XXIV
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy?»
El pasaje que tenemos ante nosotros puede considerarse el
final de la primera parte y el comienzo de la segunda del Evangelio de Marcos.
Este autor comenzaba haciendo alusión a Jesucristo, Hijo de Dios. Al final del
Evangelio se escucha la confesión del centurión romano: «Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios».
Hoy Pedro reconoce a Jesús como el Mesías. Estamos ante un
episodio central en la mente de Marcos, ya que no se trata simplemente de un
momento señalado de la vida del Señor, sino que es el resumen de la
interpretación que el evangelista hace de la persona y la misión del Señor. De
hecho, aparece con claridad el primero de los anuncios de Jesús acerca de su
Pasión, Muerte y Resurrección.
Quién es Jesús
La pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús no es
nueva en Marcos. A lo largo de los distintos domingos hemos visto cómo quienes
rodean a Jesús se preguntan sobre la autoridad con la que habla o el poder de
sus acciones. Su ministerio había tenido gran éxito. Había hablado como no lo
había hecho nadie hasta entonces, manifestando siempre una bondad y fuerza sin
parangón. Por eso su persona suscita numerosos interrogantes: quién es este,
quién es este para perdonar pecados, no es este el carpintero, o quién es este
a quien los vientos y el mar le obedecen, constituyen el preludio de la
pregunta directa y explícita que hoy plantea el mismo Señor.
Sorpresa, admiración, alabanza, por un lado, así como
escándalo, persecución e, incluso, la decisión de eliminarlo condensan las
reacciones de quienes han visto y escuchado a Jesús. Lo llamativo de este
pasaje es que, cuando han pasado veinte siglos desde estos acontecimientos, la
doble cuestión sobre la identidad y misión del Señor sigue estando vigente,
tanto para los creyentes como para los que no se confiesan cristianos.
La opinión de la gente y la de los discípulos
No faltan actualmente posturas e interpretaciones de la
figura de Jesús. Si se lanza la cuestión a la calle no produce generalmente
indiferencia. También entre quienes se definen como ateos o agnósticos existe
habitualmente una opinión sobre Jesucristo, que, además, no suele ser negativa,
aunque a veces adolezca de gran superficialidad. Desde quienes consideran a
Jesús como el mayor revolucionario de todos los tiempos a quienes lo reconocen
como Hijo de Dios y salvador de los hombres vemos la cierta correspondencia con
esa respuesta: «unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los
profetas». En esa triple respuesta se resume la opinión pública sobre Jesús:
alguien que habla en nombre de Dios. Sin embargo, en el momento en el que Pedro
toma la palabra y reconoce a Jesús como Mesías, da la impresión de que se
produce un silencio, ya que el Señor ordena no hablar a nadie acerca de esto.
¿Por qué tiene tanta importancia reconocer a Jesús como el Mesías? ¿Qué implica
para los discípulos y para nosotros?
Sabemos que Mesías significa lo mismo que Cristo, es
decir, el Ungido, que era el rey prometido desde antiguo, procedente de la
estirpe de David, y que sería Hijo de Dios. El motivo de que Jesús prohíba
terminantemente desvelar su identidad estriba en que en tiempos de Jesús la
expectativa mesiánica se vinculaba a la del rey triunfador, es decir, un personaje
cuya misión era la de rebelarse contra el poder político establecido con la
fuerza de las armas. Por eso también Jesús habla de sí mismo como Hijo del
hombre, un título que hace referencia al de un hombre llamado a una misión,
pero sin connotaciones militares.
Con el anuncio de su Pasión el Señor está explicando el
significado de seguirlo: negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirle,
sabiendo que «quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio la salvará».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos
se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus
discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les dijo: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el
Mesías». Y les conminó a que no hablaran con nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda
claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se
volvió y, mirando a sus discípulos, increpó a Pedro: «¡Aléjate de mí,
Satanás!¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a
sus discípulos les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».
Marcos 8, 27-35