VIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«De
lo que rebosa el corazón habla la boca»
En el marco de las enseñanzas del comienzo del ministerio
público del Señor ante los discípulos y una muchedumbre de personas, Lucas nos
relata varias catequesis del Señor. El tipo de lenguaje utilizado no procede
estrictamente de Jesús, sino que está enraizado en la sabiduría popular judía.
A lo largo de los siglos, el pueblo hebreo, al igual que otras regiones de la
misma zona geográfica, ha incorporado a su modo de entender la realidad un
conjunto de reflexiones sencillas y cargadas de un profundo sentido común. Se
trata de ciertos proverbios, que, con un lenguaje popular y poético, quieren
hacernos comprender cómo es el hombre, para que su vida camine conforme a su dignidad.
Por supuesto, no es posible desligar este tipo de sabiduría de la relación de
Dios con el hombre. De hecho, el libro del Eclesiástico, redactado unos 200
años antes de Cristo, pone ante nosotros un conjunto de dichos que preparan al
pueblo para acoger a Jesucristo, el verdadero maestro, tal y como estamos
leyendo en el Evangelio estos domingos.
La elección del maestro
Antes de analizar las instrucciones concretas nos da Jesús
en el Evangelio, merece la pena valorar la importancia de tener un buen maestro
en la vida, ya que inevitablemente nuestra forma de pensar y actuar se
configura a partir de referencias concretas. Actualmente esta figura se
considera propia de otras épocas, salvo para ciertas artes (la pintura, la
música, la tauromaquia, etc.); o bien se vincula a un reconocimiento honorífico
al final de la vida de alguien que ha desarrollado una fecunda carrera en
alguna destreza concreta. Pero hasta hace no mucho, el maestro era la
referencia imprescindible en la formación de cualquiera, yendo más allá de la
transmisión de una o varias disciplinas académicas. Esta es la visión que nos
ofrece tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo del maestro. De hecho, quienes
rodean a Jesús no destacan por su cultura y, con seguridad, la mayoría de ellos
serían analfabetos. Sin embargo, han tenido la fortuna de encontrarse con el
verdadero maestro, del cual aprenderán la auténtica sabiduría.
Huir de las apariencias
El Evangelio de este domingo resume varios proverbios bien
conocidos, algunos ya preparados por la primera lectura de la Misa. En primer lugar,
Jesús señala que un ciego no puede guiar a otro ciego, puesto que los dos
caerán en el hoyo; en segundo lugar, se recuerda el vínculo del discípulo con
el maestro; en tercer lugar, a través de la imagen de la viga y la mota en el
ojo, el Señor previene contra la hipocresía de juzgar al hermano al mismo
tiempo que justificamos nuestros propios errores; en cuarto lugar, Jesús carga
contra el juicio sobre las apariencias, ya que el árbol se valora por lo que produce
y no por lo que parece ser. Para resumir esta doctrina, el Señor dirige su
atención hacia lo más íntimo del hombre: su corazón. De ahí nace todo lo bueno
o malo que puede decir o hacer alguien.
Estamos, pues, ante el núcleo de las enseñanzas orales del
Señor. Jesús lleva tiempo ya predicando y es un referente indiscutible como
maestro. Su misión es anunciar el Reino de Dios. Y mediante estos proverbios
descubrimos nuevamente que el designio de Dios hacia los hombres no obvia la
realidad y las tendencias concretas de cada uno: seguir a quien deslumbra,
pero, en cambio, solo encubre falsedad; realizar juicios apresurados sobre
otros, al mismo tiempo que somos indulgentes con nosotros mismos; descartar con
rapidez a quien no se ajusta estrictamente a nuestros esquemas preconcebidos
sobre la realidad. Frente a estas tentaciones, el Señor propone no solamente
valorar el interior de los demás, sino cambiar nuestro corazón. Así pues, el
Evangelio nos ayuda a percibir que la construcción del Reino de Dios está
estrechamente unida con la búsqueda de lo que permite al hombre crecer
humanamente. La propuesta del Señor no es una doctrina meramente «de fe» o una
enseñanza simplemente «humana». Ambas dimensiones van siempre de la mano, y así
quiere hacérnoslo ver este domingo el pasaje que leemos.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos
una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en
el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su
aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu
hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes
decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin
fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de
tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues
no hay árbol sano que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por
ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las
zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad
que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el
mal; porque de lo que rebosa del corazón habla la boca».
Lucas 6, 39-45