Foto: D, Borja Mejías |
Hemos desgranando con vosotros hasta ahora en estos días qué significan las tres primeras Llagas. Las mismas por las que hemos sido sanados. Hasta ahora la fe, la esperanza y la caridad, las tres virtudes teologales que el Señor nos ha concedido gratuitamente.
Hoy
vamos a contemplar la cuarta Llaga de su pie; el Señor, en el bautismo nos ha
concedido además unos dones, unos frutos del Espíritu Santo. Estos dones y
frutos que se nos han concedido en el bautismo se completan en el sacramento de
la confirmación.
La vida
cristiana es mucho más que ir a misa los domingos y no tener problemas con los
demás. Es como un océano: mucho más amplia e inmensa de la que conocemos.
El Señor
nos ha concedido por el bautismo siete dones del Espíritu Santo con sus frutos.
Éstos son disposiciones permanentes que completan y llevan a la perfección las
virtudes. Podemos decir que creemos mucho más, esperamos mucho más y amamos mucho
más… de modo perfecto, podríamos decir.
No
sabemos lo hermoso que es vivir la vida cristiana en plenitud. Y ya no diremos “tengo
que…” sino, “qué hermoso es…”.
La fe
cristiana es vivir en profundidad lo que Dios nos ha regalado. Esos dones que
son siete: mediante la sabiduría podemos gustar más la Palabra de Dios.
Por el entendimiento comprendemos lo que por la sola razón no podemos. La
fortaleza nos hace fuertes ante las tentaciones del demonio. Por el consejo
podemos guiar a los hermanos en el camino. Por la ciencia llegamos a
conocer misterios que no llegamos a comprender. Por la piedad gustamos
no sólo a Dios, sino al misterio. Y el temor de Dios no es temor como
tal, sino santo respeto.
Estos
dones nos concede el Señor gratuitamente a los que queremos vivir por el
Espíritu, y nos conceden unos frutos: caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y
castidad.
A los
ojos del hombre es imposible. Pero para el que ama, el Señor se los concede. El
Señor hace bien todo con una condición: que le dejemos intervenir en nuestra
vida.
Pidamos
al Señor mediante la intercesión de nuestra Madre Santísima para que sane las
heridas de nuestro corazón.