Estamos
finalizando este quinario. Hemos estado contemplando las Llagas de Cristo. Hoy
concluimos con la más hermosa, la más profunda: la Llaga de su costado, la
Llaga de su corazón.
Hay
varios estudiosos de la Sábana Santa de Turín que afirman que las heridas de la
crucifixión son brutales. Han llegado a concluir que el hombre que estuvo envuelto
en ella llegó a perder el 70 por ciento de su carne debido a las palizas de su
Pasión.
Cuando al
cuerpo humano ya no le sale sangre, sale agua. Cristo ha derramado toda su Sangre
para salvarnos. Por nuestros pecados.
A lo
largo de los siglos Dios ha ido suscitando varias devociones al respecto. La
más reciente, la Divina Misericordia de Sor Faustina Kowalska. Dios le iba
mostrando a ella Sus Llagas. En su diario deja escrito: “De todas Mis
Llagas, como de arroyos, fluye la Misericordia para las almas, pero la
Herida de Mi Corazón es la Fuente de la Misericordia sin límites,
de esta Fuente brotan todas las Gracias para las almas. Me queman las
Llamas de Compasión, deseo derramarlas sobre las almas de los
hombres. Habla al mundo entero de Mi Misericordia”.
Y éstas son palabras de Cristo para cada uno de nosotros. Esas gracias que
necesitamos en nuestra vida cristiana para levantarnos de nuestras miserias y
de nuestro pecado.
San
Jerónimo decía que de su costado nacen los dos sacramentos que dan vida: el Bautismo
y la Eucaristía.
Otra
devoción que brota de ese costado es la devoción al Sagrado Corazón que lleva a
Santa Margarita María Alacoque a escuchar en su tercera aparición: “He aquí
el Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el
extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en
compensación, solo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de
sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que
tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que
se porten así los corazones que se me han consagrado”.
¡Qué diferente sería si fuésemos conscientes
cuando venimos a la iglesia de quién es el que está en el sagrario! No seríamos
capaces ni de tenerlo en nuestras manos.
De esta
devoción al Sagrado Corazón van a nacer dos actos esenciales: el amor y la
reparación. De su costado nace el culmen de nuestra vida cristiana, a la cual
todos estamos llamados.
¿En qué
tengo puesta mi confianza? ¿en Cristo? ¿o en el mundo, el dinero, “mis cosas”?
Saltad
de gozo porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
¡Qué
sabios eran los primeros cristianos, que sabían que eran peregrinos en este
mundo!
Los años
pasan y no sabemos cuándo llegará nuestro momento. Ojalá cuando llegue podamos
escuchar de su boca: “venid, benditos de mi Padre”.