todo, son preparadas. Como ejemplo se
puede enumerar el tiempo de noviazgo o de noviciado de un religioso. Sin
embargo, las pautas que nos marca el Evangelio esta semana no hacen referencia
únicamente a un tiempo de preparación inmediata, sino a cuál ha de ser el
estilo de vida del discípulo del Señor, algo que, en cierto sentido, supera la
propia voluntad. Los distintos personajes que se encuentran con el Señor son
inmediatamente confrontados con lo que supone el seguimiento total a su
persona. No basta con la buena disposición de ánimo. Cuando Jesús afirma que el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, no se está lamentando de su
situación. Está, más bien, diciendo que quien quiera seguirlo ha de dejarlo
absolutamente todo, hasta lo teóricamente más propio, como puede ser la casa.
De este modo, el no disponer de morada implica, por una parte, un despojo
absoluto de las propias seguridades y, por otra, el considerar la vida como un
itinerario provisional, teniendo como morada definitiva el cielo. No es
sencillo un abandono tan radical. Sin embargo, la vida y la enseñanza del Señor
nos permiten comprobar que no se trata de una utopía; esto se ha cumplido ya en
Él. Por otra parte, la historia de la Iglesia nos presenta el ejemplo de tantos santos
que han buscado vivir el abandono en el Señor no como un camino de renuncia,
sino como un itinerario progresivo de confianza total en Dios: lo que a los
ojos del mundo se presenta como abnegación y sacrificio, para el discípulo se
convierte en un recorrido apasionante en el que las dificultades materiales y
lo que se deja atrás son vividos como circunstancias menores que incluso sirven
para apreciar la seriedad y gravedad del seguimiento al Señor.
La urgencia de la decisión
Junto a la confianza completa que Jesús pide, la llamada
del Señor se plantea como urgente y no solo importante. A menudo pensamos que
la vida cristiana es, claro está, una dimensión fundamental de nuestra
existencia, pero algo que siempre puede esperar, porque Dios es paciente y misericordioso.
Este Evangelio no pone para nada en duda la ternura o la indulgencia de Dios;
nos sitúa frente a aquello que puede colmarnos y hacernos realmente felices.
Ciertamente, las decisiones más determinantes de nuestra vida necesitan su
tiempo. Pero el Evangelio nos está dando un mensaje claro: siempre encontrarás
excusas para cumplir lo que el Señor te está pidiendo. Las expresiones
«enterrar a mi padre», «despedirme de los de mi casa», «poner la mano en el
arado» o «mirar hacia atrás» son el contrapunto a la vida de quienes
inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. El Señor nos hace la
propuesta; quienes decidimos somos nosotros.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Cuando se completaron los días en que iba de ser llevado
al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante
de Él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los
preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que
caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con
ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te
seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen
madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor,
déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le
contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale
para el reino de Dios».
Lucas 9, 51-62