VII
Domingo de Pascua. Solemnidad de la Ascensión del Señor (ciclo C)
Mientras
los bendecía fue llevado hacia el cielo
En torno a los 40 días tras
La unidad con la pasión y la resurrección
Como sabemos, a lo largo del tiempo pascual en el que
estamos, tanto la Palabra
de Dios como el resto de los textos utilizados en la liturgia han querido
destacar el estrecho vínculo entre la gloria de la Resurrección y la Pasión y Muerte del Señor
en la cruz. Hoy es necesario incidir en que el misterio de la Ascensión forma una
unidad con el de la
Resurrección del Señor. Este es el motivo por el que no es
imprescindible celebrar esta fiesta exactamente a los 40 días del día de
Pascua. Lo realmente interesante es poner de relieve el significado más hondo
de los misterios de la Pascua ,
de la Ascensión
del Señor o de Pentecostés, que celebraremos el domingo que viene. Asimismo, es
necesario encuadrar estos acontecimientos en el marco del tiempo pascual. No se
trata solamente de unos hechos independientes y sucesivos, celebrados con la
correspondiente fiesta anual. Estamos ante un hecho salvífico único, que una
vez que ha sucedido en Cristo, se nos va comunicando en la celebración de cada
año.
Testigos del triunfo del Señor
Tras la descripción de la Pasión y de la victoria del
Señor sobre la muerte, Jesús insiste en el papel de sus discípulos como
testigos de lo que ha ocurrido. Es fundamental recalcar que «subir» o
«ascender» no hace referencia, en primer término, a una concepción geográfica,
que es quizá la que predomina en la conocida descripción que escuchamos hoy en
el libro de los Hechos. Dicho de otra manera, la Ascensión del Señor a la
vista de sus discípulos representa ante todo la glorificación plena del Señor
resucitado, en la misma línea en la que se profesa en el credo, cuando
afirmamos «subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso».
Ciertamente, ascender o descender geográficamente no supone ningún cambio en la
vida de nadie, pero ser constituido juez, señor y mediador universal tiene gran
repercusión para Cristo y para quienes hemos sido incorporados su vida. Además,
el pasaje evangélico alude al gesto de bendición en el momento en que Jesús era
llevado al cielo. El hecho de bendecir levantando las manos aparece solo dos
veces en el Antiguo Testamento, refiriéndose a la bendición del sumo sacerdote
tras el sacrificio. Por eso, este gesto y la postración evidencian que
Jesucristo ha realizado el verdadero y definitivo sacrificio, y que, al mismo
tiempo, ha sido constituido Señor de cielo y tierra. Comprender la Ascensión como una
consecuencia de la
Resurrección supone aceptar el triunfo del Señor como nuestro
propio triunfo y, al mismo tiempo, ver en esta victoria el impulso para la
comunidad que no se queda paralizada mirando al cielo, sino que, comenzando por
Jerusalén, realizará el anuncio del Evangelio hasta los confines del orbe.
Como nosotros actualmente, la comunidad de discípulos sabe
que el encargo que ha recibido no es sencillo, pero, al mismo tiempo, es
consciente de la presencia y la ayuda del Señor resucitado, que prometió que
estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. El Evangelio de
este domingo también habla del encargo del Señor de esperar en Jerusalén «hasta
que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto», introduciendo la esperanza
en la venida del Espíritu Santo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al
tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los
pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos
de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre;
vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la
fuerza que viene de lo alto».
Y los sacó hasta cerca de Betania y,
levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos,
y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a
Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Lucas 24, 46-53