II
Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
El
primero de los signos de Jesús
Aunque el tiempo litúrgico de Navidad se cierra con la
fiesta del Bautismo del Señor, de alguna manera nos encontramos aún dentro del
ámbito de la Epifanía
o manifestación del Señor. De hecho, la liturgia celebra esta solemnidad
aludiendo a tres prodigios, según refleja la antífona del magníficat en las
segundas vísperas del 6 de enero: «Hoy la estrella condujo a los magos al
pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue
bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos…».
Ciertamente, la riqueza que encierra el episodio de las
bodas de Caná admite varios enfoques de análisis. En primer lugar, la presencia
de Jesús en la celebración de un matrimonio ha sido entendida unánimemente por
la tradición como una bendición particular de Dios hacia la unión entre el
hombre y la mujer. Así pues, el ritual del matrimonio incorpora este pasaje de
Juan como una referencia imprescindible durante la celebración del sacramento,
no solo en las lecturas, sino también en las oraciones y bendiciones previstas.
En segundo lugar, no puede pasarse por alto la presencia y la intervención
activa de María, la madre de Jesús. Es ella la que comienza el diálogo que este
domingo escuchamos, advirtiendo a su hijo del problema que tienen los novios
cuando falta el vino. Sin duda, este episodio sirve para ahondar en la
comprensión de la intercesión maternal de María, preocupada por algo de lo que
muchos aún no se habían percatado y provocando la intervención del Señor. Sin
embargo, la ubicación de este pasaje en este día no pretende, en primer
término, destacar la función intercesora de la madre de Dios ni acentuar la
dignidad del matrimonio. Se busca, ante todo, incidir en algo que aparece al
final del texto: «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná
de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él». Por lo
tanto, no estamos únicamente ante el primer milagro del Señor, sino ante un
signo por el que Jesús ha manifestado su gloria.
Jesús es el esposo
Desde el punto de vista literario el episodio está
redactado de tal modo que Jesús ocupa el centro de la escena, llenando, en
cierto sentido, un espacio destinado en otras circunstancias al novio. No es el
único texto en el que san Juan se refiere a Jesús como al novio, pues más
adelante en su Evangelio será designado de este modo. Con todo, la asimilación
del Señor como esposo hunde sus raíces en la espera veterotestamentaria del
esposo mesiánico, alguien destinado a sellar con su pueblo una alianza nueva y
eterna. Conocemos varios pasajes del Antiguo Testamento en los que Dios se
refiere al pueblo como a una esposa que anhela al Señor. Un ejemplo de ello es
la primera lectura de la Misa
de este domingo, de Isaías. En ella se constata la esperanza mesiánica descrita
en términos de esponsalidad. Jerusalén, y por extensión Israel, ha sido
abandonada y devastada, sufriendo la deportación y la humillación de sus
adversarios a causa de sus infidelidades a Dios. Sin embargo, el pueblo
mantiene la confianza en que Dios no la abandonará: «Los pueblos verán tu
justicia y los reyes tu gloria».
El vino bueno
Puede pasarse con facilidad por alto que el vino
resultante del primero de los signos del Señor fuera «el vino bueno». La Iglesia ha comprendido
esto no solo como un detalle anecdótico o circunstancial del relato. El vino
hace referencia sobre todo a dos realidades: la alegría y la sangre. El vino
bueno traído por el Señor en esta nueva y definitiva alianza será capaz de dar
al hombre la verdadera alegría: una ebriedad que no procede del alcohol, sino
de la fuerza del Espíritu Santo derramada sobre la Iglesia , la esposa. Pero,
por otra parte, ese gozo habrá de recibir su fuerza de la sangre derramada del
Señor, como nos muestra el mismo Cristo al instituir la Eucaristía , sacramento
memorial de su Pasión.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la
madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a
la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
«No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía
no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los
judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de
agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevádselo
al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en
vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado
el agua), y entonces llamó al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el
vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el
vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús
realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron
en él.
Juan 2, 1-11