Solemnidad del Bautismo del
Señor (ciclo A)
«Este es mi Hijo amado»
Con la fiesta del Bautismo del Señor cerramos el tiempo
litúrgico de Navidad, un período en el que hemos celebrado ante todo la
manifestación del Hijo de Dios como Salvador de los hombres, tanto de los
pertenecientes al pueblo de Israel como de los gentiles. A través de distintas
escenas, durante estos días hemos visto al Niño siendo visitado, reconocido y
adorado por los pastores o por los Magos. Todos estos pasajes han pretendido
mostrar una primera realidad: para descubrir al Salvador es preciso encontrarse
con Él. Creer como consecuencia de ver forma parte de un acontecimiento que
celebramos gracias a que existen testigos que nos lo han contado. A pesar de
que, tras la celebración de la
Epifanía , han pasado muchos años hasta encontrar a Jesús
junto al Jordán para ser bautizado por Juan, conmemoramos un mismo
acontecimiento: el comienzo de la salvación de Dios a los hombres, con el
acento puesto ahora en su función como Mesías.
«Conviene que así cumplamos toda justicia»
Aunque los tres Evangelios sinópticos contienen el pasaje
del Bautismo de Jesús en el Jordán, únicamente Mateo incluye un diálogo entre
Jesús y Juan Bautista, en el que se muestra la resistencia de este último a
bautizar al Señor. La razón que Jesús aduce para ser bautizado es que «conviene
que así cumplamos toda justicia». Para comprender esta afirmación es preciso
concebir a Dios como el justo. Esto significa no solo una condición de su ser,
sino algo que afecta a los hombres: hace justicia o justifica a quienes confían
en Él, como nos recuerda principalmente san Pablo. Para llevar a cabo esta
justificación Jesús pasará por un bautismo, que tiene el significado de
inmersión. La imagen inmediata asociada a este término es el sumergirse en el
agua. Sin embargo, el Bautismo del Señor es el anticipo de una realidad muy
profunda, que se concretará en el introducirse hasta las últimas consecuencias
en nuestra propia realidad de pecadores para, de este modo, hacernos partícipes
de su misma vida. Se trata de una consecuencia más de la Encarnación de Dios,
del descendimiento de Dios hacia los hombres, del acercamiento y cercanía
máxima entre el Señor y nosotros. Junto con esta dinámica de abajamiento y
solidaridad con el hombre va unida la completa obediencia del Hijo hacia el
Padre. En realidad, toda la vida de Jesucristo estará marcada por la confianza
y la disposición a realizar cuanto desea el Padre. Por eso escuchamos, como
primera lectura de este domingo, el primero de los cánticos del Siervo, de
Isaías, donde se anuncia la misión que ha de llevar a cabo del Siervo de Yahvé.
Jesús, ungido por el Espíritu Santo
El Evangelio de este domingo llega a su punto culminante
con la manifestación del Espíritu de Dios sobre Jesús, en forma de paloma, y la
voz que afirma: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». Aparte de
recordar y ver cumplido, de nuevo, el canto de la primera lectura, Jesús
aparece como ungido por el Espíritu Santo. Desde antiguo la unción iba
aparejada a la misión que debían cumplir determinadas personas relevantes,
especialmente los reyes y los sacerdotes, quienes realizaban un designio
divino. Jesús no será ya ungido por nadie, sino por el mismo Espíritu Santo,
que desciende en forma de paloma. Y por esta unción recibirá la misión de
introducir a los creyentes en el conocimiento de Dios para dar acceso a la vida
divina a quienes recibirán el nuevo bautismo inaugurado por la Muerte y Resurrección de
Cristo. Por eso, en la fiesta del Bautismo del Señor, los cristianos hacemos
memoria de nuestro propio Bautismo. Este recuerdo se puede enfatizar este día y
todos los domingos al comienzo de la celebración eucarística con la bendición y
aspersión del agua bendita. Con ello somos conscientes de que también nosotros
participamos en la misión del Señor y hemos sido ungidos por el Espíritu Santo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al
Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba
disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes
a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda
justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua;
se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y
se posaba sobre él. Y vino una luz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo
amado, en quien me complazco»
Mateo 3, 13-17