III
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Hoy
se ha cumplido esta Escritura»
Comenzamos la lectura del Evangelio de san Lucas. El
fragmento escogido para la celebración de este día contiene el prólogo del
libro y el comienzo del relato del ministerio público del Señor en Galilea. Se
omiten, por razones temáticas, los capítulos iniciales que incluyen los
Evangelios de la infancia.
El valor del prólogo del Evangelio
Tal y como a menudo se señala en los comentarios a la Escritura , no existen
detalles insignificantes en la tradición evangélica plasmada por escrito. La
incorporación de un prólogo y su lectura en la celebración no están motivadas
única ni principalmente por una razón de forma, sino también de fondo. El
inicio del Evangelio aporta valiosa información sobre el modo de llevar a cabo
la recopilación, la transmisión y la fijación textual de los datos más
significativos de la vida del Señor. Así pues, sabemos que han sido no pocos
quienes han tratado de componer un relato de los hechos; conocemos, asimismo,
por Lucas que esos pasajes se fundamentan en el testimonio de quienes
presenciaron lo que se narra y predicaron la Palabra. Se trata, por
lo tanto, de una «diligente investigación», como señala el autor, quien al
mismo tiempo subraya que tanto los testimonios como el estudio de los mismos
están fundamentados «desde el principio». Tampoco omite Lucas la finalidad de
tan arduo trabajo: «Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has
recibido». La fundamentación que el evangelista da a Teófilo es válida también
para cada uno de quienes a lo largo de los siglos nos hemos puesto ante el
Evangelio. Para la Iglesia
fue vital desde la época de la redacción del Evangelio cuidar escrupulosamente
la conformidad entre lo narrado y lo que realmente ocurrió. De otro modo, se
correría el riesgo de leer páginas sobre la vida admirable de Cristo y con
innegables enseñanzas para nuestra vida individual y social, pero no basadas en
la realidad, generando mitos o leyendas inventadas. Tal hipótesis es lo que se pretende
descartar con los primeros versículos que escuchamos, queriendo expresar
siempre que la fe se apoya en la
Revelación auténtica de Dios.
Herederos de un ritmo celebrativo semanal
El primer movimiento concreto que se describe en el pasaje
del Evangelio que tenemos ante nosotros es un gesto tan sencillo como el
dirigirse Jesús a la sinagoga de Nazaret, el lugar donde se había criado. Como
cualquier judío, el Señor tiene asumido en su ritmo semanal la relevancia de la
oración y de la escucha y explicación comunitaria de la Palabra de Dios. La escena
guarda, no por casualidad, un estrecho paralelismo con una parte de nuestra
celebración semanal de la
Eucaristía. En efecto, los cristianos tenemos un día dedicado
al descanso y a la familia, pero, sobre todo, al Señor; algo que, especialmente
en las sociedades desarrolladas, podemos descuidar, puesto que se corre el
riesgo de que la celebración ocupe un lugar más entre las múltiples ofertas de
ocio que se pueden plantear un domingo cualquiera. Para los cristianos,
herederos de una tradición celebrativa judía, el domingo ha significado siempre
ante todo el día del Señor, conociéndose célebres casos de martirio por no
renunciar a la celebración de la
Misa en ese día.
El cumplimiento de la Escritura
En el pasaje de esta semana descubrimos que la lectura de
Isaías por parte de quien se presenta con la fuerza del Espíritu provoca la
admiración de los oyentes. El Ungido proclama que ha llegado la salvación. Con
todo, más allá del anuncio del tiempo de gracia que Cristo pregona, debe
destacarse el «hoy» con el que Jesús señala que la Escritura se ha
cumplido. Efectivamente, en ese momento se realiza lo que acababan de oír. Pero
ese «hoy» implica también que en nuestros días, cada vez que la Palabra de Dios se
proclama en la celebración, la fuerza de esta Palabra sigue actuando realmente
en la vida de la Iglesia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer
un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los
transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores
de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de
investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la
solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la
fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las
sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en
la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la
lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró
el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él
me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los
cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los
oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y
devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos
clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que
acabáis de oír».
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21