V
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
Pescadores
de hombres
La liturgia de este domingo nos presenta la llamada de
Dios bajo tres perspectivas: el envío del profeta Isaías, la justificación del
apostolado de Pablo y el encargo a Pedro de ser «pescador de hombres». Como no
podía ser de otra manera, es en el pasaje del Evangelio donde las otras
escrituras encuentran su pleno sentido y cumplimiento.
La iniciativa de Dios
Comienza el Evangelio describiendo un encuentro entre
Jesús y Pedro, que, aunque aparentemente parezca una coincidencia, será
fundamental para el modo de entender la llamada a los discípulos. La fama del
Señor se había ya extendido y Jesús predicaba la Palabra de Dios rodeado de
una multitud, entre la que se encontraba Simón y otros pescadores. Lo que a
simple vista parece una cuestión de organización para que Jesús pueda ser visto
y oído se convierte en algo nuevo. Lucas no presenta aquí la llamada a Pedro
con un «sígueme» para, a continuación, encomendar una tarea, sino que primero
encarga un cometido determinado: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para
la pesca».
No puede ser más concreto el modo de acercamiento del
Señor a los que van a ser sus discípulos más cercanos. Tanto en este como en
otros relatos que refieren la llamada de Jesús a los apóstoles esperaríamos que
el Señor les planteara en primer lugar el significado, las condiciones o las
dificultades del apostolado. Con estos datos sobre la mesa, tendrían un tiempo
para valorar la propuesta del Señor, calcular si se consideran capaces de
afrontar la misión encomendada y, por último, decidir si quieren llevarla a
cabo. Pero todo ocurre precipitadamente y sin aparente reflexión. El motivo es
que es el Señor el que lleva la iniciativa y quien sabe con certeza qué es lo
que hay que hacer y a quién se lo debe pedir. Esto no significa que no vaya a
haber resistencia por parte de los llamados. De hecho, Simón ofrece una
justificada reserva a la invitación del Señor de echar las redes porque no le
ve humanamente sentido. Con todo, hay algo fundamental: la disposición de
Pedro, motivada por la confianza en Jesús; así se demuestra no solo por la
frase «por tu palabra echaré las redes», sino también por el hecho de haber
reconocido a Jesús como «Maestro» y como «Señor». Simón da pruebas de una fe
que es capaz de superar lo que la mera razón justifica, porque ha entendido que
está en presencia de alguien que sobrepasa los meros cálculos humanos. Ha sido
testigo del poder de Dios, que ha propiciado una pesca imposible de prever, lo
cual genera en él la certeza que le dispondrá para la misión; una seguridad
basada no en la imaginación, sino en el portento que han visto sus ojos.
Estupor y temor
La reacción de Pedro ante la inesperada gran redada de
peces tiene un indudable paralelismo con el escenario de la primera lectura.
Isaías constata el gran impacto que le produce la visión de Dios, tres veces
santo, en el templo, al comparar la magnificencia de Dios con su indignidad,
pues se considera «hombre de labios impuros». De modo parecido, Pedro se echa a
los pies de Jesús, diciendo: «Apártate de mí, que soy un hombre pecador». Pese
a las expresiones de «impureza» y de «pecado», ni Isaías ni Pedro se consideran
indignos únicamente por una debilidad moral, sino porque son conscientes de la
enorme desproporción entre la grandeza de Dios y la insignificancia de sus
personas. Sin embargo, una frase del Señor será la clave: «No temas; desde
ahora serás pescador de hombres». Las palabras de Jesús producen paz y
tranquilidad en quienes saben que a partir de entonces van a desarrollar una
misión que no será siempre fácil.
En definitiva, la experiencia vocacional de Pedro, como la
de Isaías, es el ejemplo evidente de que la respuesta generosa a la llamada de
Dios ha de ir siempre acompañada de una intensa experiencia de fe,
independientemente de la vocación a la que el Señor llame.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, la gente se agolpaba
alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago
de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que
habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas,
que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la
barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió Simón y
dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada;
pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una
redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces
hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el
punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de
Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el
estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de
peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde
ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
Lucas 5, 1-11