Fuente: ALFA Y OMEGA
XV
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
La
semilla cayó en tierra buena
Tras haber escuchado parte de los dos primeros discursos
de Jesús, los conocidos como el Sermón de la Montaña y el Discurso de la Misión , entramos en el
tercero, que recoge una serie de parábolas ambientadas, como es habitual en el
modo de explicar Jesús el Reino de los cielos, en imágenes sacadas del ámbito
rural y familiar. La siembra constituye para el hombre una tarea
imprescindible, puesto que de ella depende la alimentación y, en último
término, la vida misma. Pero hay algo que no depende de quien siembra, sino de
una serie de factores, tales como la meteorología, la riqueza del terreno o la
preparación del mismo, que sirven a Jesús para explicarnos que en la revelación
del Reino de los cielos él es el sembrador, el hombre es la tierra y la semilla
es la Palabra
de Dios.
Estamos acostumbrados a escuchar a Jesús recordarnos el
valor de lo pequeño, lo humilde, lo insignificante, lo que pasa desapercibido.
Y así lo aclara a menudo, tanto cuando quiere buscar el cambio de vida de los
arrogantes o los seguros de sí mismos, como cuando pronuncia algunas de sus
parábolas, como, por ejemplo, la del grano de mostaza. Si hay algo que destaca
en particular en la semilla es el contraste entre el diminuto tamaño de un
grano y la enorme fuerza interior que contiene en sí. De un modo explícito lo
explica Isaías en la primera lectura de este domingo, al comparar la Palabra de Dios con la
lluvia y la nieve que fecundan y hacen germinar la tierra. Pero hay una frase
especialmente interesante: «Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá
a mí vacía». Es esperanzador escuchar que estas palabras, que significan lo
mismo que decir que las acciones del Señor, o la salvación alcanzada por
Jesucristo, o la fuerza del Espíritu Santo son eficaces. Aquí entra en juego el
otro factor necesario, la disposición de la tierra, del hombre que acoge la Palabra. Sin embargo,
siempre lo que cae del cielo queda en la tierra. Inmediatamente pueden venirnos
a la cabeza los aparentes fracasos tantas veces en la tarea misionera y
evangelizadora, es decir, personas en las que se ha tratado de sembrar, pero en
las que no vemos resultados. Por eso, poner la confianza en la eficacia de la Palabra y de la acción de
Dios puede ayudarnos a poner en las manos de Dios cualquier misión catequética
o evangelizadora que llevemos a cabo, ya que, de la misma manera que el campo
tiene sus tiempos para que germine la semilla, también personas que durante
años parecen haber sido indiferentes o incluso contrarias a la acogida de la Palabra de Dios, pueden en
un preciso momento o mediante un proceso paulatino, a través de circunstancias
determinadas, pero nunca casuales, cambiar de vida. Todos conocemos a quienes a
través de un acontecimiento intenso de su vida, de un retiro espiritual, de una
conversación con un amigo o de un contacto comprometido y no superficial con
quienes más sufren (pobres, enfermos, ancianos solos), han percibido de un modo
nuevo y han hecho suyas tantas enseñanzas y hechos que hasta ahora parecían
dirigidos a otras personas, pero no a ellas. Por eso, la parábola del sembrador
contiene no solo una explicación sobre los distintos tipos de tierra en los que
puede caer la semilla, sino también un mensaje de ánimo hacia los misioneros,
predicadores, catequistas, padres, que pueden verse invadidos por un desánimo o
por un sentimiento de culpabilidad o de fracaso al ver que tras años de siembra
no parece recogerse fruto alguno.
Con todo, no podemos olvidar la otra cara de la moneda:
ciertamente la Palabra
de Dios es eficaz y la salvación del hombre ha sido llevada a cabo. Pero el
Maligno sigue actuando, tratando de distraernos de nuestra verdadera finalidad
en la vida y ofreciendo alternativas muy atractivas y con el peligro de
desviarnos del verdadero sentido de nuestra vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó
junto al mar. Y acudió a Él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se
sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló de muchas cosas
en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una
parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra
parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no
era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por
falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, 60; otra, 30. El que
tenga oídos, que oiga».
Se le acercaron los discípulos y le
preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros
se os han dado a conocer los secretos del Reino de los cielos y a ellos no.
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le
quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin
ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de
Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado
los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el
corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros
ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y
no lo oyeron. Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador:
si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo
sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo
sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta
enseguida con alegría, pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene
una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado
entre abrojos significa el que escucha la palabra, pero los afanes de la vida y
la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado
en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto
y produce ciento o 60 o 30 por uno».
Mateo 13, 1-23