XXIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
Escuchar
y proclamar la salvación
Es impresionante comprobar cómo solo una palabra puede
condensar tanto significado en el Evangelio, ya que, en cierto modo, resume
todo el mensaje y la obra de Cristo. Se trata del término Effetá,
palabra aramea cuyo significado esábrete. El Señor se encuentra hoy ante
un sordomudo de nacimiento, alguien que, evidentemente tiene un problema
importante de comunicación. Aunque no de modo absoluto, pues dispone del resto
de facultades, permanece aislado y apartado del ritmo ordinario del resto de
personas. Jesús dedica su ministerio de modo preferente a los que sufren y a
los marginados por la sociedad, tratando de curar y abrir posibilidades de
igualdad y de fraternidad entre todos los hombres. Este deseo se traduce en el
Evangelio de este domingo en ayudar a vencer la soledad y la incomunicabilidad
de esta persona.
En la dinámica de la Encarnación
El texto se inserta en la línea de los prodigios
anunciados en la primera lectura, tomada de Isaías. El profeta describe la
acción salvadora de Dios, haciendo un elenco de los diversos males que aquejan
a una persona: ceguera, sordera, cojera, etc. En concreto se augura que los
oídos del sordo se abrirán y la lengua del mudo cantará. Es decir, a través de
su intervención, Dios puede superar obstáculos para el hombre insalvables. Sin
embargo, estas acciones destacan por un método con gran carga
significativa: tocar al hombre. Tal y como aparece en la Escritura , la acción
salvadora de Dios en la historia está repleta de gestos que revelan la dinámica
de la Encarnación.
Que Dios se haga hombre es la manifestación más plena de este
contacto que Dios ha establecido con nosotros. Por eso, el detalle de tocar el
oído y la boca se integra en este modo de relación de Dios con el hombre. No
era necesario tocar físicamente para salvar, pero el Señor ha querido
realizarlo así, y los evangelistas han querido dejar constancia de ello.
La apertura del hombre a Dios
Precisamente uniendo dos ideas, la apertura y el contacto
físico, la Iglesia
ha recogido la misma acción que hizo el Señor para incluirlo en los ritos
explicativos del sacramento del Bautismo. Se trata de un gesto, hoy
facultativo, en el que el ministro toca el oído y la boca para significar la apertura
del hombre a escuchar la voz de Dios y, consiguientemente, a profesar la fe y
proclamar a los demás lo que hemos oído. Las implicaciones del escuchar y
anunciar son muchas. Uno de los problemas de nuestro tiempo es que oímos muchas
voces diferentes, las cuales nos presentan propuestas atractivas y aparentes,
pero que no siempre conducen a lo que el corazón del hombre anhela. La apertura
del oído y de la lengua supone abrir un camino nuevo al hombre, en relación con
Dios y con los demás. Al mismo tiempo favorece un discernimiento, gracias a
poder contrastar lo oído con el resto de los miembros de la Iglesia. La apertura,
por lo tanto, lleva consigo la integración en una comunidad y la valoración de la Iglesia como una compañía
necesaria para vivir la fe. Este pasaje supone un impulso para evitar el
individualismo que nos acecha y que a menudo nos crea la falsa ilusión de que
nos bastamos a nosotros mismos, sin necesidad de Dios o de la Iglesia. Pero ,
incluso profesando la fe en la
Iglesia y reconociéndola como un elemento necesario para la
relación de Dios con el hombre, corremos el riesgo de, en la práctica,
frecuentar la Iglesia
como quien acude a un lugar anónimo en el que recibe unos servicios, en este
caso espirituales. Este riesgo es, sin duda, mayor en los lugares donde quienes
participan de la vida eclesial no se conocen entre sí.
En definitiva, la curación del sordomudo nos permite
reconocer a Cristo como el que, en la línea de las promesas del Antiguo
Testamento, ha venido a salvarnos en persona. Su acción no solo cura
físicamente, sino que inaugura una amistad nueva con él y con los hombres; nexo
que se concreta de modo particular en la vida de la Iglesia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dejando Jesús el territorio de
Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le
presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le
imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en
los oídos, y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le
dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los
oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó
que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia
lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien:
hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Marcos 7, 31-37