IV
Domingo de Adviento (ciclo C)
«Bendita
tú entre las mujeres»
Si durante los últimos domingos la Palabra de Dios que la
liturgia nos ofrece ha estado dominada por figuras proféticas, entre las cuales
sobresale Juan Bautista, este entra en la escena María, la madre de Jesús. A lo
largo del año celebramos algunas fiestas marianas en fechas señaladas, en las
que conmemoramos cómo la salvación que Dios ha traído a los hombres actúa de
modo especial en María. Así lo destacan particularmente días como la Inmaculada Concepción
o la Asunción
de María. Este cuarto domingo de Adviento se sigue un esquema distinto: la
prioridad es anunciar el próximo nacimiento del Salvador y subrayar que la
madre de Dios es quien mejor ha vivido la espera de la salvación, con amor de
madre, abriéndose a una nueva vida, como nos recuerdan algunas de las oraciones
propuestas para este tiempo.
Dios escoge lo sencillo
No es posible comprender en profundidad el Evangelio de
hoy sin tener en cuenta especialmente la primera lectura, del profeta Miqueas,
quien vivió en el siglo VIII a.C., en tiempos de Isaías, otro de los grandes
profetas del Adviento. Esta lectura remarca la desproporción entre la pequeñez
de la aldea de Belén, «pequeña entre los clanes de Judá» y la gran obra que
Dios llevará a cabo en ella. De un lugar tan insignificante el Señor construirá
a quien ha de ser guía para Israel y quien dominará hasta el confín de la
tierra. Precisamente, debido a este oráculo de Miqueas, Herodes supo que era
Belén el lugar en el que debía nacer el niño. El designio de la elección de lo
humanamente insignificante no se manifiesta únicamente en un lugar, sino
también en personas: en primer lugar, en la elección de David. El Mesías nacerá
de la casa de David, y David era el menor de los hijos de Jesé. En segundo
lugar, la elección de María, quien era una joven sin apenas valor a los ojos
del mundo, pero a quien Dios llenó de su gracia incluso antes de nacer.
María se pone en camino
El episodio que hoy escuchamos es continuación del relato
de la Anunciación
a María. Lo primero que realiza María, pues, tras conocer que concebirá al
Mesías es ponerse en camino. Esta reacción marcará no solo la vida de María,
sino la de la Iglesia
y la de todo creyente, pues fundamenta bíblicamente que la actitud del hombre
al recibir una llamada de Dios no ha de ser la pasividad, sino el poner en
juego los dones que se han recibido. María ha sido «evangelizada», pues lleva
en sí la Buena Noticia.
Y este es el motivo último por el que no puede detenerse. Al llevar a Cristo,
su sola presencia llena de alegría a Juan y suscita las alabanzas de Isabel. De
igual modo, la Iglesia
no puede olvidar que también ha recibido la misión de evangelizar, porque lleva
en su seno vida, lleva al Señor.
«La criatura saltó de alegría en mi vientre»
Es significativa la reacción de Juan antes de nacer,
cuando Lucas dice que saltó la criatura en su vientre. En realidad, el episodio
de hoy tiene resonancias bíblicas, ya que nos recuerda el traslado del Arca de la Alianza entre danzas y
alegría en tiempos del rey David. En las letanías del rosario llamamos a María
«Arca de la Alianza »,
puesto que lleva en su seno al Mesías. La alegría domina el tiempo de Adviento
y está siempre presente en quien tiene verdadera esperanza. Pero el Evangelio
de hoy nos permite percibir otra realidad: es el Espíritu Santo quien
posibilita esa alegría. La expresión «Bendita tú entre las mujeres, y bendito
el fruto de tu vientre», que ha permanecido para siempre en el avemaría, nace
del Espíritu Santo. Es, por lo tanto, Dios mismo quien nos ayuda a reconocer
los dones que hemos recibido y a dar gracias por ellos. María lo hará a través
del canto del magníficat, mientras que su prima Isabel lo manifestará mediante
la expresión que escuchamos en el pasaje de hoy.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquellos días, María se levantó y se puso
en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y
levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto
de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
cumplirá».
Lucas 1, 39-45