Queridos director espiritual de esta
Santa Hermandad, compañeros de Junta de Gobierno, hermanos y hermanas,
cofrades, señoras y señores:
El
día grande de la
Solemne Función Principal de Instituto siempre hace fluir y
confluir una densa suerte de componentes emocionales. Supone algo así como un
refrendo de Fe, como un sello de tinta eterna, como una afirmación y una
confirmación que renovamos en virtud de nuestra naturaleza cristiana, por
encima del tiempo y por debajo de las modas y los modismos. Para la Hermandad supone el
signo visible y corporativo de su férrea lealtad a los dogmas de la Santa Madre Iglesia.
Mantenida a lo largo de años, de décadas, de siglos.
También
la Función Principal
de Instituto nos aporta y nos reporta, cada año, un incentivo, un plus
sentimental. Porque nos agita la memoria, nos remueve la nostalgia. Paraliza el
tiempo. Detiene la
Historia. Y la actualiza y la refresca… Para deslizarnos
hacia atrás y hacia adelante en el calendario. Y así observamos de nuevo, junto
a todos nosotros, a aquellos hermanos –ejemplares- que cierto día marcharon al
encuentro del Padre. Nuestros hermanos difuntos que siempre regresan a la
realidad de la Hermandad
en la jornada jubilosa y encendida de la Función Principal.
Tres
de los nuestros, de los de siempre, que además, en este memorable año de 2016
cumplen 50 años de antigüedad en el censo, en la nómina de hermanos. 50 años de
servicio y de entrega sencillamente por amor.
Nos
referimos a don Francisco Barra Bohórquez, don Antonio Márquez Abadía y don
Antonio Gómez Márquez, tan conocidos ellos por todos vosotros, tan reconocidos
en la lumbre de una trayectoria superlativa,
tan registrados en los paradigmas del aplauso tácito, secreto, mantenido
como el anagrama y como el símbolo del tesón y la fidelidad a una túnica, a una
causa, a la misión del cofrade que Evangeliza y del discípulo de Cristo que se
reviste del hábito blanco de la humildad y el compromiso callado pero
eficiente, incondicional, categórico, absoluto, ilimitado.
Tanto
Antonio Márquez Abadía como Antonio Gómez Márquez son cofrades marcados por la
discreción y la amabilidad de formas. Reservados, cautelosos, enemigos de
protagonismos. Así son los Antonios. Muy queridos en el seno de esta Hermandad.
Hombres de experiencia dirigente en Juntas de Gobierno (el primero como
Consiliario Adjunto al Hermano Mayor y el segundo como Teniente Hermano Mayor y
director de cofradía). Hermanos cercanos y agradables. Silenciosos. Obreros del
sendero de Cristo en clave de rigor penitencial, de apostolado que jamás conoce
el cansancio, de perduración y de defensa a ultranza del espíritu que nos
caracteriza y nos avala.
De
nuestro admirado Paco –Paco Barra-… ¿qué podríamos decir que todos ustedes no conozcáis de sobras?
Pecaríamos por , nos quedaríamos cortos, si pretenderíamos –en nuestra osadía,
en nuestra ufanía- aproximarnos, siquiera grosso modo, a su legado, a su
ejemplo, a su enseñanza, a su desprendimiento, a su categoría cofradiera, a su
compromiso, a sus alegrías y a sus sufrimientos en pro de la Hermandad , de su
Hermandad de las Cinco Llagas…
Recayó
en nuestras filas nazarenas –hace cincuenta años- precisamente por amor al
prójimo, cubriendo entonces la estación penitencial de un amigo y hermano que,
por caprichos del azar y la enfermedad, no pudo vestir la túnica blanca aquella
Madrugada Santa. Paco, al quite, lo hizo por él. Fue el principio de una
relación, de una correlación, de una dependencia, de una reciprocidad, la de
Paco y su Hermandad de las Cinco Llagas, que ya nunca a partir de entonces
bajaría enteros ni conocería paréntesis… Los dignos hijos de Dios no descansan
jamás: tampoco cuando los calvarios personales hacen tortuoso y sufriente el
camino que conduce a la grandeza de la
Cruz.
Paco
nos ha enseñado cómo hay que querer a la túnica blanca. Cómo hay que querer a la Madre de Dios. Cómo hay que
querer a quienes se fueron. Cómo hay que querer a los que vendrán. Casi de
benjamín, siendo un chiquillo, ya ocupó cargo de secretario en una Junta de
Gobierno repleta de cofrades venerables y eximios (nuestros históricos
antecesores) y posteriormente, muy joven aún, pronto ocuparía cargo de Hermano
Mayor. Lo ha sido por merecimientos propios en tres ocasiones y en dos etapas
muy diferentes de la historia reciente de la Hermandad. En ambas
ha dejado huella… Dejándose la piel y las horas y las deshoras en el
cumplimiento del deber encomendado.
Paco
es un hombre de Iglesia que nunca pierde la Esperanza. ¿Cómo va a
perder la Esperanza ?
Ha sabido inculcar a su familia y a sus cuatro hijas el valor del esparto
ajustado a la cintura y la trascendencia del cirio encendido bajo la soberana
lección testimonial de la Luna
de Nisán.
Paco
es seriedad, es autoridad, es Hermandad y es familia. El nazareno decano de
todos cuantos nos revestimos de Cristo en la Santa Madrugada.
Sólo
Dios sabe la suma de la aportación de Paco al devenir de nuestra institución
cofradiera. Ni nosotros ni nadie. Ya lo dijo Tomás de Kempis: “No eres más
santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Lo que eres, eso eres.
Y no puedes ser más grande ni más pequeño de lo que Dios sabe que eres”.
Así
es, hermano Paco. Eres -¡casi nada!- lo que Dios sabe que eres.
Y lo
que nosotros hemos recibido a mansalva de tu persona. De tu gran persona.
Hoy
nos sentimos felices. Rendimos homenaje a tres hermanos de verdad. Tres hermanos
que sirven a Cristo y nos sirven como método de aprendizaje. Esta Hermandad
–vuestra Hermandad- de las Cinco Llagas se siente altamente orgullosa de
vosotros.
Nos
habéis dado mucho, muchísimo. Nosotros, ahora, os respondemos con la voz
emocionada y con el gesto sincero. Estaréis por siempre instalados en el
epicentro de nuestros corazones. Siempre, sí, en el epicentro de nuestros
corazones. Y esto que os digo… ¡esto que os digo!... también Dios lo sabe.
Que
el Señor de la Vía-Crucis
os proteja y os colme de bendiciones.