V Domingo del Tiempo
ordinario
Vámonos
a otra parte
En
aquellos días de Galilea, a Jesús no lo dejaban en paz ni siquiera en las
madrugadas que Él aprovechaba para orar. La gente quería verlo, hablarle,
tocarlo, pedirle favores. Su autoridad, dotada de una virtud divina, les
resultaba impresionante. Era la llamada primavera de Galilea,
cuando las masas seguían encandiladas al profeta de Nazaret. «Todo el mundo te
busca», le decía Pedro, admirado y ufano del éxito obtenido entre sus paisanos,
allí, en su pueblo de Cafarnaúm.
¿Qué
había hecho Jesús? Pedro lo sabía bien. Había cogido de la mano a su suegra y la había levantado del
lecho en que yacía enferma. Había curado muchos enfermos y expulsado muchos
demonios a la puerta de su casa. No había curado a todos. Pero sí a muchos. Y
los que quedaban por obtener la libertad de sus males corrían detrás de Él; lo
buscaban ya de madrugada.
Somos
seres muy necesitados. Andamos todo el tiempo a la búsqueda de soluciones para
nuestras carencias y dolencias. Gastamos muchas energías y recursos incluso en
adelantarnos previsoramente a las necesidades que podríamos tener en el futuro.
Empleamos la vida en resolver nuestras necesidades de alimento, de abrigo, de
salud, de información, de formación, de reconocimiento, de cariño, de sentido.
Hoy, dos
mil años después, seguimos siendo, en buena media, un compendio de carencias y
dolencias materiales y espirituales, exactamente igual que los paisanos de
Simón Pedro en aquella primavera de Galilea.
Y Jesús
sigue siendo buscado por la gente también hoy. Sigue siendo visto como una
autoridad en humanidad, ejemplo de vida en libertad y en fraternidad. Son muy
pocos los que lo rechazan o ignoran absolutamente. Son muchos los que lo
idealizan como una figura excepcional capaz de llenar, si no todas, al menos
muchas de las carencias que aquejan a la Humanidad. Y son
bastantes los que, como aquel Pedro de Galilea, están tentados de aprovechar el
tirón del Maestro, para convertirse en gestores de un éxito del que obtener
algún beneficio personal: Ven, que todo el mundo te busca…
Pero
Jesús sorprende a Pedro con una respuesta dura de apariencia: «Vámonos a otra
parte». No está dispuesto a responder a lo que buscan de Él allí. Es como si le
dijera que ya estuvo bien de milagros; que Él no ha venido a resolver las
carencias y las dolencias de sus paisanos. ¿A qué ha venido entonces Jesús?
¿Cuál es el secreto verdadero de su autoridad?
El
Profeta de Nazaret ha venido a anunciar a todos que el reino de Dios está
cerca; ha venido a traernos a Dios en su propia persona. Pero eso nos parece
poco. Pensamos que no responde a nuestras carencias y dolencias. Preferiríamos
piedras convertidas en pan; salud y poder de este mundo.
Por eso,
la primavera de Galilea durará poco. Las masas dejarán de
buscar a Jesús y pasarán, de la aclamación encandilada al trágico grito de ¡Crucifícalo!
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al salir
Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La
suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Él se acercó, la
cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se
puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera
se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó
muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les dejaba hablar.
Se levantó de madrugada,
se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en
su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les respondió:
«Vámonos a otra parte, a
las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así
recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1,
29-39