Solemnidad
del Bautismo del Señor (ciclo C)
«Con
Espíritu Santo y fuego»
Concluimos el periodo navideño con la celebración del
Bautismo del Señor. Seguimos en el tiempo de la expectación y de la
manifestación del Mesías. El Señor va a iniciar la vida pública y Jesús se
presenta ante Juan Bautista para ser bautizado. El pariente de Jesús era
conocido en la zona por su forma de vida austera y por predicar una conversión
sin miramientos, hasta las últimas consecuencias, como demostró con su propio
martirio. Y su conducta radical chocó, probablemente, con los esquemas de lo
socialmente correcto en aquel tiempo, como se deduce del pasaje en el que Jesús
afirma que de Juan Bautista decían que «tenía un demonio».
Ahora bien, ¿cuál es el significado de Jesús se disponga a
recibir un Bautismo encaminado a la purificación de los pecados y al aumento
del espíritu de penitencia? La propia Escritura nos aporta una respuesta a esta
cuestión en la primera lectura de este domingo, de Isaías. En ella se habla del
Siervo de Yahvé, cuya misión es liberar al pueblo con su propia vida de todo
aquello que le oprime. En efecto, la misión de Jesús consiste en vivir entre
nosotros hasta las últimas consecuencias y ello incluye no solo consolarnos con
su presencia, sino también situarse entre nosotros, en cuanto pecadores, para
compartir nuestra suerte y transformarla. El Señor va a comenzar su predicación
y su vida pública, y su primer paso es lanzarse a la búsqueda de los pecadores,
reunidos en una comunidad concreta en torno a Juan Bautista. Esta realidad nos
indica ya el modo de concebir la vida de la Iglesia : comunidad de pecadores que tiene
necesidad de ser salvada. El Señor, pues, no inicia la predicación de un modo
solitario, sino en un grupo concreto de personas. La celebración del Bautismo
del Señor dirige nuestro pensamiento inevitablemente hacia nuestra posición
dentro de la Iglesia ,
comunidad de pecadores salvados, y hacia el momento en el que hemos sido
introducidos en ella: nuestro Bautismo. Por lo tanto, mediante el Bautismo
formamos parte de la comunidad destinataria de la salvación de Cristo; una
compañía que nos acompañará ya para siempre. Esta realidad tiene consecuencias
importantes en el modo de entender nuestra pertenencia en la Iglesia , especialmente
cuando sufrimos la tentación del individualismo, considerando la parroquia o
grupo concreto al que pertenecemos más como un lugar al que voy para recibir
algo que para aportar.
El comienzo de un
itinerario
Ciertamente el Bautismo cristiano «con Espíritu Santo y
fuego», al que se refiere el pasaje evangélico que hoy escuchamos, supera a un
Bautismo de carácter meramente penitencial. Sin embargo, los dos esquemas
comparten el deseo de un cambio de vida, representado en la inmersión en el
agua. Por su parte, el Bautismo cristiano quiere subrayar el inicio de la vida
eterna, representado por varios signos del sacramento: la triple renuncia al
mal y la triple confesión de fe destacan, por una parte, el carácter de
incorporación a la vida trinitaria divina y, por otro lado, el cambio de rumbo
en quienes entramos en este misterio. Desde los comienzos de la andadura de la Iglesia se renuncia a la
falsedad de todo aquello que aparta al hombre de su destino último. En nuestros
días, el bautizado debe ser consciente de que no puede pactar con una cultura
que, frente a lo real, enaltece lo ilusorio y aparente. Quien está dispuesto a
caminar en el itinerario inaugurado por el Señor sabe que se sitúa en la senda
de la vida verdadera, que va unida a Jesucristo, vencedor del pecado y de la
muerte. Incluso aquellos preceptos que, desde el punto de vista humano, tantas
veces pueden ser considerados como una renuncia representan lo mejor a lo que
el hombre puede aspirar: un sí a Dios, que da sentido al hombre; un sí a la
familia, un sí a la vida, un sí al amor responsable, a la solidaridad, a la
justicia, a la verdad y al respeto al otro.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante,
y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan
les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era
bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los
cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una
paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me
complazco».
Lucas 3, 15-16.21-22