Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

sábado, 2 de enero de 2016

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Segundo Domingo de Navidad (ciclo C)
Se encarnó

Es curioso que, al estudiar la historia y la fenomenología de las religiones, las divinidades siempre habitan en lo alto. Ocupan un mundo transcendente absolutamente inalcanzable para la débil, imperfecta y minúscula condición humana. El hombre que quiere acercarse a los dioses ha de emprender una titánica subida y esfuerzo hacia los templos donde habita la divinidad, como era el caso del representativo Olimpo griego. Del ser humano parte la iniciativa y el esfuerzo para acercarse a Dios, sin mucho éxito en lograr su empresa. Es el ser humano quien sube.
En el cristianismo, es Dios mismo el que busca al ser humano, su criatura. La iniciativa de este encuentro parte de Dios. Es el quien desciende de su condición divina para adoptar la condición humana. La Carta a los Filipenses glosa bellamente este misterio: «Se despojó de su rango», «se rebajó», «tomó la condición de esclavo» (Flp 2,6-8). Es Dios mismo el que baja. Este es el misterio de la encarnación, básico para comprender la entraña y esencia del cristianismo; también del misterio celebrado en este tiempo de Navidad.
El Evangelio del segundo Domingo de Navidad proclama una parte del hermoso prólogo del Evangelio según san Juan. Es un texto magistral que, más allá de cuestiones teológicas y exegéticas, enseña al pueblo cristiano el origen y la identidad de Jesucristo. Los evangelistas Mateo y Lucas se preocupan de los detalles del origen humano de Jesús. Juan, sin embargo, nos presentó su origen divino. Jesucristo, denominado como Palabra ( Verbum, en latín) del Padre es eterno, y ha estado siempre «junto a Dios Padre», porque es Dios. No es un hombre cualquiera, es el Hijo único de Dios, por el que se ha dicho, ha hablado, se ha revelado y se ha manifestado Dios Padre.
¿Qué difícil es hablar de esta misteriosa condición divina de Jesús? El evangelista Juan acude a una serie de metáforas con las que poder comunicar la esencia existencial de Jesucristo. Es el principio de la Vida, la fuente creadora de todo cuanto existe «desde el principio» del tiempo y de la historia, porque es Dios. Es luz que destruye cualquier tipo de tiniebla, miedo y pecado en este mundo, porque es Dios. Es la Palabra divina que se encarna, es decir, que «toma carne», que se hace hombre, que comparte la condición humana de la humanidad creada –excepto en el pecado–, porque es Dios. «Y el Verbo se hizo carne, y acampó entre nosotros». Palabras que son recogidas por la liturgia de la Iglesia al proclamar el Credo y ante las cuales nos invita a arrodillarnos o inclinar la cabeza, como un signo de recuerdo y veneración del misterio de la encarnación de Dios, prolongado también en la oración diaria del Ángelus y cantado en las obras artísticas de pintores, escultores, cineastas, etc. Hasta los grandes músicos han cuidado con particular esmero la musicalización de estos versículos del Credo de la Iglesia.
El mensaje de este domingo es claro. Dios no castiga a los hombres, no es el culpable del mal y del pecado, no se aleja de la humanidad. Al contrario, Dios ama a la humanidad, se acerca y se entrega a ella con amor misericordioso, para salvarla. Dios no condena el mundo ni se aleja de él. Entra en la historia, en el tiempo de los hombres para redimirlo. Dios no es nuestro enemigo, es nuestro amigo, como afirma bellamente la liturgia bizantina al denominarlo philanthropos (amigo de los hombres).

Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos




Evangelio

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Este estaba en principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Juan 1, 1-18