Fuente: ALFA Y OMEGA
Festividad
de la Sagrada Familia
(ciclo C)
«Iba
creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia»
A lo largo del último siglo se han introducido, de modo
paralelo al curso normal del año litúrgico, determinadas fiestas que tratan de
subrayar algún misterio de la vida del Señor. Hace unas semanas celebrábamos la
solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Ahora nos hallamos ante una fiesta
instaurada unos años antes, por el Papa León XIII. Poniendo el foco en la
familia de Nazaret se destaca no solo el carácter familiar de las fiestas
navideñas, sino también un aspecto esencial de la revelación de Dios a los
hombres. Además, la tradición de la
Iglesia ha visto en la familia un icono de la Santísima Trinidad ,
como lugar en el que se da una comunión de amor, en una entrega interpersonal
y, al mismo tiempo, fecunda.
Un acontecimiento concreto
Tras la celebración de la encarnación y del nacimiento del
Señor descubrimos que este acontecimiento toma cuerpo en el ámbito de una
familia humana. Este ha sido el camino primero y ordinario escogido por Dios
para encontrarse con la humanidad. Una nota que llama la atención es que el
pasaje que leemos no se detiene en describir explícitamente las cualidades de
Jesús, de María y de José, sino en narrar una situación de angustia, ante la
pérdida del niño Jesús en el Templo de Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. A partir del
Evangelio tampoco es posible formular una norma de comportamiento sobre cómo ha
de ser la vida familiar. Serán la primera lectura, del libro del Eclesiástico,
y la segunda, de la carta de san Pablo a los Colosenses, las que tracen,
conforme a la inspiración de Dios, las líneas básicas de la institución
familiar. El Eclesiástico, escrito unos 200 años antes de Cristo, canta las
bendiciones prometidas por el Señor a quien honra, respeta y cuida a sus
padres. Por su parte, san Pablo inserta la vida familiar en el ámbito del
mandato del amor que ha de guiar a cualquier grupo de cristianos. Con todo,
pese a no incluir Lucas enseñanzas determinadas sobre la familia, a partir del
texto que leemos se deducen varias consecuencias. En primer lugar, no existe la
familia ideal, sino la familia real y concreta. Quizá hubiéramos esperado un
pasaje en el que destacara la armonía y ausencia de problema alguno en la Sagrada Familia.
Sin embargo, en la escena predomina la angustia, la sorpresa y la falta de
comprensión inicial por María y José. En segundo lugar, afirma el Evangelio que
Jesús «estaba sometido a ellos», es decir, vivía bajo una autoridad. De este
modo, la familia, como espacio natural de la concreción del amor de Dios al
hombre, camina bajo unos lazos de autoridad, donde la educación de los hijos
constituye una tarea primordial para los padres. Pero ello no significa la
anulación de la voluntad de los hijos. De hecho, la expresión más contundente y
clara del Evangelio de este domingo es la de Jesús cuando alega: «¿No sabíais
que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
La ayuda al crecimiento humano y espiritual
El ejercicio de la autoridad por parte de los padres no
consiste, por lo tanto, en el establecimiento de unos lazos de dominio sobre
los propios hijos, sino en la colaboración con Dios para que puedan ser libres,
teniendo en cuenta que la libertad verdadera consiste en desarrollar al máximo
la capacidad de elegir el bien, o, dicho de otra manera, en decir que sí a la
voluntad de Dios. Cuando escuchamos que Jesús crecía en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios, se sobreentiende que María y José cooperaron
adecuadamente en la manutención humana del niño, pero, ante todo, se insiste en
que inculcaron en el Señor las profundas raíces religiosas de su pueblo, para
nunca anteponer nada a la voluntad de Dios.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Los padres de Jesús solían ir cada año a
Jerusalén por la fiesta de la
Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según
la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la
caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los
parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio
de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se
quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu
padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no
comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba
sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba
creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Lucas 2, 41-52