Solemnidad de la Santísima Trinidad
(ciclo A)
Tanto amó Dios al mundo
En esta solemnidad la liturgia nos anima a alabar a Dios
por sus obras en favor nuestro y, ante todo, por cómo es Él. Se nos invita a
contemplar lo más íntimo de Dios, que es la unidad en la trinidad, máxima
comunión de vida y de amor.
El acceso a Dios a través de su Palabra y de su obra
Lo primero que viene a la cabeza a muchos cuando llega el
momento de pensar en la
Trinidad es que estamos ante una realidad que parece
fundamental en la fe cristiana, pero que, al mismo tiempo, es uno de los
elementos más complicados de comprender racionalmente. Sin embargo, un
acercamiento a lo que la
Palabra de Dios nos presenta hoy puede resultar iluminador,
no solo para saber algo sobre Dios, sino también para comprender con mayor
hondura al hombre, creado a imagen y semejanza de ese Dios trino.
Toda la Sagrada Escritura nos habla de Dios. Él mismo se
nos revela a través de su Palabra y se manifiesta como creador del universo y
salvador de los hombres. En la primera lectura de hoy, tomada del libro del
Éxodo, escuchamos algo fundamental acerca de la esencia de Dios. En ese pasaje
ocurre algo excepcional: Dios pronuncia su propio nombre en presencia de
Moisés: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico
en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6). A través de estas palabras descubrimos que
el nombre de Dios es compasión, misericordia, clemencia y lealtad.
Pero para comprender a Dios es oportuno acudir también a
su modo de obrar en la historia. Dice el primer versículo del Evangelio que
«tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree
en él no perezca, sino que tenga vida eterna». La primera afirmación es, por lo
tanto, referente al inmenso amor de Dios con el hombre. El mismo san Juan se
refiere a Dios como Amor (1Jn 4, 8). Sabemos que, para que exista el amor, ha
de haber una relación con alguien. Y para que exista esa relación, ha de haber
una apertura. Por consiguiente, si Dios ama con tanta fuerza, su búsqueda por
el hombre y su apertura hacia él es máxima. Así nos lo revela la historia de la
salvación. Frente a la imagen de un Dios tremendamente distante con el hombre,
encerrado en sí mismo y autosuficiente, la Escritura pone ante nosotros a un Dios que es
ante todo vida que tiende a comunicarse y busca constantemente establecer el
máximo vínculo con el hombre, sin menoscabar por ello su naturaleza divina. Así
lo muestran las palabras como compasivo, misericordioso o rico en clemencia,
del libro del Éxodo. El que da el amor no pierde nada, sino todo lo contrario.
Y Dios ha mostrado su amor en modo máximo entregando a su Hijo único para que
nosotros tengamos vida eterna. En esta entrega de Dios por medio de su Hijo
interviene toda la Trinidad :
el Padre, que nos da lo que más ama; el Hijo, que se abaja entregándose por
nosotros; el Espíritu Santo, que es precisamente el vínculo firme y duradero de
amor entre el Padre y el Hijo, y que se nos da en plenitud.
Conocer a Dios y al hombre
Ciertamente, estamos ante imágenes y conceptos de una gran
belleza. Sin embargo, llegados a este punto, corremos el riesgo de pensar que
estos razonamientos, pensados y elaborados a lo largo de siglos en la Escritura , la Tradición y el
Magisterio de la Iglesia ,
poco tienen que ver con nuestras situaciones y problemas reales cotidianos. Sin
embargo, acceder algo al conocimiento de Dios implica desvelar también el
misterio del hombre. Así pues, si afirmamos que Dios es unidad en relación, la
persona humana, creada a su imagen y semejanza, es un espejo de esa manera de
ser. Esto quiere decir que estamos llamados a entrar en relación con otras
personas y a amar a los demás. Y en concreto a vivir la misericordia, la
clemencia y la lealtad. Asimismo, observamos que si Jesús es Hijo, en constante
relación con el Padre, también nosotros necesitamos tener al Dios Padre como
referencia y orientación última de nuestro ser y actuar. La comprensión
cristiana de Dios uno y trino tiene consecuencias igualmente para la dimensión
social del hombre. Frente al individualismo y la autosuficiencia, el saber que
Dios es relación y que ha inscrito en nosotros un deseo de apertura hacia los
demás nos permite entender que solo viviremos en plenitud si permanecemos en
comunión con los demás.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para
que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna. Porque Dios
no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está
juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Juan 3, 16-18