Si contemplamos al Señor de la Vía-Crucis , lo primero
que conmueve es la manera, la ternura con que abraza la cruz, como queriendo
abrazar en el madero la voluntad de su Padre del Cielo.
“Para esto he
venido, para un destino de cruz”.
Pero este destino no es fácil de digerir. No es fácil de encajar que el destino
de Jesús era un destino de cruz.
En el pensamiento de un judío, el mesianismo había que
entenderlo en claves puramente políticas y terrenales (sería Rey con todas las
prerrogativas de Rey: trono, ejército, poder…).
Cuando Andrés se
encuentra con Jesús y Juan el Bautista le indica que le siga, el pensamiento de
Andrés es el de un judío: pensaba que algún trozo de poder le tocaría a él.
Andrés, loco de alegría, se fue corriendo y se lo dijo a su
hermano Pedro. Éste pensó lo mismo: pensaban que si se pegaban a él la tarta
que le tocaría sería gorda.
Jesús pensó que cuando vieran el trono de la cruz en
Jerusalén será un fracaso estrepitoso: por eso anuncia en tres ocasiones su
Pasión. Les advierte que a Jerusalén no va a ocupar un trono de gloria humano,
sino un destino de cruz.
Pedro lo coge aparte, pero Cristo le dice “apártate de mí,
Satanás…”. Y a Pedro se le vino el mundo abajo, pero no se dio por enterado.
En el segundo anuncio de la Pasión salta la madre de los Zebedeos, Juan y Santiago, y
como cualquier madre, lo coge aparte y le pide cargos para sus hijos. Los otros
se dan cuanta y se forma la trifulca.
Entonces Jesús los sienta otra vez y les advierte de nuevo
que a Jerusalén va a la cruz.
Llega la Transfiguración. Está muy cerca de Jerusalén.
Pedro, cuando vio el Tabor le propone quedarse allí. El Evangelio dice “no
sabía lo que decía”.
Llegan a Jerusalén y llega el momento de la cruz; y cuando
ven la sombra de la cruz, todos lo abandonaron. Seguían a Jesús por otros
proyectos de gloria humana…
Pedro, cuando ya era Obispo de Roma, escapa una noche de la
ciudad –eran momentos en que mataban a los cristianos-, y cuando iba por las
afueras le dice el Señor “¿dónde vas?”. Y se vuelve de nuevo a Roma y abraza
como su destino a la cruz.
Que no seamos como Pedro. La cruz cuesta digerirla.
En la Imitación de Cristo se dice: “qué de amigos
tienes de tu mesa, pero qué pocos de tu cruz”. Si seguimos a Jesús, el destino
de Jesús es nuestro destino.