Dios, que nos podía haber salvado cómodamente, no quiso
ahorrarse nada.
Su amor supera los sacrificios sde la Antigua Alianza.
Ahora es Él el que se sacrifica por nuestra salvación.
El Señor nos muestra un amor imposible de comprender.
Nos renovamos en cada eucaristía, porque la entrega del
Señor se renueva en cada eucaristía.
Como la de Cristo, la sangre de los mártires nos llama y nos
pregunta qué estamos cada uno dispuesto a entregar por Cristo. Qué estoy
dispuesto a sacrificar por el Señor.
Por el bautismo hemos sido llamados a asociarnos a la Pasión de Cristo, con un
martirio diario, gota a gota.
Esto hay que vivirlo en las cosas cotidianas. Cuando
hablamos del amor todo es precioso, pero cuando nos toca amar ya es más
difícil.
El Señor nos llama a amar a nuestros enemigos. El Señor nos
pide que seamos capaces de perdonar incluso cuando el otro no lleva razón,
aunque nos haga parecer tontos -por buenos-.
Siempre nos referimos al mal que nos hacen, pero no nos
acordamos del mal que hacemos.
Estamos llamados a sacrificar el pecado, morir a todo lo que
no es de Cristo.
El Señor nos ha regalado el don de su Cuerpo y de su Sangre.
Para que nos conviertan, nos transformen.
El Señor nos pide mucho: nos pide ser santos.
La adoración a la Eucaristía esta en la base de nuestra fe; es el
cimiento de la vida cristiana.
Amar de manera sobrehumana sólo lo podremos hacer en Cristo.