Fiesta
de la Presentación
del Señor (ciclo A)
«Luz para alumbrar a las
naciones»
Cuarenta días después de Navidad celebramos la fiesta de la Presentación del
Señor en el templo. Aunque hace varias semanas que concluíamos el tiempo de
Navidad, el carácter de este día, puesto de relieve de modo particular en el
Evangelio, retoma algunas de las características resaltadas en Navidad. Al
mismo tiempo, se reconocen algunos aspectos que anuncian el misterio pascual.
Como nos recuerda el pasaje de este domingo, la ley prescribía la consagración
al Señor de todo varón primogénito. Así pues, la entrada de Jesús en el templo
manifiesta, en primer lugar, que Jesús es verdaderamente hombre, puesto que
cumple con las disposiciones rituales previstas para todo primogénito. La carta
a los Hebreos nos lo recuerda en la segunda lectura, cuando afirma que «tenía
que parecerse en todo a su hermanos», o al afirmar que «también participó Jesús
de nuestra carne y sangre», subrayando, una vez más, el realismo indudable de la Encarnación. La
llegada de Jesús al templo es, pues, considerada como algo que superará la
concreta realización de una ley jurídico-religiosa: todo el ser de Jesús,
expresado a través de «la carne y la sangre», queda vinculado con el Padre y
con nosotros. Al mismo tiempo, la entrada en el templo de Jesús anticipa su
definitiva entrada en el santuario como rey de la Gloria , victorioso tras
haber roto las ataduras de la muerte.
El anuncio de la misión del Señor: Salvador y Luz
La ofrenda del niño en el templo manifiesta un destino
concreto de la vida del Señor: una existencia para llevar a cabo la voluntad de
Dios en una completa entrega. Son significativas las expresiones del Evangelio
y del resto de la Palabra
de Dios que describen la misión del Señor. De entre todas destacan dos: la que
se refiere a Jesús como el Salvador y la que lo señala como Luz para alumbrar a
las naciones. En efecto, Jesús en medio de su pueblo tiene el cometido de
liberar y expiar los pecados del pueblo. Se prevé una vida no pacífica y una
aceptación de su persona que distará mucho de ser unánime, ya que será un
«signo de contradicción». Su vida estará asociada a una decisión por parte del
hombre y a una función de criba: «fundidor que refina la plata» o «lejía de
lavandero» son algunas de las expresiones que predicen en la primera lectura,
del profeta Malaquías, la misión de Cristo; algo que llevará consigo que «se
pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones», tal y como señala
el Evangelio. En segundo lugar, el cántico de Simeón retoma el tema navideño de
Jesucristo como Luz de las naciones y Gloria de Israel. Sabemos que no es esta
la única vez que el Señor aparece como «Luz del mundo», ya que son varios los
pasajes de la Escritura
que se refieren a Jesucristo como Luz o incluso a los mismos cristianos como
«luz del mundo» (Mt 5,14) o «hijos de la
Luz » (1Tes 4,4-5). La liturgia de este día ha subrayado
particularmente esta dimensión luminosa de Cristo con la procesión inicial de
las candelas mientras se canta «Luz para alumbrar a las naciones» o un pasaje
que haga referencia a Jesucristo como Luz. Esta ritualización remite
inequívocamente a la liturgia de la luz de la vigilia pascual, cuando
Jesucristo resucitado aparece como Luz en el cirio, al mismo tiempo que se
encienden las velas de los fieles y las luces de la Iglesia , para, a
continuación, escuchar el pregón pascual como anuncio luminoso.
La fiesta del encuentro
En algunos lugares esta conmemoración ha sido tradicionalmente
conocida como la fiesta del encuentro, en referencia a la felicidad
experimentada por los dos ancianos, Simeón y Ana, que llevaban años esperando
ver lo que hoy tienen ante sus ojos. Su prolongada espera nos enseña a valorar
nuestra vida como un camino hacia el encuentro definitivo con el Señor,
concretada en un progreso paulatino de unión con Dios a través de la
participación en la vida de la
Iglesia y de los distintos acontecimientos de nuestro día a
día.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
Cuando se cumplieron los días de la
purificación, según la Ley
de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al
Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito
será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la Ley del Señor: «un par de
tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el
Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que
no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu,
fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres
para cumplir con Él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y
bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu
siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de
tu pueblo Israel».
Lucas 2, 22-32