Vamos a contemplar a Jesús explicándonos cómo es ese Reino de Dios; explicándonos cómo es Dios.
Acudió al lenguaje de los poetas. Narró parábolas que cautivaban a la gente. Sus parábolas conmueven y la gente la escucha cómo venidas de un profeta.
Les propone como ejemplo la parábola de la semilla; lo realmente importante no lo hace el sembrador, sino que crece por una fuerza misteriosa. Todo sucede sin que el sembrador sepa muy bien cómo sucede esa maravilla.
No hay que impacientarse por la falta de resultados inmediatos. La cosecha llegará con toda seguridad.
La parábola más cautivadora es la del Hijo Pródigo, o también llamada, del Padre Misericordioso.
El padre respeta la sinrazón de su hijo y reparte su herencia. Una vida desquiciada lo lleva a la destrucción, y el joven reacciona. Reconoce su pecado, y la acogida del padre es increíble. El protagonista de la parábola es el padre. Jesús cuenta esta parábola para contarnos cómo es el Padre.
El padre le abraza con ternura: signos de acogida y perdón, pero también de protección ante los vecinos. Se porta cómo una madre. Le prepara un banquete.
Faltaba, desgraciadamente, el hijo mayor, que se queda fuera sin entrar en la fiesta, y es entonces cuando explota y descubre todo su rencor.
Pero el padre lo mira con los ojos del corazón...su único deseo como padre es ver a los hermanos sentados a la mesa compartiendo el acontecimiento festivo.
Éste es nuestro Buen Padre Dios: un padre compasivo y clemente, que nos perdona incluso antes de que se lo pidamos. Ésa es la figura y la persona de Dios Padre, que nos acoge, aunque hayamos hecho barbaridades.
“Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”, nos dice el Evangelio.
